Esta fue mi predicación de hoy, 4 de noviembre de
2012, Domingo
XXXI del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico B en el Hogar Marín:
I.- Vídeo,
en
Youtube y
en
Facebook
II.- Versión escrita
III.- Lecturas bíblicas de la Misa
1.
EN
CIERTAS OCASIONES NO BASTA ESTAR CERCA, ES NECESARIO ESTAR
ADENTRO... Sucede si se quiere vivir con intensidad lo que
acontece en una gran partido en una cancha de fútbol. Los que
viven alrededor del famoso "Cilindro" de Avellaneda, Estadio del
Racing Club, ciertamente se ven afectados cuando este Club o su
vecino de pocas cuadras de distancia disputan allí un partido
importante. Las calles se les llenan de simpatizantes de los
equipos contendientes, el tránsito se interrumpe en muchas calles
para facilitar el acceso peatonal, terminado el partido quedan las
huellas que dejan los concurrentes arrojando papeles y otra
cantidad de cosas por la calle, pero eso no les alcanza para vivir
el espectáculo, que sólo perciben en toda su magnitud los que han
entrado al Estadio. Hasta la Televisión, cuando el partido se
transmite en directo, trata de acercarnos a lo sucede dentro de la
cancha con primeros planos de los protagonistas, cuando se saludan
o cuando se dicen otras cosas que no son precisamente saludos,
pero en realidad para vivir todo lo que sucede en el Estadio
cuando hay un gran partido es necesario estar adentro...
Algo parecido sucede con el
Hogar Marín, en el que viven noventa ancianos pobres, que no
cuentan con los más elementales medios para atender a sus
necesidades más básicas. Muchos ancianos quieren vivir aquí, y de
hecho es muy larga la lista de los que esperan que haya para ellos
un lugar, porque han conocido a través del relato de otros la
inmensa caridad y el cálido servicio que reciben todos los
residentes, gracias al amor de las Hermanitas de los Pobres y la
colaboración de los bienhechores y de los voluntarios, así como la
eficiencia y buena voluntad de las empleadas y los empleados. Pero
en realidad, por mucho que se imaginen, por lo que les han contado
o por haber visitado el Hogar alguna vez, no pueden llegar a darse
cuenta todo lo que significa ser parte de esta comunidad de amor
formada por las Hermanitas, los voluntarios y bienhechores, las
empleadas y empleados y los residentes del Hogar, que algunos nos
animamos a definir como "anticipo del Cielo", hasta que están
adentro...
Algo
semejante sucede con la vida de la fe. Por eso la Carta Apostólica
con la que el Papa Benedicto XVI declaró el año de la Fe que
estamos viviendo desde el 11 de octubre pasado hasta el 24 de
noviembre de 2013 con ocasión de los cincuenta años del inicio del
concilio Vaticano II se llama, según sus dos primeras palabras en
latín,
Porta
Fidei, para indicarnos la necesidad de "estar
adentro", entrando precisamente por la "Puerta de la Fe". Hace
pasar por esta puerta, siempre abierta, para ir al encuentro de
Jesús...
Por eso vale la pena prestar especial atención a las palabras que
Jesús hoy nos dice también a nosotros, cuando se dirige al escriba
que le preguntó sobre los mandamientos. La respuesta que le dio
nos sirve a todos, ya que cuando se trata del Reino de Dios, no
basta con estar cerca, ni siquiera con no estar lejos, como a él
le sucedía, ya que lo que realmente hace falta es "estar
adentro"...
2. EL AMOR AL
QUE JESÚS NOS LLAMA NOS HACE ENTRAR EN SU REINO... Puede ser que
tengamos muchas cosas que hacer, y no nos alcance el tiempo para
todo. Eso hace que siempre sea necesario comenzar por lo más
importante, y dejar que todo lo demás se desprenda desde allí. Y
lo más importante será siempre el amor. Todos nosotros somos
frutos del amor de Dios, y por eso, hechos a su semejanza, hemos
sido hechos para el amor. Es nuestra capacidad, es nuestra
posibilidad y es nuestra felicidad, corresponder con amor al amor
con que Dios nos trata...
Puestos a amar a
Dios, nos dice Jesús que no hay otro modo de hacerlo que no sea
con todo el corazón, con toda el alma y con todo el espíritu.
Si
así manifestamos nuestra simpatía cuando vamos a alentar un equipo
de fútbol en la cancha, ¿cómo no vamos a poner esa intensidad
cuando se trata de lo más importante, responder al amor de Dios,
del cual proviene nuestra vida? En todo lo que hemos vivido hasta
hoy cada uno de nosotros puede percibir mil y un signos del amor
de Dios, de quien viene todo lo bueno que nos ha pasado. A ese
amor es al que respondemos con nuestro amor paciente y
perseverante de cada día. Se trata de un Amor que es necesario
escribir con mayúsculas, es decir, un compromiso perseverante de
hacernos cargo del bien que debemos a los demás, como gratitud
debida al Amor con el que Dios nos trata cada día. Se trata así de
un Amor que realmente unifica nuestra vida, porque en todo
estaremos dispuestos a responder con amor...
El amor así entendido se convierte en algo realmente serio, y se
encuentra necesariamente con la Cruz, como le sucedió al mismo
Jesús, ya que ocuparse del bien de los demás siempre requerirá
de nosotros un esfuerzo perseverante. En el amor al que Jesús
nos invita siempre ocupará Dios el primer lugar, pero
inmediatamente de la mano de este amor a Dios irá el amor a
nuestros hermanos. Cuando queremos en serio a alguien, entran
también en nuestro afecto todos los que son queridos por él. De
la misma manera, amando a Dios, necesariamente nuestro amor
abarca también a todos los que Él quiere, es decir,
absolutamente a todos, porque nadie queda excluido del amor de
Dios...
Podemos pensar a veces que tenemos muchas razones para no querer
a alguien, y hasta para enojarnos con muchos. Sin embargo,
siempre tenemos al menos una razón, y mucho más poderosa que las
otras, para querer a todos y cada uno de nuestros prójimos, y es
simplemente que Dios los quiere...
3. EL AMOR A
DIOS SE HACE VISIBLE A TRAVÉS DE NUESTRO AMOR FRATERNO... El amor
a Dios siempre va primero, porque nadie está por encima de Dios.
Por eso nuestra respuesta al amor de Dios siempre comenzará por la
oración, en la que encuentra su alimento. No es posible imaginar
que se pueda vivir sin respirar, porque el oxígeno es para
nosotros una fuente vital de energía. De la misma manera no es
posible imaginar que se pueda vivir la fe si no es con una oración
perseverante que nos hace descubrir cada día el amor de Dios
presente en nuestra vida, y nos permite al mismo tiempo responder
de una manera consciente y agradecida a tanto amor recibido de
manera continua...
Pero el amor a
Dios no está completo si sólo queda encerrado en nuestro corazón o
se manifiesta sólo en nuestra oración de cada día. Porque el
mandamiento del amor a Dios se completa con uno semejante, que
Jesús pone a la par del primero: el amor a nuestros hermanos. Y en
realidad, podemos pensar con certeza que el amor a Dios y a
nuestros hermanos no son dos realidades totalmente distintas, sino
dos caras de una misma moneda. Por esta razón, cuando nuestro amor
se vuelca hacia nuestro prójimo, es decir, hacia quienes están
cerca o al lado de nosotros y tienen derecho a esperar algo de
nosotros, se hace verdaderamente visible...
Por eso es
posible que no se trata de dos, sino de un solo mandamiento. El
amor al prójimo es parte integrante del único mandamiento del
amor, el más importante de toda nuestra fe. Querer a los demás
como a nosotros mismos no es más que el modo visible que toma
nuestro amor a Dios...
Por eso, en los momentos en los que nos parezca que nos vemos
sobrepasados por las cosas que pesan sobre nuestros hombros y las
tareas que nos esperan, será un buen modo de encontrar qué es lo
más importante y lo que no podemos dejar de lado, dejar que la fe
nos recuerde el amor de Dios, siempre presente, y que esa fe
marque el rumbo a nuestros corazones. En definitiva, nos dice
Benedicto XVI, la fe crece cuando se vive como una experiencia de
un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y
gozo (cf. Benedicto XVI, Carta Apostólica
Porta
Fidei, n. 7). Animados por la fe, será el amor el
que
no solamente nos permita estar no solamente cerca del Reino de
Dios, sino verdaderamente adentro...