Esta fue mi predicación de hoy, 28 de octubre de
2012, Domingo
XXX del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico B, en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar Marín:
I.- Vídeo,
en
Youtube y
en
Facebook
II.- Versión escrita
III.- Lecturas bíblicas de la Misa
1.
PASAN MUCHAS COSAS QUE NOS
PARECEN INJUSTAS Y NO ALCANZAMOS A ENTENDER... Cada uno podría
hacer su lista personal de las cosas que a lo largo de la vida lo
han sorprendido, no ha podido entender y hasta lo han hecho
enojar. Cuanto más camino se haya recorrido (es decir, cuanto más
larga haya sido la vida hasta el día de hoy), seguramente también
será más larga esta lista. Es posible que muchas de esas cosas
estén en la lista de todos, porque han sido pesos, sorpresas o
desazones que se han cargado sobre los hombros de todos...
De todos modos,
muchas cosas nos pueden enojar. La corrupción produce hambre en
Argentina, y causa la muerte o impide el desarrollo físico y
mental de muchos. De esta injusticia hacemos responsables a muchos
políticos que actúan como piratas. Pero no se puede achacar esto
sólo a los políticos. En Argentina más del 80 % de la población se
dice católico, y los políticos son un porcentaje ínfimo de la
población. Si los católicos fuéramos fieles a nuestra fe,
incompatible con la corrupción, y si ésta fuera culpa sólo de los
políticos, no podría superar el 20 % de la vida económica de
nuestro país. Sin embargo, todo parece decirnos que ese porcentaje
es mayor. No es cuestión entonces sólo de los políticos, y no es
sólo cuestión de lo
s que no tienen fe...
Puede resultar incomprensible que a las personas que eligen no
dar oídos a su conciencia y hacer todo lo que les conviene sin
importarles pasar por encima de los derechos de los demás,
parezca que se las hace más fácil y exitoso el camino. Parece
todo más difícil para los que obedecen a su conciencia: Dios
habla a través de ella e impulsa a tener en cuenta al prójimo,
haciéndose cargo del bien de todos y no sólo del propio. Ante
esto nuestra oración puede convertirse en un grito que se dirige
a Dios que pasa ante nosotros por el camino, como el grito del
ciego Bartimeo, que tampoco podía ver, y seguramente tampoco
comprender, ante el paso de Jesús...
2. JESÚS NOS ABRE LOS OJOS,
PARA QUE PODAMOS VER TODO Y CREER... El problema del ciego
parecía estar en los ojos. Sin embargo, su súplica no se quedó
allí. Se dirigió a Dios humildemente, pidiéndole que tenga
piedad de él. Si seguimos su ejemplo, ante todo lo que nos
resulta incomprensible no nos vamos a limitar a pedirle a Dios
que nos explique lo que no entendemos, sino que humildemente le
pediremos que nos abra los ojos y nos permita ver. El ciego
recibió de Jesús la apertura de sus ojos, pero le pasaron cosas
mucho más importantes: encontró la salvación por la fe, y siguió
a Jesús...
La Asamblea General del Sínodo de los Obispos, que en este mes
se celebró en Roma, que trató sobre la Nueva Evangelización a la
que se ve llamada la Iglesia hoy, señaló con claridad en su
Mensaje
Final, con la misma conciencia que el mendigo ciego, que
el primer paso para creer y anunciar el Evangelio, es la
conversión, volver el corazón a Dios...
Pensemos ahora en nosotros.
Es posible que los ojos nos funcionen más o menos bien. Pero con
eso no alcanza para entender en qué consiste la vida.
Necesitamos la fe. Ese don, que viene de Dios y que Él no niega
nunca a quien lo pide con insistencia y lo cultiva con
dedicación, es el que verdaderamente nos permite ver más allá, y
creyendo, también entender. La fe nos abre los ojos, y si hace
falta nos da unos anteojos que nos permite ver las cosas en su
verdadera dimensión, sabiendo que todo es pasajero mientras
vamos camino al Cielo, y en esa meta permanecerá sólo lo que
tenga la consistencia del amor, lo único que dura para
siempre...
