Esta fue mi predicación de hoy, 25 de octubre de
2009,
Domingo XXX del Ciclo Litúrgico B,
en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1.
PASAN
MUCHAS COSAS QUE NOS PARECEN INJUSTAS Y NO ALCANZAMOS A ENTENDER...
Cada uno podría hacer su lista personal de las cosas que a lo largo de
la vida lo han sorprendido, no ha podido entender y hasta lo han hecho
enojar. Cuanto más camino se haya recorrido (es decir, cuanto más larga
haya sido la vida hasta el día de hoy), seguramente también será más
larga esta lista. Es posible que muchas de esas cosas estén en la lista
de todos, porque han sido pesos, sorpresas o desazones que se han
cargado sobre los hombros de todos...
Son esas
cosas que nos sorprenden y nos parecen imposibles,
aunque se dan en nuestro tiempo ante la sorpresa de todos y la
reacción de algunos, a veces exagerada. Ayer, por ejemplo, un amigo se
sorprendía y hasta se enojaba porque un Club de Fútbol (del que él no
participa) parece haber contratado un director técnico alemán; decía
algo más o menos así: "payasos y corruptos, más de los de todos los
días, ¡qué país!, no tenemos salvación", como si este pobre muchacho de
cuarenta y ocho años fuera el culpable de todos nuestros males,
culturales, políticos y económicos, ¡antes de poner un pie por primera
vez en nuestro país...
De todos
modos, muchas cosas nos pueden enojar. La
corrupción produce hambre en Argentina, y causa la muerte o impide el
desarrollo físico y mental de muchos. De esta
injusticia hacemos responsables a muchos políticos que
actúan como piratas. Pero no se puede achacar esto sólo a los
políticos. En Argentina más del
80 % de la población se dice católico, y los políticos son un
porcentaje ínfimo de la población. Si los católicos fuéramos fieles a
nuestra fe, incompatible con la corrupción, y si ésta fuera culpa sólo
de los políticos, no podría ir más allá del 20 % de la vida
económica de nuestro país. Sin embargo, todo parece decirnos que el
porcentaje de la vida
económica del país tocada por la corrupción es un poco más que el 20 %.
No es cuestión entonces sólo de los políticos, y no es sólo cuestión de
loa que no
tienen fe...
Puede resultar incomprensible que a las personas que eligen no dar
oídos a su conciencia y hacer todo lo que les
conviene sin importarles pasar por encima de los derechos
de los demás, parezca que se las hace más fácil y exitoso el
camino. Parece todo más difícil para los que obedecen a su conciencia:
Dios habla a través de ella e impulsa a tener en cuenta al prójimo,
haciéndose cargo del bien
de todos y no sólo del propio. Ante esto nuestra oración puede
convertirse en un grito que se dirige a Dios que
pasa ante nosotros por el camino, como el grito del ciego Bartimeo, que
tampoco podía ver, y seguramente tampoco comprender, ante el paso de
Jesús...
2. JESÚS
NOS ABRE LOS
OJOS, PARA QUE PODAMOS VER TODO Y CREER... El problema del ciego
parecía estar en los ojos. Sin embargo, su súplica no se quedó allí. Se
dirigió a Dios humildemente, pidiéndole que tenga piedad de él. Si
seguimos su ejemplo, ante todo lo que nos resulta incomprensible no nos
vamos a limitar a pedirle a Dios que nos explique lo que no entendemos,
sino que humildemente le pediremos que nos
abra los ojos y nos permita ver. El ciego recibió de Jesús la apertura
de
sus ojos, pero le pasaron cosas mucho más importantes: encontró la
salvación por la fe, y siguió a
Jesús...
Pensemos
ahora en
nosotros. Es posible que los ojos nos funcionen más o menos bien. Pero
con eso no alcanza para entender en qué consiste la vida.
Necesitamos la fe. Ese don, que viene de Dios y que Él no niega nunca
a quien lo pide con insistencia y lo cultiva con dedicación, es el que
verdaderamente nos permite ver más allá, y creyendo, también entender.
