El Cielo y la realidad...
Esta fue mi predicación de hoy, 2 de noviembre de 2003, Conmemoración
de todos los fieles difuntos. Me apoyé en las siguientes frases de las
lecturas bíblicas de la Misa del día:
- Y oí una voz potente que decía desde el trono: «Esta es la morada
de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, ellos serán su pueblo,
y el mismo Dios estará con ellos. El secará todas sus lágrimas, y no
habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes
pasó» (Apocalipsis 21, 3-4).
- Hermanos: Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos.
Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también
por medio de un hombre viene la resurrección (1 Corintios 15, 20-21).
- El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al
sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas encontraron
removida la piedra del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del
Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les
aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres,
llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les
preguntaron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está
aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en
Galilea: «Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de
los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día». Y las
mujeres recordaron sus palabras (Lucas 24, 1-8).
1. LOS SANTOS NOS HABLAN DEL CIELO, Y LOS DIFUNTOS DE
NUESTRA REALIDAD... Son dos fiestas que hace muchos siglos van unidas en
las celebraciones de la Iglesia. Ayer la de todos los Santos, para alegrarnos
con los que han obtenido por el camino del martirio y/o por la pureza de las
virtudes la gloria celestial, y recordarnos que hemos sido llamados al Cielo, y
Dios ha sembrado en nosotros semillas de eternidad. Y hoy la de todos los fieles
difuntos, para rezar con confianza por ellos, pero también recordándonos que
todos somos mortales, y que en más o menos tiempo todos seguiremos su camino
hasta "ponernos el sobretodo de madera", u ocupar en un cementerio nuestro
lugar...
Todos queremos vivir para siempre, pero al mismo tiempo se nos impone
nuestra condición mortal. Hace falta, por lo tanto, tener presente que el Cielo
prometido no es una realidad que nos pertenece por propio derecho, sino un
regalo que Dios nos ofrece, y que es necesario aceptar con la vida, para poderlo
alcanzar...
Al mismo tiempo, la celebración de hoy de todos los fieles difuntos, nos
recuerda que la muerte sigue estando presente. Y además, que es una dolorosa
realidad. Podemos decir con la confianza de no equivocarnos, la muerte es una
cruel realidad que nos provoca dolor y sufrimiento, y siempre llega, tarde o
temprano. Por eso, no deja de ser curioso que, aunque sepamos que la muerte es
ineludible, vivimos como si "esta" vida fuera para siempre...
2. JESÚS NOS HA SALVADO DE LA MUERTE, PERO TODOS LA TENEMOS
QUE PASAR... Las mujeres que seguían a Jesús, junto con los Apóstoles, después
de su muerte en la Cruz, el Domingo fueron a buscarlo entre los muertos, a la
tumba en la que lo habían depositado el Viernes Santo. Nada más normal, ¿en qué
otro lugar podía estar?
Pero se encontraron con la tumba vacía. Pero no estaba allí. Jesús había
resucitado, y estaba entre los muertos. Y se apareció a los Apóstoles, y también
a las mujeres, hasta que estuvieron convencidos y ya no tuvieron dudas de la
verdad de la Resurrección. Dios intervino para salvarlo de la muerte. Porque
Dios triunfa no solamente sobre el pecado, del que ha querido redimirnos
enviándonos a su Hijo, Jesús, sino también sobre el dolor y sobre la muerte, que
son consecuencias del pecado que nos había separado de Dios...
Cuando fuimos bautizados, fuimos unidos a la muerte de Jesús. Desde ese
momento, la muerte no es ya lo que hubiera sido sin el Bautismo, ya que la
muerte no es lo mismo desde que Jesús la asumió como propia (aunque era
nuestra), y la transformó. Pero en el Bautismo también fuimos unidos a la
Resurrección de Jesús. Por eso, aunque todos tenemos que pasar por la muerte,
Jesús nos ha salvado de sus fatales consecuencias de frustración, y nos ha
abierto las puertas del Cielo con su Resurrección...
Algunos han llegado al momento de su muerte con una fidelidad tal al
Bautismo recibido, y al Amor de Dios que los había llamado a través del
mismo a vivir para siempre, que en esa hora culminante de la vida, el encuentro
con Dios fue instantáneo y definitivo. Esos son los Santos, algunos de los
cuales la Iglesia beatifica y canoniza, porque alcanza la certeza suficiente de
su santidad, aunque seguramente muchos otros, de una manera anónima, han
alcanzado el mismo final. Por eso celebrábamos ayer la fiesta de Todos los
Santos, dándole gracias a Dios por todos ellos...
Pero muchos otros quizás han llegado al momento culminante de su vida, que
es precisamente nuestra muerte, unidos al Amor de Dios, pero con una
fidelidad que no es tan plena (y quizás esa será nuestra situación). El
encuentro cara a cara con la inmensidad del amor, la misericordia y la santidad
infinita de Dios, nos hará dar cuenta en ese momento de una necesidad
urgente de purificación, para estar a la altura del Cielo, al que podremos
llegar después de alcanzarla...
3. REZAMOS POR LOS DIFUNTOS, PARA QUE EL AMOR DE DIOS LOS
PURIFIQUE... Esta es la razón por la que rezamos por los difuntos. Sabemos que
por el Bautismo han sido llamados a la Vida eterna y a la Resurrección. Y
confiamos en que han sabido responder en su vida al Amor de Dios. Pero al
mismo tiempo sabemos que pueden estar necesitados todavía una purificación que
los haga a la medida del Cielo. Y para ello los confiamos, con nuestra oración,
a las manos de Dios, para que Él los purifique con su Amor...
Siempre rezamos por los difuntos. Especialmente los que nos han sido más
cercanos y más queridos. Pero así como tenemos un día para alegrarnos por Todos
los Santos, también le dedicamos uno a rezar por todos los difuntos. Los que más
queremos, y los que queremos menos, los que conocemos, y los que no hemos
conocido, aquellos por los que muchos rezan, y aquellos otros por los que nadie
reza. Ya llegará el momento en que otros recen por nosotros en esa situación. Y
amor, con amor se paga. Por lo tanto, nada mejor podemos hacer hoy, que rezar
hoy por todos los difuntos, y entrar de esa manera en esa corriente de amor, por
la que toda la Iglesia, así como todos los Santos, un día intercederá por
nosotros, para que el Amor de Dios nos purifique, y nos haga capaces de
gozar del Cielo, al que Él mismo nos invitó...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: