Esta es mi predicación de hoy, 13 de septiembre de
2009,
Domingo XXIV del Ciclo Litúrgico B,
en el Hogar
Marín:
1. SOBRE
ALGUNAS COSAS CADA UNO PUEDE OPINAR SEGÚN SU PROPIO GUSTO... Dice el
refrán que "sobre gustos no hay nada escrito", aunque esto ya no es
literalmente cierto, ya que cada vez más hay quienes se dedican a
escribir sobre sus propios gustos en las comidas, los vinos y la
cocina en general; en realidad, lo que se dice con el refrán es que hay
gustos distintos y cambiantes según las personas. Por eso queda claro
que cuando se trata sólo
de gustos, puede haber opiniones muy diversas. A algunos les gusta
vestirse con colores muy llamativos, incluso con colores más propios de
la juventud aunque ya la hayan pasado desde hace tiempo. A otros en
cambio les parecerá que la ropa, cuanto más clásica, es mejor...
Cuando se
trata de comer un helado también puede haber muchos gustos distintos, y
las preferencias no tienen por qué coincidir, pueden ser bien distintas
entre los que tengan gustos diversos, y recorrer todas las variantes
que se ofrecen en las heladerías (si no fuera así, no estarían allí)...
También
a la hora de elegir la escuadra favorita, cualquiera sea el
deporte que uno prefiera seguir (si se sigue alguno), puede mandar el
gusto personal, sin que se necesite mayor justificación o explicación;
cada uno será "simpatizante entusiasta" de su propio Club, y más allá
de las medidas objetivas, lo sostendrá como el mejor. Incluso
cuestiones más serias y trascendentes, como por ejemplo las
posiciones o las propuestas políticas para poner remedio a los males de
nuestra patria, admiten opiniones diversas.
Aunque en este caso es muy probable que las diferencias no se admitan
tan pacíficamente como en los casos anteriores y puedan llevar
a discusiones serias, e incluso violentas...
Sin embargo, no todo da igual en todo aquello sobre lo que se opina.
Hay cosas que no se prestan tan fácilmente a la elección según el gusto
de cada uno, y por lo tanto a la discusión como si se tratara sólo de
gustos, porque son lo que son, independientemente de
lo que cada uno queramos que sean. Sobre Jesús había muchas
opiniones
en su tiempo, y sin embargo Él no era en ese momento, y tampoco es
hoy, lo que cada uno quería o quiere que sea según su gusto y
opinión.
Jesús es efectivamente quien es, más allá de lo que podamos opinar
sobre Él. Por eso Jesús, después de preguntar a los Apóstoles sobre lo
que los
demás decían de Él, les pidió su propia opinión. Pedro, en nombre de
todos, lo reconoció como el Mesías, es decir, el elegido y el ungido
para salvarnos. Pero Jesús no se conformó con eso, sino que les explicó
con precisión quién es Él...
2. JESÚS
ES EL QUE NOS
SALVA, Y ÉL CONOCE EL CAMINO QUE NOS LLEVA A DIOS... Jesús es el Hijo
de Dios, hecho hombre y nacido en Belén, para traernos su salvación,
que desplegó en toda su fuerza abriendo los brazos en la Cruz para
entregarnos la plenitud del Amor redentor de Dios, que llega a nosotros
por su resurrección...
Puede ser que algunos prefieran mirar a Jesús como Aquel que puede
hacer los milagros que necesitamos para solucionar todos los problemas
de nuestra vida, y se queden esperando que "levante la mano" para
desparramar sobre nosotros sus bendiciones. Quizás lo miraban así lo
que creían que era como Elías, un profeta que había hecho muchos
milagros, incluso multiplicando los panes para saciar el hambre...
Quizás otros lo
prefieran más revolucionario. Seguramente así lo veían quienes creían
que era Juan el Bautista, que fue un profeta que parecía dispuesto a
dar vuelta todas las cosas, acusando abiertamente al Rey de turno,
Herodes, cuando violaba la ley de Dios. Conocimos
tiempo atrás esas imágenes que querían presentarnos a Jesús con el
rostro de un conocido guerrillero, como si se pudiera opinar
impunemente
que el Rey de la Paz exhortaba a alcanzarla por el camino absurdo de la
guerra...