Por otra parte la fe nos
abre de tal modo los ojos, que nos ayuda a mirar siempre todo el
horizonte, y más allá de él. Sabremos de esa manera que la vida
no se limita sólo a lo que se ve. Esto es sólo un tramo del
camino, y ciertamente el más corto, frente a toda la eternidad a
la que estamos llamados, por la misericordia de Dios, que nos ha
hecho para el Cielo. ¿Quién puede decir, entonces, mirando a
"los malos", que todo les resulta más fácil, y les va mejor que
"a los buenos"? Eso, en todo caso, si fuera cierto, valdría
sólo
si miramos este corto tramo de la vida que sucede en esta
tierra, pero no para el tramo que más importa, para el que
fuimos hechos, para el Cielo, que la fe nos permite ver. Lo que
hacemos o dejamos de hacer nos hace avanzar o nos lleva para
atrás en la escalera por la que se sube al Cielo.
En esa escalera sólo se avanza haciendo el bien, respondiendo
con amor, desde la fe, al desafío que nos presenta la vida cada
día. Dios espera nuestra respuesta coherente a Jesús, que nos
llama a seguirlo en el camino de la vida. Por eso el
Mensaje
Final de la Asamblea General del Sínodo de los Obispos que
trató sobre la Nueva Evangelización pone en claro que la novedad
no estará en una palabra distinta que haya para decir, sino en
la renovación del corazón y de la fe de los que creen...
3. JESÚS NOS ABRE LOS OJOS,
PARA QUE LO SIGAMOS EN EL CAMINO DE LA VIDA... Como al ciego,
entonces, Jesús nos abre los ojos, y nos hace ver el horizonte
completo. Eso nos ayuda a asumir nuestra condición de
peregrinos. Es verdad que creerle a Jesús y entender toda la
vida desde la fe puede presentarnos algunas aristas duras de la
vida. Pero al mismo tiempo nos muestra que es un camino que vale
la pena recorrer...
Conviene tener
en cuenta que nuestra peregrinación no se acaba en la frontera
cercana del "sobretodo de madera", que nos será puesto cuando
hayamos muerto. Nuestra meta está en el Cielo, somos peregrinos de
la Vida eterna. Y nuestra meta, que está allá, reclama nuestra
disposición aquí, para asumir las cruces que inevitablemente
aparecerán en la marcha. La decisión de seguir el camino por el
que Jesús nos llama requiere un esfuerzo. No faltarán los que nos
pongan piedras que van a dificultar nuestra marcha. Pero podemos
tener la tranquilidad de saber que Jesús estará siempre con
nosotros a lo largo de todo el camino, porque nos llama a seguirlo
por una huella que Él ya ha recorrido...
Para esta marcha no hace
falta llevar demasiadas cosas en la mochila. En realidad, lo único
necesario es que en la mochila haya espacio, el más grande
posible, para la fe. Tendremos que llevar siempre la Palabra de
Dios, escrita en la Biblia y viva continuamente en la predicación
de la Iglesia, para alimentar nuestra fe. También tendremos que
tener el cuidado de mantener encendida esta fe, que los vientos y
las tormentas tratarán de apagar a cada paso a lo largo del
camino. Tenemos, por una parte, la responsabilidad de cuidar y
alimentar esa fe cada día. Pero además tenemos también el
compromiso de ir aplicándola en todos los aspectos y en todos los
ámbitos de nuestra vida...
Sólo de esa manera podremos seguirlo a Jesús por todo el camino de
la vida. Esa constancia y perseverancia en la marcha es la que nos
permitirá alcanzar la meta a la que hemos sido llamados. El mismo
Jesús se nos ha anticipado con su muerte en la Cruz, nos ha
abierto las puertas de la Casa de su Padre con su Resurrección, y
nos ha invitado a la Fiesta que nos tiene preparada en el Cielo. Y
esta fiesta sí que es para todos, es para todos los que se animen
a seguir fielmente el camino de la fe...