Esta fue mi predicación de hoy, 7 de octubre de
2012, Domingo
XXVII del Ciclo Litúrgico B, en el Hogar Marín:
I.- Vídeo,
en
Youtube
y
en
Facebook
II.- Versión
escrita
III.- Lecturas
bíblicas de
la Misa
1. LAS
COSAS SON LO QUE
SON, Y NO LO QUE QUERAMOS QUE SEAN... A veces, cuando las cosas
nos resultan duras, queremos cambiarlas un poco suavizando las
palabras, pero como dice el refrán, "la mona, aunque se vista de
seda, mona queda", es decir, las cosas son lo que son, aunque no
nos gusten y queramos disfrazarlas...
Quizás nos resulte dura la muerte, y entonces prefiramos decir
que alguien "falleció", y no que murió. También puede ser que
prefiramos hablar de una enfermedad mala, en vez de decir que
alguien tiene cáncer. Cuando se trata de inflación, de nada
sirve utilizar cifras que pretendan disfrazar la realidad,
cuando se va a hacer las compras cotidianas la realidad golpeará
con las cifras reales de inflación, con más contundencia que la
que tienen las "dibujadas"...
También el matrimonio es
hoy una realidad dura y difícil que cuesta asumir con todo su
valor y con todas sus consecuencias. Decimos u oímos decir,
entonces, que es muy difícil que pueda durar para toda la vida,
y que, en todo caso, si alguien fracasa en el intento, no se le
puede negar el derecho a "rehacer" su vida (como si la vida
admitiera "ensayos", y si no sale bien, se pudiera hacer lo que
se hace con un borrador de una carta: tirarlo y empezar de
nuevo)...
Así es como hoy algunos critican a la Iglesia acusándola de ser
retrógrada y proponiendo que se "actualice", que deje de
predicar al matrimonio como una realidad indisoluble, sin lugar
para el divorcio. Teniendo en cuenta que hoy hay muchos
matrimonios que se divorcian, se piensa que la Iglesia tendría
que sintonizar con las corrientes de nuestro tiempo porque si no
se quedará sin fieles, ya que hoy no se puede sostener una
posición tan inflexible sin perder actualidad...
2. SON UNA SOLA CARNE; EL
HOMBRE NO SEPARE LO QUE DIOS HA UNIDO... En este contexto
resuenan tan actuales como siempre las palabras de Jesús, que
nos recuerdan lo que Dios ha hecho del matrimonio. No es la
primera vez que el divorcio está tan extendido. Sucedía en
tiempos de Jesús, tanto en el Imperio romano, conocido por su
visión divorcista del matrimonio, como dentro del pueblo judío,
que había llevado a Moisés a reglamentar el modo en el que podía
admitirse el divorcio...
Pero al principio no fue así. Y ahora tampoco. Porque hemos
salido de las manos de Dios como hombre y mujer, hechos para
complementarse de una manera afectiva y efectiva, haciéndose una
"sola carne". Esta expresión va mucho más allá de una mera
entrega sexual, más o menos perdurable. Nos habla de una unión
de toda la vida, de un trabajo continuo, que se asume
libremente, de hacer de dos voluntades, de dos inteligencias, de
dos modos de ver las cosas, una unidad que se asienta y se
construye en el amor y en la entrega de toda la vida, renovada
cada día. El sacramento del matrimonio hace posible que los
cristianos que se casan, se hagan "socios" de Dios en el
matrimonio. Se dan un "sí" que compromete a Dios, ya que Él
mismo los une con un vínculo que es fuente de gracia y de amor,
y que por eso nadie, ni siquiera ellos mismos, pueden destruir,
ya que dura para toda la vida. Así el matrimonio no es una
especie de cárcel inexpugnable, sino un camino al Cielo a través
de la entrega mutua...
Alguno podría preguntarse por qué entonces hoy tantos
matrimonios fracasan, se separan, se divorcian y emprenden otro
camino con la ilusión de poder "rehacer" la vida. Jesús nos dice
que eso, que ya pasaba en su tiempo, se debe a la dureza del
corazón, es decir, a la existencia del pecado, que nos hace
débiles, inconstantes en el amor, prontos a cambiar de rumbo, y
también egoístas, en diversas medidas. También hoy, como antes,
el matrimonio está plagado de dificultades y muchas veces los
cónyuges pueden verse tentados por el desaliento...
