El Cielo y la realidad...

Queridos amigos:

Esta fue mi predicación de hoy, 2 de noviembre de 2003, Conmemoración de todos los fieles difuntos. Me apoyé en las siguientes frases de las lecturas bíblicas de la Misa del día:

 
Cementerio1. LOS SANTOS NOS HABLAN DEL CIELO, Y LOS DIFUNTOS DE NUESTRA REALIDAD... Son dos fiestas que hace muchos siglos van unidas en las celebraciones de la Iglesia. Ayer la de todos los Santos, para alegrarnos con los que han obtenido por el camino del martirio y/o por la pureza de las virtudes la gloria celestial, y recordarnos que hemos sido llamados al Cielo, y Dios ha sembrado en nosotros semillas de eternidad. Y hoy la de todos los fieles difuntos, para rezar con confianza por ellos, pero también recordándonos que todos somos mortales, y que en más o menos tiempo todos seguiremos su camino hasta "ponernos el sobretodo de madera", u ocupar en un cementerio nuestro lugar...
 
Todos queremos vivir para siempre, pero al mismo tiempo se nos impone nuestra condición mortal. Hace falta, por lo tanto, tener presente que el Cielo prometido no es una realidad que nos pertenece por propio derecho, sino un regalo que Dios nos ofrece, y que es necesario aceptar con la vida, para poderlo alcanzar...
 
Al mismo tiempo, la celebración de hoy de todos los fieles difuntos, nos recuerda que la muerte sigue estando presente. Y además, que es una dolorosa realidad. Podemos decir con la confianza de no equivocarnos, la muerte es una cruel realidad que nos provoca dolor y sufrimiento, y siempre llega, tarde o temprano. Por eso, no deja de ser curioso que, aunque sepamos que la muerte es ineludible, vivimos como si "esta" vida fuera para siempre...
 
Tumba vacía2. JESÚS NOS HA SALVADO DE LA MUERTE, PERO TODOS LA TENEMOS QUE PASAR... Las mujeres que seguían a Jesús, junto con los Apóstoles, después de su muerte en la Cruz, el Domingo fueron a buscarlo entre los muertos, a la tumba en la que lo habían depositado el Viernes Santo. Nada más normal, ¿en qué otro lugar podía estar?
 
Pero se encontraron con la tumba vacía. Pero no estaba allí. Jesús había resucitado, y estaba entre los muertos. Y se apareció a los Apóstoles, y también a las mujeres, hasta que estuvieron convencidos y ya no tuvieron dudas de la verdad de la Resurrección. Dios intervino para salvarlo de la muerte. Porque Dios triunfa no solamente sobre el pecado, del que ha querido redimirnos enviándonos a su Hijo, Jesús, sino también sobre el dolor y sobre la muerte, que son consecuencias del pecado que nos había separado de Dios...
 
Cuando fuimos bautizados, fuimos unidos a la muerte de Jesús. Desde ese momento, la muerte no es ya lo que hubiera sido sin el Bautismo, ya que la muerte no es lo mismo desde que Jesús la asumió como propia (aunque era nuestra), y la transformó. Pero en el Bautismo también fuimos unidos a la Resurrección de Jesús. Por eso, aunque todos tenemos que pasar por la muerte, Jesús nos ha salvado de sus fatales consecuencias de frustración, y nos ha abierto las puertas del Cielo con su Resurrección...
 
Algunos han llegado al momento de su muerte con una fidelidad tal al Bautismo recibido, y al Amor de Dios que los había llamado a través del mismo a vivir para siempre, que en esa hora culminante de la vida, el encuentro con Dios fue instantáneo y definitivo. Esos son los Santos, algunos de los cuales la Iglesia beatifica y canoniza, porque alcanza la certeza suficiente de su santidad, aunque seguramente muchos otros, de una manera anónima, han alcanzado el mismo final. Por eso celebrábamos ayer la fiesta de Todos los Santos, dándole gracias a Dios por todos ellos...
 
Pero muchos otros quizás han llegado al momento culminante de su vida, que es precisamente nuestra muerte, unidos al Amor de Dios, pero con una fidelidad que no es tan plena (y quizás esa será nuestra situación). El encuentro cara a cara con la inmensidad del amor, la misericordia y la santidad infinita de Dios, nos hará dar cuenta en ese momento de una necesidad urgente de purificación, para estar a la altura del Cielo, al que podremos llegar después de alcanzarla...
 
Amor purificador3. REZAMOS POR LOS DIFUNTOS, PARA QUE EL AMOR DE DIOS LOS PURIFIQUE... Esta es la razón por la que rezamos por los difuntos. Sabemos que por el Bautismo han sido llamados a la Vida eterna y a la Resurrección. Y confiamos en que han sabido responder en su vida al Amor de Dios. Pero al mismo tiempo sabemos que pueden estar necesitados todavía una purificación que los haga a la medida del Cielo. Y para ello los confiamos, con nuestra oración, a las manos de Dios, para que Él los purifique con su Amor...
 
Siempre rezamos por los difuntos. Especialmente los que nos han sido más cercanos y más queridos. Pero así como tenemos un día para alegrarnos por Todos los Santos, también le dedicamos uno a rezar por todos los difuntos. Los que más queremos, y los que queremos menos, los que conocemos, y los que no hemos conocido, aquellos por los que muchos rezan, y aquellos otros por los que nadie reza. Ya llegará el momento en que otros recen por nosotros en esa situación. Y amor, con amor se paga. Por lo tanto, nada mejor podemos hacer hoy, que rezar hoy por todos los difuntos, y entrar de esa manera en esa corriente de amor, por la que toda la Iglesia, así como todos los Santos, un día intercederá por nosotros, para que el Amor de Dios nos purifique, y nos haga capaces de gozar del Cielo, al que Él mismo nos invitó...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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