Esta fue mi predicación de hoy, 15 de abril de
2012, Domingo II
de Pascua del Ciclo Litúrgico B, en el Hogar Marín:
I.- Vídeo,
en
Youtube y
en
Facebook
II.- Versión escrita
III.- Lecturas bíblicas de la Misa
1. HAY MUCHAS
COSAS QUE SON MUY BUENAS, PERO
QUE NO DURAN MUCHO... Tomemos por ejemplo el periódico. No resulta
algo
especialmente bueno, pero de todos modos, el Domingo viene más
grueso
que cualquier otro día, lleno de secciones especiales, artículos
de
fondo y notas especiales. Por eso en ese día quizás nos disponemos
con
un gusto especial para sacarle el jugo de la mejor manera posible.
Sin
embargo, al término de un rato, no nos queda nada más que nos
parezca
que valga la pena leer...
Lo mismo pasa
con todos los
"bienes consumibles" que, conforme a su propia naturaleza, en un
rato
se consumen y ya no están más. Los alimentos, especialmente cuando
son
muy buenos, siempre nos parece que duran poco. Lo mismo que
algunas
bebidas especiales. Las destapamos, las olfateamos con cara de
entendidos, las probamos, y apenas las empezamos a compartir con
algunos amigos, nos damos cuenta que se han acabado. También pasa
con
los zapatos. Algunos nos resultan especialmente cómodos, y también
nos
gustan de manera especial. Sin embargo, por más que queramos
hacerlos
durar todo lo que se pueda, llega un momento en que ya no aguantan
un
solo paso más, y tenemos que darlos por jubilados. Igual sucede
con
alguna ropa a la que le tomamos especial cariño. Se nos pone vieja
y
deshilachada antes que nos cansemos de ella, y tenemos que dejarla
de
lado con pesar, porque no aguanta más uso...
Sin embargo,
no son sólo estas cosas las que
duran poco. También la salud a veces se resquebraja, al menos
momentáneamente, de un día para otro. La semana pasada
celebrábamos con alegría pascual la resurrección de Jesús, y nos
alimentábamos con regalos especiales, desde las exquisiteces que
nos hicieron llegar las Monjas de la Abadía de Santa
Escolásticas hasta los diversos Huevos de Pascua que llegaron
para alegrar nuestra mesa. Y en estos días nos visitó el "virus
estomacal" que anda dando vueltas por la zona, dejando
literalmente "de cama" a varios de nosotros, tirando por tierra,
al menos por unos días, la salud que hasta ese momento
gozaban...
También la paz, que es un bien que no abunda, a veces dura
muy
poco. No sólo en las frágiles situaciones de las relaciones
entre los
países (en Argentina tenemos, desgraciadamente, demasiadas
experiencias
de esto), sino también en la vida familiar. Cuando todo parece
estar
bien, un grito o un impaciencia puede desencadenar una "batalla"
cargada de reproches y agresiones. También en la cotidiana
convivencia
social, un imprudente que no respeta un semáforo, aunque no
produzca un
accidente puede provocar enojos, peleas, agresiones y muchas
otras
cosas más...
En realidad, todo lo bueno se termina. E incluso la vida,
aunque
haya durado muchos años, nos puede resultar corta, cuando vemos
que se
acerca su fin, y nos hace pensar que sería bueno que durara un
poco
más. Todo esto nos pone en evidencia que todos nosotros
llevamos
en lo
más íntimo de nuestro corazón unas ansias de plenitud que no
alcanzamos
a colmar en las limitadas condiciones en las que vivimos, y que
nos
hablan de una aspiración sin límites, que sólo alcanza su
explicación y
su posibilidad de ser colmada si la referimos a Dios...
2. LA PAZ, LA
ALEGRÍA Y LA VIDA QUE DA JESÚS
DURAN PARA SIEMPRE... Dios nos ha hecho para la paz y para la
alegría
sin límites, y ha sembrado en nosotros una vocación de eternidad.
