Esta fue mi predicación de hoy, 9 de septiembre de
2012,
Domingo XXIII del Ciclo Litúrgico B, en el Hogar Marín:
I.- Vídeo,
en
Youtube y
en
Facebook
II.- Versión escrita
III.- Lecturas bíblicas de la Misa
1.
TODO
TIENE SU FUNCIÓN: LA BOCA SIRVE PARA HABLAR, LOS OÍDOS PARA OÍR...
Todo
nuestro organismo es un ejemplo maravilloso de armonía, equilibrio
y
funcionalidad. En él cada parte tiene su propia función, y la
salud
consiste en el buen funcionamiento de cada uno de sus órganos y en
el
armonioso equilibrio entre todos ellos. Cuando uno deja de
funcionar y
se
pierde ese equilibrio, no decimos que se nos haya enfermado "un
oído" o "una pierna", somos conscientes que somos nosotros mismos
los estamos enfermos. Cada parte del cuerpo tiene una función, y
hace falta que todas
anden bien, para que estemos "bien". Pero basta que "una parte" se
enferme, para que cada uno tenga que decir de manera personal e
intransferible
"estoy enfermo"...
Aun que algunas partes del
cuerpo que no funcionen bien, es posible subsistir. Pero lo que
resulta imprescindible y siempre hace falta que
funcione bien, porque de otro modo todo el resto está perdido y no
sirve para mucho, es el corazón. Me refiero en primer lugar al
corazón
que "palpita" y hace circular la sangre por todo el cuerpo, ya que
sin
él se acaba la vida, pero también a algo más...
Pero también
me refiero, y especialmente, a ese "corazón" que está un poco más
adentro, ese que
identificamos como la sede de todos los sentimientos y las
pasiones,
del entendimiento y de la voluntad, ese "centro de la persona",
intangible e inasible para la medicina, que está en el interior de
cada
uno de nosotros y al que también llamamos corazón tiene que "andar
bien", para que nosotros estemos bien...
Si no nos funcionan los oídos nos quedamos sordos, pero eso lo
podemos
suplir. Leyendo nos podemos enterar de lo que los demás
piensan y
podemos
intercambiar con ellos. Si no nos funciona la boca la podemos
suplir
escribiendo, y
de esa manera hacernos entender. Pero si tenemos cerrado nuestro
corazón, no podemos recibir ni
entender nada de lo que los demás dicen, ni podemos decir nada que
tenga sentido. Por eso dice el refrán, que "no
hay peor ciego que el no quiera ver", y nosotros podríamos agregar
que
no hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor mudo que el
que no
quiera hablar...
Tengamos en cuenta que así como las personas, también los pueblos
y las naciones pueden "cerrar su corazón". Si eso sucede, dejan de
"oír" al otro y de "hablar con el otro", con el que piensa
distinto, haciendo que las cosas se pongan graves, ya que ese
pueblo o nación se ha enfermado. Pues bien, hoy Jesús, que nos
trae la salvación que nos hace
falta, viene a abrirnos los oídos y la boca, como hizo con el
sordomudo que le
presentaron, y a limpiar nuestro corazón, para que funcione
bien...
2. JESÚS
NOS ABRE LOS OÍDOS Y LA BOCA, Y NOS LIMPIA EL CORAZÓN... Nos hacen
falta los oídos para oír la Palabra de Dios, y la boca para poder
anunciarla a otros y compartir con ellos la salvación que Jesús
nos
trae. Pero con ello no alcanza. Jesús mira, primero de todo,
nuestro
corazón, y es allí donde quiere llegar especialmente con su
salvación...
Como con el sordomudo
que pusieron a sus pies, también a nosotros Jesús
llega con signos sensibles de su poder de curación. Al sordomudo
le
puso los
dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Y a
nosotros se
nos acerca con los gestos sensibles de su amor redentor. Nos
"toca" con
cada uno de los Sacramentos y nos habla con su Palabra,
pronunciada
hace veinte siglos en Tierra Santa, y mantenida viva e íntegra, y
pronunciada todo los días por la Iglesia, a través de sus
ministros en
su predicación...
Sin embargo, es claro
que todavía quedan muchas heridas que sanar en los corazones
humanos, y
por lo tanto se hace necesario que la salvación que Jesús nos
trajo
siga predicándose y llevándose a todos los rincones del mundo.