La fe nos abre los ojos, y si hace falta nos da unos anteojos que nos
permite ver las cosas en su verdadera dimensión, sabiendo que todo es
pasajero mientras vamos camino al Cielo, y en esa meta
permanecerá sólo lo que tenga la consistencia del amor, lo único que
dura para siempre...
Por otra parte la fe
nos abre de tal modo los ojos, que nos ayuda a mirar siempre todo el
horizonte, y más allá de él. Sabremos de esa manera que la vida no se
limita sólo a lo que se ve. Esto es sólo un tramo del camino, y
ciertamente el más corto, frente a toda la eternidad a la que
estamos llamados, por la misericordia de Dios, que nos ha hecho para el
Cielo...
¿Quién puede decir, entonces, mirando a "los malos", que todo les
resulta más fácil, y les va mejor que "a los buenos"? No nos olvidemos
que eso, en todo caso, si fuera cierto, vale sólo si miramos
este
corto tramo de la vida que sucede en esta tierra, pero no para el
tramo que más importa, para el que fuimos hechos, para el Cielo, que la
fe nos permite ver. Lo que hacemos o dejamos de hacer nos hace avanzar
o nos lleva para atrás en la escalera por la que se sube al Cielo. En
ella sólo se avanza haciendo el bien, respondiendo con amor, desde la
fe, al desafío que nos presenta la vida cada día. Dios espera nuestra
respuesta coherente a Jesús, que nos llama a seguirlo en el camino de
la vida...
3. JESÚS
NOS ABRE LOS OJOS, PARA QUE LO SIGAMOS EN EL CAMINO DE LA VIDA... Como
al ciego, entonces, Jesús nos abre los ojos, y nos hace ver el
horizonte completo. Eso nos ayuda a asumir nuestra condición de
peregrinos. Es verdad que creerle a Jesús y entender toda la vida
desde la fe puede presentarnos algunas aristas duras de la vida. Pero
al mismo tiempo nos muestra que es un camino que vale
la pena recorrer...
Conviene
tener en cuenta que nuestra peregrinación no se acaba en la frontera
cercana del "sobretodo de madera", que nos será puesto cuando hayamos
muerto. Nuestra meta está en el Cielo, somos peregrinos de la Vida
eterna. Y nuestra meta, que está allá, reclama nuestra disposición
aquí, para asumir las cruces que inevitablemente aparecerán en la
marcha. La decisión de seguir el camino por el que Jesús nos llama
requiere un esfuerzo. No faltarán los que nos pongan piedras que van a
dificultar nuestra marcha. Pero
podemos tener la tranquilidad de saber que Jesús estará
siempre con nosotros a lo largo de todo el camino, porque nos llama a
seguirlo por una huella que Él ya ha recorrido...
Para esta marcha no
hace falta llevar demasiadas cosas en la mochila. En realidad, lo único
necesario es que en la mochila haya espacio, el más grande posible,
para la fe. Tendremos que llevar siempre la Palabra de Dios, escrita en
a Biblia y viva continuamente en la predicación de la Iglesia, para
alimentar nuestra fe. También tendremos que tener el cuidado de
mantener encendida esta
fe, que los vientos y las tormentas tratarán de apagar a cada paso a lo
largo del camino. Tenemos, por una parte, la responsabilidad de cuidar
y alimentar esa fe cada día. Pero además tenemos también el compromiso
de ir aplicándola en todos los aspectos y en todos los ámbitos de
nuestra vida...
Sólo de esa manera podremos seguirlo a Jesús por todo el camino de la
vida. Esa constancia y perseverancia en la marcha es la que nos
permitirá alcanzar la meta a la que hemos sido llamados. El mismo Jesús
se nos ha anticipado con su muerte en la Cruz, nos ha abierto las
puertas de la Casa de su Padre con su Resurrección, y nos ha invitado a
la Fiesta que nos tiene preparada en el Cielo. Y esta fiesta sí que es
para todos, es para todos los que se
animen a seguir fielmente el camino de la fe...