Esta será mi predicación de hoy, 15 de noviembre de
2009,
Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario
del Ciclo Litúrgico B,
en Puebla, México, para unos amigos, después del casamiento de la hija
de uno de ellos, celebrada ayer en la Iglesia Santa María Tonanzintlan:
1. CUANDO INICIAMOS UN
VIAJE, QUEREMOS LLEGAR A ALGÚN LADO... Puede imaginarse como un viaje
el camino que iniciaron ayer Víctor y Adriana, casándose en la Iglesia
Santa María Tonanzintla, en San Andrés Cholula (México). Su padre en el
agradecimiento a los presentes, y yo en la Homilía, lo dijimos de ese
modo (él con la imagen de un vuelo, yo con la de un barco que se hace a
la mar)...
Lo mismo
pasa en cualquier viaje, si nos toca hacerlo en colectivo,
especialmente con los de
corta distancia dentro de la ciudad pero también en algunos casos con
los de larga distancia, salvo en los más especiales que tienen mayores
condiciones de comodidad. Los espacios son tan estrechos, y las
comodidades tan pocas, que apenas hemos subido al colectivo estamos
deseando llegar al punto donde nos toca bajarnos...
Es igual si nos toca
hacer un viaje en avión. Los que hoy los asientos son tan chicos y
las esperas en los aeropuertos antes de partir tan largas, que ya desde
el inicio estamos deseando llegar (salvo el que viaja en primera clase,
que puede encontrarse con asientos que son verdaderamente un cama, que
se separan de los demás con una cortina, convirtiendo el propio lugar
casi en un dormitorio, y cuentan con cine, en el que se puede elegir la
película que se quiere ver,en el idioma que se puede entender, donde se
come "de lujo", iniciando con algún jugo de fruta o de tomate, o con un
Champagne desde antes de levantar vuelo, e incluso, en algunas líneas
aéreas, recibiendo un pijama para disponerse al sueño con toda
comodidad)...
De todos modos, hay que tener claro que, por cómodo que sea el vehículo
y el viaje, se lo ha emprendido para llegar a algún lugar, y no tiene
sentido querer permanecer siempre en el trayecto, por cómodo que sea.
Por eso conviene recordar que también nuestra vida en esta tierra es un
viaje. Nos hemos subido a ella cuando nacimos, y tendremos que bajarnos
al llegar al final, donde está la meta. Vale la pena, entonces, para no
correr el peligro de querer quedarnos para siempre en el trayecto,
tener presente hacia dónde vamos. Por eso, cuando se acerca el final
del año litúrgico (será el próximo domingo, y en el siguiente
comenzaremos uno nuevo con el Adviento, tiempo dedicado a preparar la
Navidad), Jesús nos recuerda hacia dónde vamos en el camino de la vida,
cuál es la meta, qué es lo que nos encontraremos al final...
2. VAMOS HACIA EL
CIELO, BUSCANDO ALCANZAR LA PLENITUD QUE ANHELAMOS... La muerte de
Jesús en la Cruz y su Resurrección nos muestran que Dios nos ha querido
para un destino de eternidad, al que nos ha llamado por su
misericordia, y hacia el que vamos a través del camino de la vida. Esto
es mucho más de lo que con nuestra propia capacidad podríamos alcanzar,
pero una propuesta firme que Dios nos hace, sembrando en nosotros la
nostalgia del Cielo, el anhelo de la eternidad...
Una vez que el Cielo ha sido abierto para todos por la Resurrección de
Jesús, podemos decir que ha comenzado la etapa final, y por lo tanto
"el fin está cerca, a la puerta", diciéndolo con las mismas palabras de
Jesús, proclamadas hoy. Por supuesto, no es una cercanía cronológica
que tenga día y fecha que nos podamos poner a calcular, y por otra
parte tampoco importa mucho hacerlo, ya que para cada uno de nosotros
ese final llegará "antes que pase esta generación" (a la que
pertenecemos). La Resurrección de Jesús inició la etapa final de la
historia, en la que el Reino de Dios debe anunciarse a todos los
hombres, y expandirse por todos los rincones del mundo, y eso es lo que
realmente importa. El Cielo será el Reino de Dios en su resultado
final, con todos los que hayan elegido responder con amor al Amor de
Dios...
Mientras
tanto, mientras vamos de camino, todo es provisorio, y por lo tanto no
hay que tomar nada como definitivo. Para que estemos seguros de esto,
Jesús nos recuerda que hasta el sol se oscurecerá, la luna
dejará de
brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán.
Todo esto, que parece que "va a durar para siempre", tiene su punto
final, ya que el Cielo está mucho más allá de todo esto. Cuánto más,
entonces, tendríamos que aprender a poner en su verdadera dimensión
cosas que hoy tomamos como centrales y definitivas...
Ni la
casa en la que vivimos es nuestra "casa definitiva", ni el trabajo que
hacemos, o la ocupación que se roba lo mejor de nuestros afanes,
durarán para siempre. Podrán durar mucho, hasta el final de nuestra
vida, e incluso hasta el final de la historia, pero tarde o temprano ya
no estarán más, cuando haya llegado el final de los tiempos. Son
instrumentos o herramientas
de los que nos valemos en la marcha, o son parte del camino, pero no
pueden atraparnos más que la misma meta, ya que en algún momento
habremos llegado, y ya no los necesitaremos, e indefectiblemente
tendremos que dejarlos. ¿Qué pensaríamos de alguien que se toma por
primera vez en su vida un avión para hacer un viaje, y le impresiona y
le maravilla tanto el avión, que cuando
llega a la meta ya no quiere bajarse? Pues bien, eso mismo tendría
derecho a
pensar de nosotros el que viera que, transitando el camino de la vida,
a veces no sólo no queremos mirar hacia el Cielo, sino que nos interesa
más quedarnos en el camino que llegar a la meta...
3.
HACIENDO LAS COSAS BIEN, LOGRAMOS QUE SE ACERQUE EL REINO DE DIOS
ESPERADO... El Reino de Dios (del que nos ocuparemos con detalle el
próximo Domingo en la celebración de Cristo Rey), que llegará a su
plenitud en el Cielo, es el Reino de la paz y la justicia, es el Reino
del amor, que se alimenta del Amor de Dios...
Por esta razón, mientras vamos de camino, estamos llamados a hacer que
el Reino de Dios se acerque, a través de nuestro compromiso con la
justicia y la paz, con la perseverancia y la constancia de nuestro
amor, comprometiéndonos con decisión en la construcción del bien para
todos los que nos rodean. De esta manera, haciendo las cosas bien,
respondiendo con amor a cada circunstancia de la vida ocupándonos de
construir el bien de los que nos rodean, logramos que el Reino de Dios,
que llegará a su plenitud al fin de los tiempos, esté cada vez más
cerca. Al fin y al cabo, en eso consiste el amor, cuando deja de
expresarse sólo en palabras, y se convierte en una realidad operante...
Nuestra misión, mientras caminamos hacia el Reino de Dios, que
esperamos, es ir transformando toda nuestra vida y toda la realidad que
nos rodea con los valores del Evangelio. De esta manera, no nos
sentaremos sólo a esperar que el Cielo llegue algún día, sino que
además ayudaremos a que vaya llegando...