Esta fue mi predicación de hoy, 19 de febrero de
2012, Domingo
VII del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico B, en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar Marín:
I.- Vídeo,
en
Youtube y
en
Facebook
II.- Versión escrita
III.- Lecturas bíblicas de la Misa
1.
LA VIDA NO
CONSISTE SÓLO EN SUPERAR LOS OBSTÁCULOS... Siempre corremos el
peligro de caer en esta simplificación que nos convierta la vida
sólo en una carrera de obstáculos, como si saber superarlos
bastara para darle a ella su sentido...
Por ejemplo, cuando nos duele algo (es ocasión para recordar
esta broma que seguramente hemos oído y dicho muchas veces: una
vez que
hemos cumplido 40 años, si al levantarnos no nos duele nada, es
muy
probable que ya nos hayamos muerto). Quizás nuestra primera
reacción
sea visitar a un médico, para pedirle que nos dé algo que nos
quite el
dolor, suponiendo que éste es un obstáculo para nuestra felicidad
que necesitamos superar sin demora...
Sin
embargo, calmar no es lo primero que
tenemos que hacer. El dolor tiene una función, que no hay que
descartar. El dolor físico del cuerpo tiene la importante función
de
avisarnos algo que anda mal, algo que no está funcionando. Por lo
tanto, cuando tenemos un dolor, por ejemplo un dolor de cabeza que
se
hace insistente, no basta con tomar un analgésico. Eso puede
quitarnos
el dolor, pero seguramente no pone remedio a lo que nos está
pasando.
Sirve sólo para suprimir el aviso, pero no la dificultad sobre la
que
el dolor nos está avisando. Sería como no atender al cartero
porque no
queremos recibir una mala noticia, y pensamos que quizás la traiga
en
una carta. Podremos no recibir la carta y no enterarnos de la mala
noticia, pero lo que ha sucedido será un hecho y una mala noticia,
nos
hayamos o no enterado. Por eso lo que más necesitamos ante el
dolor no
es suprimirlo, al menos no es suprimirlo antes de saber su causa,
sino
saber qué es lo que está pasando...
A veces puede pasarnos como a los cuatro amigos del
paralítico, que lo bajaron por el techo delante de Jesús,
esperando
verlo caminar por milagro: también nosotros, muchas veces,
buscamos
resultados, incluso inmediatos, sin disponernos al esfuerzo que
necesitamos para alcanzarlos...
2. PARA EL QUE
VA DE CAMINO, LO PRINCIPAL ES ENCONTRAR EL RUMBO ADECUADO... Jesús
sabe
dónde comienzan los males que verdaderamente nos hacen daño. No
son las
tormentas (climatológicas y económicas), ni los árboles que se
caen sobre nuestras casas (como me pasó a mí esta semana), no es
la enfermedad o el
fracaso profesional lo que puede destruirnos. Ni siquiera la
muerte
tiene sobre nosotros un poder definitivo. No es la parálisis, como
la
del enfermo del relato que hoy nos presenta el
Evangelio,
ni ningún otro tipo de parálisis (política, social, anímica) la
que más
puede complicarnos la vida...
Para
nosotros, que nacimos de
Dios ya que de Él hemos recibido la vida, y fuimos llamados a
recorrer
el camino de nuestra vida como una marcha hacia a Dios, lo peor
que
puede pasarnos es que perdamos el rumbo. Y precisamente en eso
consiste
el pecado. El término griego utilizado en el Evangelio para
referirse
al pecado, es "
hamartia", que significa precisamente
errar
al
blanco,
perder el rumbo,
dirigirse
hacia el
lugar
equivocado. Por eso la principal ayuda que nos brinda Jesús
(que
sabe bien qué es lo que más nos hace falta), tanto al paralítico
como a
nosotros, es el perdón de los pecados...
El
pecado consiste en abandonar el rumbo que
nos lleva hacia Dios, y dirigirnos exactamente hacia el otro
lado,
dándole la espalda a Dios. Es la soberbia con la que queremos
tantas
veces hacer las cosas sin tomar en cuenta el camino que Dios nos
señala
con su Palabra...
Por supuesto, el pecado, que es el primero y el gran mal,
engendra
muchos otros daños. El pecado lleva a veces a los tormentas
económicas,
y a la recesión, y a la inflación, y a la corrupción, y a la
falta de
solidaridad, y a la violencia, y a tantas otras cosas que son
los males
de nuestro tiempo....
Por eso Dios comienza por allí su gran milagro. Ofrece el perdón
y, con
él, repara el corazón de todos los que están dispuestos a
aceptarlo,
para que podamos enderezar el rumbo. Aceptando el perdón que
Jesús nos
ofrece podemos comenzar a enderezar las cosas, podemos retomar
el buen
camino. De este modo, gracias a la misericordia de Dios, es
posible
para todos los que estemos dispuestos a aceptarla, recuperar
nuestra
mejor dignidad, la de hijos de Dios. Y a partir de allí, también
todo
lo demás puede arreglarse...
3. CUANDO
ACEPTAMOS EL PERDÓN
DE JESÚS, TENEMOS QUE ENDEREZAR EL RUMBO... Por supuesto, el
perdón de
Dios no tiene un funcionamiento automático. Una vez que hemos
aceptado
el perdón de Dios, no podemos quedarnos cómodamente instalados. Es
necesario ponerse de pie nuevamente, como hizo el paralítico
curado por
Jesús, y retomar el camino, ahora en la buena dirección. Nos
dirigíamos
hacia un lado que podemos significar con la flecha roja, símbolo
convencional que puede indicarnos la frustración, el alejamiento
de
Dios, el infierno...
¿Cómo recuperar
el rumbo, cuando lo hemos errado, por nuestra
inadvertencia o por nuestra culpa? ¿Cómo reparar lo que hemos
estropeado en nuestra familia, en nuestros amigos, en nuestro
barrio?
Todas estas cosas pueden hacernos esperar milagros. Pues bien. El
milagro es posible, y Dios está siempre dispuesto a hacer el más
grande, y el más necesario: basta que asumamos nuestras culpas y
responsabilidades, y Dios nos espera con el milagro de su perdón.
A
partir de allí, será posible reconstruir lo que hemos estropeado.
El
perdón que Dios nos ofrece nos permite cambiar de rumbo. En eso
consiste precisamente la conversión, a la que somos llamados por
la
misericordia de Dios. Aceptando el perdón de Dios, podemos
ponernos
nuevamente en camino, con el rumbo que Dios mismo nos marca con su
Palabra. Este cambio de rumbo, señalado con la flecha celeste, nos
encamina hacia el Cielo al que Dios nos ha llamado, con nuestro
amor cotidiano...