Esta es mi predicación para hoy, 4 de octubre de 2009,
Domingo
XXVII del Ciclo Litúrgico B, en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1.
LAS
COSAS SON LO QUE SON, Y NO LO QUE QUERAMOS QUE SEAN... A veces, cuando
las cosas nos
resultan duras, queremos
cambiarlas un poco suavizando las palabras, pero como dice el refrán,
"la mona, aunque se vista de
seda, mona queda", es decir, las cosas son lo que son, aunque no nos
gusten y queramos disfrazarlas...
Quizás nos resulte dura la muerte, y entonces prefiramos decir que
alguien "falleció", y no que murió. También puede ser que prefiramos
hablar de una enfermedad mala, en vez de decir que alguien tiene
cáncer. Si se trata de exámenes, se dice que "nos pusieron" una mala
nota, y que "nos sacamos" una buena. Y si nos va mal en un deporte,
antes que decir que perdimos preferimos decir que "nos ganaron", o
incluso que "nos robaron" un partido...
También
el matrimonio es
hoy una realidad dura y difícil que cuesta asumir con todo su valor y
con
todas sus consecuencias. Decimos u oímos decir, entonces, que es muy
difícil que
pueda durar para toda la vida, y que, en todo caso, si alguien fracasa
en el intento, no se
le puede negar el derecho a "rehacer" su vida (como si la vida
admitiera "ensayos", y si no sale bien, se pudiera hacer lo que se hace
con un borrador de una carta: tirarlo y
empezar de nuevo)...
Así es como hoy algunos critican a la Iglesia acusándola de
ser retrógrada y proponiendo que se actualice, ya que no
puede pensándose que el matrimonio es una realidad
indisoluble, sin lugar para el divorcio. Teniendo en cuenta que hoy hay
muchos matrimonios que se
divorcian, se piensa que la Iglesia tendría que sintonizar con las
corrientes de
nuestro tiempo porque sino no se quedará sin
fieles, ya que hoy no se puede sostener una posición tan inflexible
sin perder actualidad...
2. SON
UNA SOLA CARNE;
EL HOMBRE NO SEPARE LO QUE DIOS HA UNIDO... En este contexto resuenan
tan actuales como siempre las palabras de Jesús, que nos recuerdan lo
que Dios ha hecho del matrimonio. No es la primera vez en la que
el divorcio está tan extendido. Sucedía en tiempos de Jesús, tanto
dentro del ambiente del Imperio romano, conocido por su visión
divorcista del matrimonio, como dentro del pueblo judío, que había
llevado a Moisés a reglamentar el modo en el que podía
admitirse el
divorcio...
Pero al principio no fue así. Y ahora tampoco. Porque hemos salido de
las
manos de Dios como hombre y mujer, hechos para
complementarse de una manera afectiva y efectiva, haciéndose una "sola
carne". Esta expresión va mucho más allá de una mera entrega sexual,
más o menos perdurable. Nos habla de una unión de toda
la vida, de un trabajo continuo, que se asume libremente, de hacer de
dos voluntades, de dos inteligencias, de dos modos de ver las cosas,
una unidad que se asienta y se construye en el amor y en la entrega de
toda la vida, renovada cada día. El sacramento del matrimonio hace
posible que los cristianos que se casan, se hagan "socios" de Dios en
el matrimonio. Se dan un "sí" que compromete a Dios, ya que Él mismo
los une con un vínculo que es fuente de gracia y de amor, y que por eso
nadie, ni siquiera ellos mismos, pueden destruir, ya que dura para toda
la vida. Así el matrimonio no es una especie de cárcel inexpugnable,
sino
un camino al Cielo a través de la entrega mutua...
Alguno podría preguntarse por qué entonces hoy tantos matrimonios
fracasan, se separan, se
divorcian y emprenden otro camino con la ilusión de poder "rehacer" la
vida. Jesús nos dice que eso, que ya pasaba en su tiempo, se debe a la
dureza del corazón, es decir, a la existencia del pecado, que nos hace
débiles, inconstantes en el amor, prontos a cambiar de rumbo, y también
egoístas, en diversas medidas. También hoy, como antes, el matrimonio
está plagado de dificultades y muchas veces los
cónyuges pueden verse tentados por el desaliento...
