Levantando las banderas...
Queridos amigos:
Esta es la predicación que preparé para hoy, 14 de septiembre de 2003,
Fiesta de la Exaltación
de la Cruz. La reflexioné basado en
las siguientes frases de las lecturas bíblicas de la Misa del día:
- Pero en el camino, el pueblo perdió la paciencia y comenzó a hablar contra
Dios y contra Moisés: «¿Por qué nos hicieron salir de Egipto para
hacernos morir en el desierto? ¡Aquí no hay pan ni agua, y ya estamos
hartos de esta comida miserable!» (Números 21, 4b-5).
- Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con
Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí
mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la
muerte y muerte de cruz (Filipenses 2, 6-8).
- Jesús dijo: «De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en
el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en
alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó
tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en
él no muera, sino que tenga Vida eterna» (Juan 3, 13-16).
1. LEVANTAMOS LAS BANDERAS QUE SON SIGNOS DE NUESTROS
VALORES... En primer lugar lo decimos de la bandera que nos identifica como
nación, en esta patria ("tierra de nuestros padres", según el origen de la
palabra). Unos colores, un diseño, un símbolo de lo que hemos recibido como
herencia común. Días como hoy, en que en buena parte del país hemos ejercido uno
de los modos con los que hoy contamos para expresarnos como nación, el voto en
la elección de nuestros representantes, que en nombre de todos los ciudadanos
van a ejercer la autoridad ejecutiva o legislativa, son especialmente
significativos para esos símbolos, que van más allá de ser algo que agitar en
las justas deportivas...
También usamos banderas de menor trascendencia, para nuestras opciones de
carácter más personal, por ejemplo las de nuestra afición futbolística, o de
cualquier otra especie deportiva. También en este caso, las banderas simbolizan
aquellas opciones que nos entusiasman, que nos encienden, que nos motivan para
seguir una y otra vez, alentando y disfrutando, la suerte de nuestros héroes
deportivos...
Pero cabe preguntarse: ¿No podremos también tener banderas para los valores
más profundos y esenciales, aquellos que definen nuestra vida de una manera
definitiva y nos orientan y guían en las opciones fundamentales? Evidentemente,
la respuesta es que sí. Nosotros tenemos, como cristianos, el símbolo que nos
identifica, desde los primeros tiempos, en la Cruz. Con ella fuimos marcados en
nuestro Bautismo, ella preside nuestras casas, nuestras aulas, nuestros lugares
de trabajo. Con ella nos marcamos al comenzar y al terminar nuestra oración
individual o comunitaria, privada o eclesial. La llevamos también colgada en el
cuello, o con un prendedor en la ropa. Ahora bien, ¿tenemos siempre presente lo
que ese símbolo significa, y aquello a lo que estamos privilegiando cuando nos
identificarnos con él?
2. JESÚS NOS FUE ENTREGADO EN LA CRUZ, PARA DARNOS LA VIDA
ETERNA... La cruz fue, por mucho tiempo, un instrumento para sentenciar y
torturar a los condenados a muerte. Los romanos la recibieron de los griegos, y
la utilizaban para los que no eran ciudadanos romanos...
También para Jesús fue utilizada con esa finalidad. No fue, en su caso, un
adorno, ni una fiesta, hasta que, después de la Resurrección, pudo verse en ella
el símbolo de más la maravillosa paradoja. El autor de la vida fue llevado a la
muerte en la Cruz, para llevarnos a la Vida. El rechazo de los hombres a Dios
tuvo su máxima expresión en la Cruz, en la que el mismo Dios fue entregado a la
muerte. Pero, por su misericordia omnipotente, desde ella comenzaron a correr
sobre la humanidad entera ríos de gracia y bendición.
Jesús vino a rescatarnos del dolor y de la muerte, consecuencias ambas del
pecado, que es el rechazo de Dios. Y lo hizo a través del dolor y de la muerte.
Desde ese momento, entonces, todo dolor y toda muerte nos hablan no sólo de su
amenaza y de la desazón que crean en todos los que sabemos que hemos sido hechos
para la vida y no para la muerte, sino también del triunfo del Amor de Dios, que
de la muerte hizo surgir la Vida, y desde el dolor hizo posible la alegría de la
resurrección. Por eso, la Cruz ha resumido en sí misma todo el dolor y la muerte
que han dado, dan y darán vuelta por el mundo, y los ha derrotado, haciendo
posible que desde su mismas entrañas surja la Vida que Jesús nos ha ganado con
la Resurrección.
Por eso, la Cruz se ha convertido en un signo inconfundible del contenido
más profundo de nuestra fe. Jesús ha venido a salvarnos del dolor y de la
muerte, y en el dolor y en la muerte nos ha dejado las semillas de nuestra
resurrección, a imagen de la suya. Podemos, entonces, levantar con orgullo estas
banderas. El dolor y la muerte, como camino inexcusable de nuestra vida, no nos
pueden derrotar con su carga destructiva, porque han sido vencidos por la Cruz
de Jesús. Nosotros, entonces, sin ninguna carga masoquista, sino todo lo
contrario, porque apostamos por la Vida y la aspiramos decididamente, y con la
convicción de la fe, ponemos por todos lados, y llevamos con alegría y
optimismo, el símbolo de la Cruz...
3. LA CRUZ NOS DICE QUÉ DEBEMOS HACER CON TODO LO QUE
QUEDA MARCADO POR ELLA... Pero, de todos modos, igual que los símbolos patrios,
o los menos importantes o trascendentes, como los deportivos, tampoco el símbolo
puede ser sólo un adorno. La Cruz nos habla de lo que Jesús hizo por nosotros.
Nos garantiza que no hay dolor que pueda ser inútil si lo unimos a la Cruz de
Jesús, ni muerte que no lleve a la Vida, si aceptamos el amor redentor de Jesús.
Por eso, las Cruces que ponemos en diversos lugares, que llevamos prendidas
o colgadas, o que levantamos como banderas, son todo un programa de
vida...
La Cruz que preside nuestras casas nos ayuda a vivir con esperanza el dolor
que llega a la familia. La que preside nuestras aulas nos recuerda que el dolor
es una escuela de vida, que enseña dónde están los valores más preciados, que no
pueden ser postergados. La Cruz en nuestros lugares de trabajo nos compromete a
hacerlo como lo haría hoy el mismo Jesús, aún al precio de su vida. Marcándonos
con ella al comenzar y al terminar nuestra oración, nos llevará enseguida a
Jesús. La que llevamos colgada en el cuello, o con un prendedor en la ropa, nos
ayudará a grabarla a fuego en el corazón. En fin, todo un programa de vida,
¿no?...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: