También nosotros somos pan...

Queridos amigos:
 
Esta fue mi predicación de hoy, 22 de junio de 2003, Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Jesús. Me apoyé en las siguientes frases de las lecturas bíblicas de la Misa del día:

 
1. MUCHAS COSAS IMPORTANTES SUCEDEN ALREDEDOR DE UNA MESA... Por ejemplo, las celebraciones importantes, como un cumpleaños o un aniversario, suelen ser motivo para reunirnos en torno a una mesa a compartir algo. Incluso las celebraciones litúrgicas principales, como Navidad o Pascua, nos llevan a reunirnos en torno a una mesa (aquí a la derecha vemos en la imagen una celebración en un Hogar de las Hermanitas de los Pobres en Chile; lo mismo podemos ver en cualquiera de sus casas, en las que se sabe celebrar con sencillez y a la vez con alegría las fiestas).
 
Cuando hay que arreglar temas o negocios importantes, suele ser buena idea reunirse en torno a una mesa. Así se inventaron los almuerzos de trabajo, y, generalmente para coronar acuerdos o alianzas ya concretadas, cenas de trabajo. Y para los que tienen el síndrome de "estar siempre ocupados", existen incluso los desayunos de trabajo...
 
Hasta el Papa, cuando recibe a los Obispos de un país, en su visita periódica a Roma, cada cinco años, para dar cuenta de la marcha de su diócesis, los invita en grupos pequeños a almorzar con él, y así conversar de manera más distendida en torno a una mesa...
 
Parecería que todo es más fácil alrededor de una mesa bien servida. Es que la mesa nos habla de algo muy vital, como es el alimento cotidiano. Cuando se comparte la mesa se está compartiendo algo que es necesario cada día para reponer las fuerzas y reunir las energías que nos demanda el desgaste cotidiano. Compartir una mesa es compartir lo que nos sostiene cada día...
 
También Jesús, en el momento culminante de nuestra salvación, cuando se disponía a marchar hacia la Cruz, se sentó con los Apóstoles a una Mesa, en la Ultima Cena (que fue la primera Misa), y renovó la Alianza inquebrantable del Amor de Dios por todos los hombres...
 
2. LA ALIANZA DE JESÚS CON NOSOTROS SE SELLÓ CON SU SANGRE, EN UNA MESA... En la mesa de la Ultima Cena, cuando instituyó la Eucaristía, Jesús llevó a su culmen su entrega total, para nuestra salvación. Todo lo que había tomado de nosotros (su humanidad), lo entregó en el Altar (eso fue la mesa de la Ultima Cena) anticipadamente. Y enseguida lo concretó en la Cruz, derramando su Sangre y entregando su Cuerpo, que ya había puesto en manos de los Apóstoles, y en las nuestras, a través de este Sacramento. Y como la Cruz no pudo con Jesús, sino que le abrió las puertas a la Resurrección (la suya, y la nuestra), su Sangre derramada y su Cuerpo entregado se convirtieron en anticipo del Cielo que esperamos, y donde Jesús mismo nos espera...
 
De esta manera, la Alianza inquebrantable de Dios con los hombres, se hizo nueva. De parte de Dios, el contenido de esa Alianza, como nos describe la segunda lectura, es el perdón de los pecados, que siempre pone a nuestra disposición, y la promesa y garantía de la herencia eterna, el Cielo que se abrió para todos los hombres gracias a su entrega y Resurrección. De parte de nosotros, el contenido de esta Alianza lo expresa con toda claridad el pueblo reunido alrededor de Moisés: "Estamos resueltos a poner en práctica y a obedecer todo lo que el Señor ha dicho". Esto significa que la Alianza sellada con la Sangre de Jesús entre Dios y todos y cada uno de nosotros, nos llama a vivir según su Palabra. Jesús es la Palabra de Dios hecha carne, y poner en práctica esa Palabra consiste sencillamente vivir como Él vivió. Por eso:
 
3. TAMBIÉN NOSOTROS SOMOS PAN, PARA SER PARTIDO Y COMPARTIDO... Jesús eligió este signo sacramental de su entrega: el pan, hecho de muchos granos de trigo, que se parte entre todos los que se sientan a una misma mesa. Su Cuerpo y su Sangre se hacen para nosotros alimento, y nos permiten vivir unidos a Jesús y fieles a su Palabra.
 
Ese alimento nos hace capaces de ser también nosotros como un pan que se parte para que alcance para todos, y se sirva y se comparta en la mesa de los demás. Con nuestro espíritu de servicio, con nuestro amor cotidiano, desgastándonos para servir de algo a los que nos rodean y tienen derecho a esperar algo de nosotros (es decir, nuestros prójimos), somos pan que se parte en la mesa que Dios sirve a nuestros hermanos, y que ellos pueden compartir, si nosotros no se lo impedimos...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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