Muchos
se enojan hoy con la Iglesia en general o con el Papa y algunos Obispos
en particular cuando señalan que no
resulta razonable justificar la guerra desde la fe, cualquiera que
esta sea, ya que Dios es siempre fuente de Paz). Hoy no faltará,
quizás, quien quiera imaginarse a Jesús como un piquetero, como si esto
fuera posible. Pero Jesús es el que es, y no el que quisiéramos que
sea, según nuestra
imaginación o nuestros deseos. Es Dios, que se hizo hombre y nació en
Belén para salvarnos. Es el que vivió pobremente, el que predicó y
vivió en el Amor hasta sus últimas consecuencias, el que murió en la
Cruz y resucitó...
Por eso podemos estar seguros que el camino de la Cruz no es un
capricho de Jesús, sino verdaderamente el camino que nos lleva a Dios.
Es el camino que el mismo Jesús se propuso cuando, para salvarnos,
asumió nuestra condición humana para elevarla hasta Dios, meta que
alcanzó con su Resurrección. No caben dudas de que se trata no sólo del
mejor camino sino del único, el que Jesús nos dio...
3. PARA
LLEGAR A DIOS
HAY QUE CARGAR CON JESÚS LA CRUZ DE CADA DÍA... Sabiendo el camino y
habiéndolo experimentado en su propia vida, Jesús nos indica por dónde
es que nosotros podemos llegar a Dios. Nos exhorta con vehemencia a
asumir el camino de la Cruz, porque sabe que si queremos seguirlo (y no
hay otro modo de llegar al Cielo, porque Él es quien con su Vida, su
muerte y su Resurrección trazó el camino), no tenemos otro modo que
renunciar a nosotros mismos y cargar nuestra propia Cruz de cada día...
Por supuesto, esa Cruz que Jesús nos invita a llevar no es sólo la
que podemos poner a modo de signo colgando sobre nuestro pecho con una
cadena. Ni siquiera aquella un poco más pesada que ponemos sobre
nuestros hombros cuando en Semana Santa representamos o vemos
representar en un
Via Crucis (camino de la Cruz)
viviente...
Es la
Cruz real que
aparece cuando nos decidimos a vivir ese amor efectivo con el que
nuestra vida se hace servicio y entrega a nuestros hermanos. Cruz,
porque el amor requiere la decisión perseverante de desvivirnos por
nuestros hermanos, sin cálculos ni medidas, y eso reclama esfuerzo y
sacrificio. Cruz de cada día, ya que sólo gastando toda nuestra vida
al servicio de los demás podremos ganarla para Dios (si sólo pensáramos
en nosotros mismos, pretendiendo salvar de ese modo nuestra vida,
estaríamos perdiéndola). Sólo gastándola por los demás, sin
interrupciones ni cálculos, es posible ganar en serio la
vida...
Puede
ser
que aquellos con quienes nos toca convivir sean nuestra cruz, porque
nos molestan con sus manías, con sus modos de ser, con sus propias
cargas o simplemente porque no simpatizamos con ellos. Pero cuando esto
nos pese, conviene que no perdamos de vista que de la misma manera cada
uno de nosotros seguramente somos también, al menos en algo, una cruz
para los demás. Jesús nos ha
llamado a vivir unidos en el amor, y eso consiste también en ayudarnos
a llevar la cruz que a cada uno nos toca...
Será una cruz de cada día porque nuestra vida deberá seguir siendo una
entrega generosa hasta que llegue su final. Podrá ser a veces más
activa, y otras veces consistirá en el ofrecimiento silencioso. Nos
llevará a veces en ayudar a los otros a llevar el peso de su propia
cruz, y otras veces consistirá simplemente en aliviarles la cruz que
nosotros somos para ellos. Cruz, en definitiva, de cada día, porque,
podrá ir cambiando de forma, de tamaño o de color. Pero será siempre
ella y sólo ella, la Cruz, la que antes de Jesús era simplemente un vil
instrumento de tortura y ejecución, y que Él transformó en el
instrumento de la salvación, el camino que nos
lleva a Dios...