Como
nos
decía hace unos años el R. P. Raniero Cantalemessa OFM,
predicador
del Papa, los
cónyuges pueden verse tentados a decir, ante las dificultades: «estoy
harto de esta vida», «me marcho», «si es así, ¡cada uno por su lado!».
Si se dejan llevar por la mentalidad clásica de nuestro tiempo, «usar y
tirar», y la aplican al matrimonio, el resultado es mortífero. Pero en
el matrimonio hay que volver a la práctica de «usar y remendar», hay
que practicar este arte del remiendo en el matrimonio. Remendar los
desgarrones. Y remendarlos enseguida. Nos dice el predicador del Papa
que en este proceso de
desgarrones y recosidos, de crisis y superaciones, el matrimonio no se
gasta, sino que se afina y mejora. Y señala una analogía entre el
proceso que lleva hacia un matrimonio exitoso y el que lleva a la
santidad...
En su
camino hacia la
perfección, los santos atraviesan a
menudo la llamada «noche oscura de los sentidos» en la que ya no
experimenta ningún sentimiento, ningún impulso; tienen aridez, están
vacíos, hacen todo a fuerza de voluntad y con fatiga. Después llega la
«noche oscura del espíritu» en la que entra en crisis no sólo
el sentimiento, sino también la inteligencia y la voluntad. Se llega a
dudar de que se esté en el camino adecuado, si es que acaso no ha sido
todo un error; oscuridad completa, tentaciones sin fin. Se sigue
adelante sólo por fe. ¿Entonces todo se acaba?, se pregunta el R. P.
Cantalamessa OFM, y se responde rápidamente que al contrario, ese
camino es una purificación. Después de pasar por estas crisis los
santos se
dan cuenta de cuánto más profundo y más desinteresado es ahora su amor
por Dios, respecto al de los comienzos. Y lo mismo puede suceder en el
matrimonio, que es también un camino de santidad...
Jesús lo dice con claridad, y esto no ha cambiado: "El que se divorcia
de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra
aquella; y si
una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro,
también comete
adulterio". Y entonces, ¿cómo hacemos en nuestro tiempo, en el que,
incluso en los colegios católicos, una buena parte de los padres de los
alumnos se encuentran en esta situación, que Jesús llama con todas
las letras, sin buscar palabras más suaves, "adulterio"?...
3. HOY
HAY QUE AYUDAR A TODOS, SIN ECHARLE AGUA AL EVANGELIO... En primer
lugar, ya que las cosas son lo que son, vale la pena no distraerse
buscando otro modo de llamarlas, porque sólo asumiéndolas como son, es
posible ponerles alguna luz, y encontrarles alguna salida...
En segundo
lugar, conviene recordar, como nos decía Juan Pablo II hace ya casi 28
años (cf.
Familiaris
consortio, n. 84), que no podemos abandonar a su
propia suerte
a quienes, habiendo fracasado en su matrimonio, han hecho una segunda
unión, sin poder casarse por la Iglesia. Habrá que discernir bien las
situaciones, porque en algunos casos habrá mucha culpa, en otros poca,
y en algunos ninguna...
En todo caso, siempre tendremos que ocuparnos de los que viven esta
dolorosa situación, para que no se consideren separados de la Iglesia.
Es verdad, no podrán recibir los sacramentos de la reconciliación y de
la comunión, pero necesitan, como todos nosotros, participar de la vida
de la Iglesia. La Palabra de Dios es para ellos alimento necesario,
como para nosotros. Necesitan de la oración, están llamados a vivir
la caridad, es su misión educar cristianamente a
sus hijos y tienen derecho a que los ayudemos a hacerlo. Con palabras
de Juan Pablo II en el lugar ya citado (
Familiaris
consortio, n. 84), ellos [como por otra parte todos
nosotros,
agrego], "pueden obtener de Dios la gracia de la conversión y de la
salvación si perseveran en la oración, en la penitencia y en la
caridad". En definitiva, tenemos que ayudar a todos sin echarle agua al
Evangelio. Silo hiciéramos,
ni a ellos ni a nosotros nos serviría...