Como
decía
hace
unos años el R. P. Raniero Cantalemessa OFM, predicador
del Papa, comentando este Evangelio, los cónyuges pueden verse
tentados a decir, ante las dificultades: «estoy harto de esta
vida», «me marcho», «si es así, ¡cada uno por su lado!». Si se
dejan llevar por la mentalidad clásica de nuestro tiempo, «usar
y tirar», y la aplican al matrimonio, el resultado es mortífero.
Pero en el matrimonio hay que volver a la práctica de «usar y
remendar», hay que practicar este arte del remiendo en el
matrimonio. Remendar los desgarrones. Y remendarlos enseguida.
Nos dice el predicador del Papa que en este proceso de
desgarrones y recosidos, de crisis y superaciones, el matrimonio
no se gasta, sino que se afina y mejora. Y señala una analogía
entre el proceso que lleva hacia un matrimonio exitoso y el que
lleva a la santidad...
En su camino hacia la
perfección, los santos atraviesan a menudo la llamada «noche
oscura de los sentidos» en la que ya no experimenta ningún
sentimiento, ningún impulso; tienen aridez, están vacíos, hacen
todo a fuerza de voluntad y con fatiga. Después llega la «noche
oscura del espíritu» en la que entra en crisis no sólo el
sentimiento, sino también la inteligencia y la voluntad. Se
llega a dudar de que se esté en el camino adecuado, si es que
acaso no ha sido todo un error; oscuridad completa, tentaciones
sin fin. Se sigue adelante sólo por fe. ¿Entonces todo se
acaba?, se pregunta el R. P. Cantalamessa OFM, y se responde
rápidamente que al contrario, ese camino es una purificación.
Después de pasar por estas crisis los santos se dan cuenta de
cuánto más profundo y más desinteresado es ahora su amor por
Dios, respecto al de los comienzos. Y lo mismo puede suceder en
el matrimonio, que es también un camino de santidad...
Jesús lo dice con claridad, y esto no ha cambiado: "El que se
divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio
contra
aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con
otro, también comete adulterio". Y entonces, ¿cómo
hacemos en
nuestro tiempo, en el que, incluso en los colegios católicos,
una buena parte de los padres de los alumnos se encuentran en
esta situación, que Jesús llama con todas las letras, sin buscar
palabras más suaves, "adulterio"?...
3. HOY HAY QUE AYUDAR A
TODOS, SIN ECHARLE AGUA AL EVANGELIO... En primer lugar, ya que
las cosas son lo que son, vale la pena no distraerse buscando
otro modo de llamarlas, porque sólo asumiéndolas como son, es
posible ponerles alguna luz, y encontrarles alguna salida...
En segundo lugar, conviene
recordar, como nos decía el Beato Juan Pablo II hace ya más de
30 años (cf.
Familiaris
consortio, n. 84), que no podemos abandonar a su
propia suerte a quienes, habiendo fracasado en su matrimonio,
han hecho una segunda unión, sin poder casarse por la Iglesia.
Habrá que discernir bien las situaciones, porque en algunos
casos habrá mucha culpa, en otros poca, y en algunos ninguna...
En todo caso, siempre tendremos que ocuparnos de los que viven
esta dolorosa situación, para que no se consideren separados de
la Iglesia. Es verdad, no podrán recibir los sacramentos de la
reconciliación y de la comunión, pero necesitan, como todos
nosotros, participar de la vida de la Iglesia. La Palabra de
Dios es para ellos alimento necesario, como para nosotros.
Necesitan de la oración, están llamados a vivir la caridad, es
su misión educar cristianamente a sus hijos y tienen derecho a
que los ayudemos a hacerlo. Con palabras del Beato Juan Pablo
II, ellos [como por otra parte todos nosotros, agrego], "pueden
obtener de Dios la gracia de la conversión y de la salvación si
perseveran en la oración, en la penitencia y en la caridad" (
Familiaris
consortio, n. 84). En definitiva, tenemos que
ayudar
a todos sin echarle agua al Evangelio. Silo hiciéramos, ni a
ellos ni a nosotros nos serviría...