Jesús
enfrentó los males de su tiempo con una Palabra y unos signos
eficaces
de la salvación. Hoy hay que abrir los ojos, los oídos y la boca
de nuestro pueblo, pero sobre todo su corazón. La Iglesia lo hace
lo mismo, cumpliendo la misión
que recibió de Jesús. Cuando nos alerta sobre el escándalo de la
pobreza
que no encuentra remedido, cuando no señala la necesidad, del
diálogo fraterno y del compromiso para construir juntos nuestra
patria, no lo hace para
constituirse en una fuerza de carácter político, sino para
abrirnos los ojos y para ayudarnos a limpiar el corazón, para que
podamos ver con claridad y
responder con amor a las urgencias impostergables de nuestro
tiempo...
Con su Palabra y sus Sacramentos, Jesús va limpiándonos el corazón
todos los días, y va reparando en ellos la imagen de Dios, que
es el
modelo y la medida con la que nos ha hecho, y pacientemente nos va
reconstituyendo, haciéndonos nuevamente a la medida de su amor...
3. SI
JESÚS ESTÁ EN NUESTRO CORAZÓN, LO MOSTRAREMOS CON HECHOS Y
PALABRAS...
Seguramente ya nos hemos dado cuenta, y en todo caso es bueno que
lo
hagamos, que Jesús está cada vez menos presente en la cultura en
la que
vivimos. En estos días se ha hablado mucho de espiritualidad y se
han hechos reuniones multitudinarias con este motivo, y bienvenido
sea, siempre se seguirán frutos buenos de una sana espiritualidad.
Pero no deja de ser llamativo que esto pueda hacerse dentro de un
pueblo en su mayor parte cristiano, sin ninguna referencia a
Jesús. Es posible que en un tiempo
más Jesús llegue a ser un ilustre desconocido, como decía ya Pablo
VI del
Espíritu Santo (¿o acaso hoy todos saben quién es verdaderamente
Jesús,
y por qué nos trae la salvación?)...
Este
desconocimiento de
Jesús, y en muchos casos ignorancia de Dios a secas, propio de
nuestro tiempo, podrá llenarnos de
tristeza, pero nunca nos podrá llevar a la desesperación. También
en tiempos de Jesús
nadie lo conocía. Cuando resucitó y le encargó a los Apóstoles que
lo
predicaran a todos los hombres por todos los rincones del mundo,
Jesús
también era un ilustre desconocido. En su tiempo la familia ya
conocía
un estado decadente como el que tiene en nuestro tiempo, pero la
fe de
los Apóstoles los impulsó a una predicación fiel y fueron capaces
de
dar vueltas las cosas y dejarnos como legado una familia que supo
construirse sobre los cimientos sólidos del amor y la fidelidad. Y
Él
los envió a tender sus manos a todos, haciendo que representaran
las
propias Manos de Dios tendidas a todos para acercarles la
salvación...
Hoy es
posible
mostrarlo a Jesús, con hechos y palabras convincentes, si tenemos
un
corazón limpio y transparente, lleno de Jesús, poniendo en obras
los
gestos de su amor al servicio
de sus
hermanos. Así lo hacen las Hermanitas de los Pobres siguiendo el
ejemplo de la santa Juana Jugan, ocupándose en sus hogares de los
ancianos pobres, acompañándolos y sirviéndolos con
amor en el ocaso de sus vidas, a las puertas de la
eternidad. Así nos mostraba su fe. En definitiva, si dejamos que
Jesús nos limpie cada vez más
el
corazón con sus Sacramentos y su Palabra y esté siempre presente
dentro de cada uno de nosotros, lo haremos visible con nuestro
ejemplo,
palabra y nuestro testimonio, y así estaremos dándolo a conocer,
con
hechos y palabras, haciendo visible a Jesús
en nuestras casas, en nuestros trabajos,
en nuestras calles y en nuestros barrios. La Iglesia tiene la
misión de sanar nuestros corazones para que podamos hacerlo. Hoy
hay que abrir los oídos para que puedan escuchar, hay que abrir la
boca para decir lo que debe decirse. Y nuestra libertad de
escuchar y de hablar para decir todo lo que hace falta decir en
nuestro tiempo, es una libertad que nace de nuestra fe...