Esta fue mi predicación de hoy, 14 de octubre de
2012, Domingo
XXVIII del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico B, en la Abadía
Santa Escolástica y en el Hogar Marín:
I.- Vídeo,
en
Youtube y
en
Facebook
II.- Versión escrita
III.- Lecturas bíblicas de la Misa
1.
UN VIAJE ES
UNA BUENA METÁFORA DE LA VIDA, Y DEL CAMINO DE LA FE... Cualquier
viaje es siempre una buena metáfora de la vida. En primer lugar
porque para emprender un viaje hace falta ponerse por delante una
meta, sea ésta una meta geográfica, física o espiritual. Y también
la vida adquiere sentido en la medida en que nosotros nos ponemos
por delante una meta a la que queremos llegar a través de ella, la
meta ilumina, orienta y da sentido a la vida...
Pero
además un viaje no permite llevarse todo lo que uno tiene, no se
puede viajar "con la casa a cuestas", cada vez que nos ponemos de
viaje será mucho más lo que tendremos que dejar que lo que
podremos cargar en las valijas. Así es también en la vida, no se
puede "tenerlo todo", no se puede ir por la vida queriendo tener
siempre todas las alforjas llenas. Los viajes nos enseñan la
gimnasia de desprendernos de lo que no es esencial, y esto resulta
una gran enseñanza para caminar bien en la vida: : concentrarse en
lo esencial, en lo que sirve para el camino de la vida...
Pero si un
viaje resulta siempre una buena metáfora de la vida, lo es de
manera especial para el camino de la fe. La vida se hace una
peregrinación cuando afrontamos el camino animados por la fe. La
fe nos mueve y la fe pone a nuestro alcance la meta, aquello a lo
que Dios nos llama, que es la Vida (así, con mayúsculas). Por eso
cuando el Papa nos propuso este
Año
de la Fe, que hemos comenzado el pasado jueves 11 de
octubre, lo hace proponiéndonos que este año sea un camino de fe.
Se trata de avanzar por el desierto de este mundo descreído en el
que estamos para levantar a los heridos del camino, que sin la fe
sufren demasiado la fe en este desierto...
Benedicto XVI nos dice que el Concilio Vaticano II, de cuyo inicio
se cumplieron el pasado 11 de octubre cincuenta años, aunque no
haya dedicado un documento específico a la fe, todo él nos propone
a través de todos sus documentos un camino de fe. Es la fe de
siempre, ya que no se trata de una fe distinta a la de los siglos
pasados y a la de los siglos que vendrán. Es la fe de siempre,
pronunciada y profesada de un modo que pueda ser entendida en el
desierto de la incredulidad por el que nos toca avanzar, para que
la Palabra de Dios pueda seguir siendo escuchada y respondida con
fidelidad...
2. DIOS NOS HIZO PARA EL
AMOR, Y EL AMOR NO TIENE MEDIDA... El camino de la fe es al mismo
tiempo un camino de amor. Dios nos ofrece un tesoro, en el Cielo,
nos hizo capaces de gozar para siempre de su presencia amorosa, y
nos ha invitado a caminar hacia allí aceptando el camino que nos
lleva a Él, y ese camino es el camino del amor...
Pero para aceptar este camino y ponernos en marcha, no sirven las
especulaciones. Se trata de seguirlo a Jesús, que con su vida nos
muestra el camino que lleva al Cielo. No caben las especulaciones
porque no se puede seguir a Jesús a medias. El amor con el que se
responde a Dios es "con todo", o no es tal. El hombre que se
acercó, con buena voluntad, a preguntarle a Jesús cómo debía hacer
para llegar a la Vida eterna, buscaba para su vida una buena meta,
y se encontró en la respuesta de Jesús con el camino del amor, que
no admite medida...
A la llamada de Jesús se
responde con la fe, esa respuesta es un camino, y es el camino del
amor que se recorre durante el camino de la vida. Es un camino de
servicio en el amor, servicio a Dios y a nuestros hermanos. Es en
esto donde no cabe la medida. Para responder así hace falta la fe.
Un amor sin de está siempre a merced de la duda, nos dice
Benedicto
XVI. Nos lo muestra la experiencia, tan dolorosa, de la
cantidad de matrimonios que fracasan: un amor sin fe caerá muchas
veces en la tentación de echarse atrás...
Por eso nos ayuda mirar las personas que han caminado en el amor
con fidelidad. Enseguida nos daremos cuenta que son personas que
han caminado en la fe. Pensemos por ejemplo en la beata Teresa de
Calcuta, a quien el beato Juan Pablo II siempre llamó "Madre",
ella emprendió el camino del servicio en el amor a los últimos
movida por la fe...
Por eso es que hay que hacer
crecer siempre la fe, para poder vivir siempre el amor al que Dios
nos llama.
Benedicto
XVI nos dice, cuando nos invita a vivir este Año de la Fe,
algo muy sencillo: para crecer en la fe, hace falta creer, se
crece en la fe "creyendo", abandonándose en las manos de Dios,
sabiendo que estaremos al cuidado de sus manos paternales que
siempre cuidan de sus hijos...
Hay que crecer en la fe para sostenerse firmes en el amor. Por
supuesto, una fe sin amor es una fe "muerta", que no da frutos, no
tiene ni puede dar vida, pero crecer en la fe ayuda a vivir en el
amor. Es la fe que creemos, y que nos hace bien revisar, para
saber bien en qué creemos cuando creemos en Jesús muerto y
resucitado para nuestra salvación. Es la fe que celebramos en la
Liturgia, para alabar a Dios y llenarnos de sus dones, como
estamos haciendo ahora en esta Misa. Es la fe que vivimos en el
amor cotidiano. Es la fe que rezamos y con la que rezamos cada
día. Por eso, para alimentar el amor hay que alimentar la fe, que
nos sostiene en el camino de la vida...
3. PARA SEGUIR A
JESÚS, HAY QUE ESTAR LIBRE DE TODAS LAS ATADURAS... Por eso, Jesús
nos enseña hoy el mejor modo de estar dispuestos a seguirlo, que
es librándonos de todas las ataduras. Para alcanzar a Jesús, de
manera definitiva en la vida eterna, se necesita la libertad que
reclamar el amor. El joven que escuchó el llamado de Jesús se fue
entristecido, porque muchas cosas lo tenían atado y le impedían
responder con generosidad...
La libertad es
una condición necesaria para el amor. Todo lo que aparece en
nuestra vida ayuda a crecer en el amor, si estamos dispuestos al
amor ("Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo
aman" [Romanos 8, 28]). Podríamos decir que para amar hace falta
tener la libertad de los pájaros que pueden levantar vuelo....
Es lo que hace falta para responder a Dios, que nos espera
pacientemente. El mismo Dios, a quien le debemos todo, nos indica
el camino pero espera paciente una respuesta, como hizo con el
joven, que por falta de coraje para comprometerse con el amor se
marchó entristecido...
Para aceptar la invitación de Jesús y caminar hacia el Cielo, hay
que estar dispuestos a todo, librándose de todas las ataduras. Ni
la riqueza ni la pobreza, ni la salud ni la enfermedad, ni la
tristeza ni la alegría, tienen que atarnos. En definitiva, hay que
seguirlo a Jesús por el camino de la fe, viviendo el amor, para
llegar a una meta muy alta, tan alta como la que el mismo Jesús
nos propone: el Cielo, la meta de la Vida...