Esta fue mi predicación de hoy, 20 de septiembre de
2009,
Domingo XXV del Ciclo Litúrgico B,
en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. TODOS
QUEREMOS SER
EL MEJOR, EL PRIMERO, EL MÁS GRANDE... Quizás hemos sido educados para
ganar siempre, y nos entrenamos todo el tiempo para no perder el tren
en esa carrera interminable. Pareciera que los primeros puestos tienen
más lustre, más "nombre", más sueldo, y nadie quiere quedarse atrás.
Pasa en el deporte, todos quieren ser el mejor, el que gana siempre. Y
cuando el deporte se hace un negocio, ni
siquiera hay espacio para el segundo, sólo vale "el primero"...
Pero
también en el trabajo pasa que todos quieren alcanzar el mejor puesto.
Hasta en la vida de la fe nos puede pasar lo mismo. Todos queremos ser
el más santo, el más bueno, el más amigo de Jesús, el que reza más y
mejor, a veces hasta puede ser que pretendamos ser "el más humilde"
(aunque en este caso ya sólo con la intención de quererlo, nos
quedaremos afuera, descalificados en esa carrera, precisamente por
falta de humildad)...
Es un
extraño fenómeno, porque si aplicamos a todo el criterio, de que sólo
vale el primero,
como el triunfo sólo puede ser alcanzado por uno, los demás no sirven
para nada. El colmo es el Box, "deporte"
en el que el triunfo de uno apunta a la destrucción del otro. Aunque,
es necesario decirlo, el clima al que nos ha llevado este modo de
obrar, según el cual todos queremos ser "el primero, el mejor, el más
grande", hace que todos los ámbitos de la vida se vayan pareciendo más
a un Ring de Box que a una pista de baile. Cuando se buscan los honores
y el primer puesto a cualquier precio, nos cerramos, peleamos, y los
demás se convierten en
enemigos a vencer. Por eso nos dice Santiago, anticipándonos muchos
siglos antes una descripción de nuestra realidad que parece hecha por
un cronista que ha visto lo que pasa hoy entre nosotros: "Donde hay
rivalidad y discordia, hay también desorden y toda clase de maldad.
Ustedes ambicionan, y si no consiguen lo que desean, matan; envidian,
y al no alcanzar lo que pretenden, combaten y se hacen la
guerra".
¿Querrá Dios que luchemos de ese modo "contra los demás" para ser "el
mejor, el primero, el más grande", o tiene otra propuesta que
hacernos?...
2. PARA
SER EL PRIMERO, HAY QUE SER EL ÚLTIMO Y EL SERVIDOR DE TODOS... En el
Reino de Dios, el puesto de honor es para el último, y para el que esté
dispuesto a hacerse servidor de todos, nos dice hoy Jesús.
Él mismo, pudiendo ser en todo el primero, eligió el último
lugar y el
de mayor servicio. Desde el primer momento hasta el último...
¿Quién más que Él podía tener derecho a aspirar al primer puesto, a los
mayores honores? Y sin embargo, con su vida, nos dio un testimonio
claro de la opción que había hecho. Desde su nacimiento en Belén, no
precisamente en el mejor de los Hoteles sino en el lugar reservado para
los animales, hasta la Cruz donde lo entregó todo para alcanzarnos
todo, que era un instrumento de tortura para forajidos y no el más
cómodo lecho de muerte, pasando por su servicio de amor continuo y
extenuante, que tan bien se representa en el lavado de los pies a los
Apóstoles, Jesús siempre eligió el último lugar, y desde allí nos dio
prueba de un estilo de vida que, es bueno tenerlo en
cuenta, no es
privilegio del Cielo, sino que es posible también, aunque ciertamente
con entrega y desprendimiento, en todos los rincones de la tierra por
los que nosotros nos movemos. Si se hiciera una fila en la que se
ordenara a todas las personas según "el lugar" que hoy ocupan,
seguramente todos nosotros estaríamos más adelante de la mitad...
Atrás
quedarían muchos,
como los que aquí aparecen, personas que han tenido que huir de su casa
y de su tierra por el flagelo de la guerra, por las inclemencias del
tiempo, así como los que han sido menos favorecidos en todos los rubros
en los que a nosotros nos gusta clasificar quién están o no en los
primeros puestos...
El camino es largo, y nuestra meta no se limita al horizonte terreno.
Durante la marcha, mientras vamos de camino, no importa tanto ir
"subiendo escalones" o adelantando puestos en la fila que en nuestra
imaginación hacemos. No se trata de ir ganando las etapas, y mucho
menos las de menor importancia, que se desarrollan mientras nos movemos
en esta tierra. Por lo tanto, con la mirada puesta en la meta final, y
con el ánimo de llegar en un buen puesto, conviene ya desde ahora
ponerse en el último lugar, dispuestos a poner nuestras manos y toda
nuestra persona al servicio de los demás, en todo lo que decimos,
pensamos y hacemos, buscando ser , como Jesús, servidores de todos...
3.
RECIBIMOS A JESÚS CUANDO ATENDEMOS CON AMOR A SUS PREFERIDOS... Jesús,
tomando en brazos a un niño, dijo a los Apóstoles, y nos dice
a
nosotros, que el que recibe a uno de esos pequeños en su nombre, lo
está recibiendo a Él. Esto puede aplicarse en su significado más
directo, atendiendo a los pequeños de edad, que se encuentran más
desvalidos y necesitados del amor y el cuidado de los demás que los
mayores...
Podemos
pensar que la misma debilidad que los niños, que tienden sus brazos
buscando los de sus mayores en los que se puedan apoyar y de quienes
puedan recibir todo el amor y todo el servicio que les permita crecer y
desarrollarse, tienen los ancianos, que todos en algún día seremos si
no nos morimos antes (es sólo cuestión de tiempo). También ellos
necesitan de brazos amigos y de corazones abiertos dispuestos a
sostenerlos en su debilidad. Y también en ellos, por lo tanto,
encontramos a Jesús, cuando nos ponemos a servirlos...
Entre unos y otros,
entre los niños y los ancianos, e incluyéndolos, se encuentran todos
los que podemos considerar más pequeños o más desvalidos que nosotros.
Vale, entonces, no sólo para los niños, sino también para los más
pobres, los que son menospreciados, los débiles, los enfermos, los
ancianos...
Por todos ellos, precisamente porque necesitan más del amor solidario
que les permita sobrellevar las dificultades y contrariedades de la
vida, Jesús tuvo siempre una especial predilección, y los atendió con
especial cuidado. Por eso nosotros, si queremos alcanzar un buen lugar
en la única carrera en la que vale la pena hacerlo, si queremos
asegurarnos un buen puesto en la fiesta del Cielo para la que Dios nos
ha cursado especial invitación, aquí tenemos indicado el modo de
hacerlo. Nosotros, que buscamos siempre recibir a Jesús con los brazos
abiertos, aquí tenemos un modo cotidiano de hacerlo, mientras marchamos
sin prisa pero sin pausa hacia la meta a la que fuimos invitados:
Atendiendo con amor a los "preferidos" de Jesús, es a Él a quien
estamos recibiendo y atendiendo...