Para escapar a las tinieblas...

Queridos amigos:
 
Aquí va mi predicación de hoy, 30 de marzo de 2003, Cuarto Domingo de Cuaresma, en el Hogar Marín. Me apoyé en las siguientes frases de las lecturas bíblicas de la Misa del día:

 
1. SE SABE CÓMO EMPIEZAN LAS PELEAS, PERO NO CÓMO TERMINAN... Siempre sucede de la misma manera. A veces unos chicos comienzan en el colegio a tirarse con papelitos. Después se tiran con una regla. Quizás un golpe resulta más fuerte que lo esperado, y la contestación se va haciendo cada vez más violenta, hasta que termina siendo una batalla campal...
 
También pasa en las familias. A veces, por ejemplo, comienza una discusión en la mesa, por cualquier pavada. Se va caldeando el ambiente y se comienza a pasar la cuenta por rencillas pasadas. Y llega un momento en el que ya nadie sabe cómo se empezó, y tampoco se encuentra cómo ponerle fin a la pelea...
 
En todos lados es igual. Sucede más o menos lo mismo, por ejemplo, con la lucha entre mafias. Quizás todo comienza porque uno miró mal al otro; de allí se sigue la desconfianza, y al poco tiempo las ambiciones se convierten en amenazas de unos a otros, y el enfrentamiento termina siendo una lucha a vida o muerte, rompiendo literalmente todo lo que hay alrededor. Desgraciadamente esto lo hemos visto y lo seguimos viendo en el ámbito político en Argentina, y parece no tener final...
 
No es distinto en el orden internacional. Sucede lo mismo con las guerras. Quizás comienzan las enemistades por discusiones diplomáticas, o por ambiciones económicas (es grande la tentación del más fuerte de apoderarse de lo que pertence al otro, por ejemplo del petróleo, con cualquier excusa que sea), se sigue con las demostraciones de fuerza más o menos inofensivas, pero una vez que se arranca con el enfrentamiento, no se encuentra fácilmente cómo poner límite a la violencia, y por eso de las guerras, igual que de las peleas caseras, se sabe cómo empiezan, pero no como terminan...
 
Jesús nos muestra un camino para la paz, con la que se cierran las puertas a las peleas y las guerras, antes que crezcan...
 
2. JESÚS, ELEVADO EN LA CRUZ, NOS HACE LEVANTAR LA MIRADA PARA ENCONTRAR LA SALVACIÓN... Jesús fue levantado en la Cruz. Allí fue víctima inocente de la más cruda violencia. Aguantó pacíficamente y no reaccionó violentamente ante la violencia. Nadie puede dudar que tenía poder para oponerse a los que lo atacaban, pero eligió someterse en silencio, sabiendo que a la Cruz seguiría la Resurrección.
 
De esa manera, Jesús desde la la Cruz nos muestra que el camino de la salvación está en sufrir las consecuencias del mal y de la maldad, sin caer en la tentación de reaccionar de una manera que sea ella misma mala, injusta, violenta...
 
Alguno puede preguntarse: ¿No será debilidad, eso de no querer oponerse a la violencia y a la guerra? Y enseguida hay que responder: ¿No será más bien debilidad querer arreglarlo todo por la fuerza? Está claro que hemos sido hechos por el amor de Dios, y hemos sido hechos para el amor, no para la guerra. Estamos definitivamente llamados a hacer las cosas bien, a hacer cosas buenas, es decir, a vivir en comunión con toda la familia humana, y anticipar de esa manera la paz definitiva, a la que todos aspiramos profundamente, y que se realizará en el Cielo. Actuar de esta manera pone luz en nuestras vidas, que de otra manera naufragan en las tinieblas...
 
3. HAY QUE RECIBIR A JESÚS, LA LUZ DEL MUNDO, PARA ESCAPAR A LAS TINIEBLAS... Viendo lo que sucede en nuestra patria, que no termina de encontrar el rumbo, y en el mundo entero, envuelto hoy en múltiples formas de violencia, podemos decir ciertamente que nuestro tiempo está lleno de oscuridades.
 
Sin embargo, todos conocemos personas que con el testimonio de sus vidas nos han mostrado lo que se puede lograr si nos aferramos a la luz que viene de Jesús, y que consiste sencillamente en comprometernos firmemente en un amor sincero y efectivo hacia todos los hombres, especialmente los más débiles. Esta sigue siendo la mejor manera, también hoy, de decirle NO a la guerra y de escapar a las tinieblas...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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