Nos
ha llamado a vivir con Él en una eterna comunión, que dure para
siempre. Pero todo esto no es posible en las estrechas dimensiones
de
esta vida. Por eso, para salvarnos, para llevarnos a la altura de
la
vocación para la que nos ha hecho, Jesús asumió nuestra condición
humana, y la llevó con amor y paciencia inclaudicable a la Cruz, y
desde allí nos la devolvió transformada por la Resurrección. Por
eso
volvemos en este Domingo de la Octava de Pascua a las huellas
visibles
de la Resurrección de Jesús, la Tumba vacía y las apariciones de
Jesús
a los Apóstoles, huellas humanas de un hecho que rompe los límites
del
espacio y del tiempo para ponernos en contacto con la realidad
sobrenatural a la que Dios nos llama...
Jesús es para nosotros, y para todos los
hombres y mujeres de todos los tiempos, la fuente de una paz y
de una
alegría que no se terminan. Y esto es posible porque la Vida del
resucitado es una Vida que vence al pecado y a la muerte, y es
una Vida
eterna. Las primeras comunidades cristianas (leímos hoy en los
Hechos
de los Apóstoles) compartían sus bienes con mucha libertad y
movidos
por el amor al que nos llama la fe (nos dice hoy san Juan en su
primera
carta). Puede llamar la atención esa disposición tan viva que
lleva a
un grupo de fieles a un amor tan intenso por el que se decide
compartirlo todo. Y sin embargo la explicación es muy sencilla.
Es un
amor que surge de la fe, que lleva a encontrar en Jesús la paz,
la
alegría y la Vida...
Por eso Jesús, cuando se aparece a los Apóstoles después de la
Resurrección, les dijo insistentemente que venía a traerles la
paz. Y
como consecuencia, al recibirlo, los Apóstoles se vieron
inundados por
la alegría. Además, como nos dice el Apóstol San Juan en su
Evangelio,
éste y los demás hechos de Jesús que encontramos relatados en
los
Evangelios, están allí escritos allí para que creamos en Él, y
creyendo
tengamos la Vida eterna. Muchas otras cosas que hizo Jesús no
están
relatadas en los Evangelios. Y si no lo están, es simplemente
porque no
nos hacen falta para creer que Jesús es el
Mesías, el Hijo de
Dios, y
que en Él tenemos la salvación que Dios ha puesto al alcance de
nuestras manos...
3. NO NOS HACE
FALTA VER SINO
CREER, PARA RECIBIR LA VIDA QUE DIOS NOS DA... Puede ser que
alguna vez
hayamos pensado que a nosotros nos ha tocado la parte más difícil,
ya
que fuimos llamados a la fe para encontrar la salvación, sin tener
demasiadas constancias visibles que nos garanticen la verdad de la
Resurrección de Jesús. Quizás hemos pensado que todo sería más
fácil si
nos ofrecieran más pruebas que nos lleven a la fe. ahora bien, en
todo
caso no seremos los primeros en tener esta ocurrencia. Ya lo pensó
el
Apóstol Santo Tomás, de sobrenombre el Mellizo, que no se
encontraba
con los demás la primera vez que se les apareció Jesús resucitado
a los
Apóstoles...
El Domingo siguiente Santo Tomás pudo ver a Jesús
resucitado,
y
también pudo creer. Pero no fue lo que vio lo que lo llevó a la
salvación, sino la fe. Lo que nos importa ahora es que la
alabanza de
Jesús no fue para él, sino para nosotros, cuando nos dijo:
«¡Felices
los que creen sin haber visto!». No es, entonces, "ver" más lo
que nos
hace falta, sino creer más y mejor, y vivir con más compromiso y
decisión las consecuencias de esta fe a la que Jesús nos llama,
para
que alcancemos esa paz y alegría que nada ni nadie podrá nunca
quitarnos...