Esta fue mi predicación de hoy, 2 de agosto de
2009,
Domingo
XVIII del Ciclo Litúrgico B, en el Hogar
Marín:
1. SÓLO
PUEDE SALIR PARA AFUERA LO QUE VAMOS PONIENDO ADENTRO... Por
eso es necesario cuidarse un poco con los alimentos. Si comemos sólo
cosas grasas, y muchas, seguramente nos subirá el colesterol. Si
abusamos de la sal, a medida que pasa el tiempo comenzará probablemente
a subirnos la presión. Y si comemos muchos hidratos de carbono, como
pizza con cerveza, o abusamos de las cosas dulces, iremos
creando "reservas" de energía que nos harán engordar todos los días un
poco más (además si somos diabéticos nos subirá la glucemia por
encima de lo recomendado)...
Vivimos
de nuestros alimentos, que nos aportan la energía para
nuestro movimiento y nuestra actividad, pero tendremos los resultados
que correspondan a lo que vamos incorporando. No podemos esperar
siempre milagros en los resultados. De acuerdo a como somos (me refiero
a las predisposiciones personales, que nos hacen responder de una
manera o de otra a los estímulos) y a lo que comemos, iremos
evolucionando de una manera o de otra...
Esto que
sucede en lo físico también sucede en lo psíquico y
espiritual. Como dice el refrán bíblico con el que Jesús se refiere a
los fariseos, "la boca habla de la abundancia del corazón" (Mateo 12,
34). Si en el corazón tenemos odios, broncas, resentimientos, cuando
hablemos saldrá eso hacia afuera. Si tenemos tristeza, abatimiento,
desesperanza y frustración, es difícil que al hablar podamos decir
frases cargadas de entusiasmo...
Pero a la vez, si nuestros corazones están llenos de paz, de
alegría, de espíritu constructivo y de ánimo positivo, transmitiremos
estas actitudes en todo lo que hagamos y digamos. Por eso, es muy
importante tener en cuenta con qué vamos alimentando cada día nuestros
corazones, o dicho de una manera semejante y siguiendo con la imagen de
la alimentación, con qué llenamos nuestra "canasta interior", porque
siempre saldrá hacia afuera lo que abunda adentro...
2. JESÚS ES EL PAN DE
VIDA. ÉL NOS PUEDE CALMAR TODO EL HAMBRE Y
TODA LA SED... Jesús es el alimento, que se parte y se entrega, que se
multiplica y se pone en nuestras manos para darnos la Vida eterna, y
sólo Él nos puede dar el Pan de Vida eterna, decíamos el Domingo
pasado. Todo el capítulo 6 del Evangelio de San Juan, que comenzamos a
recorrer el Domingo pasado, que seguimos hoy y que continuaremos
todavía en los tres próximos, este contenido esencial de nuestra fe
resuena con toda su eficacia y su contundencia...
¿Dónde podemos encontrarlo a Jesús, para que nos alimente
cada
día, y así calme nuestras ansias de vivir para siempre, y con una vida
plena? Toda la Misa nos habla de su presencia, que se manifiesta de
múltiples maneras, para estar siempre al alcance de nuestra mano...
Jesús
está presente cada vez que nos reunimos a celebrar
nuestra fe, en la misma comunidad que formamos con todos los que han
sido convocados a participar en ella (eso significa en su origen la
palabra "Iglesia": la asamblea de los convocados...). La oración que
hacemos en esas ocasiones cuenta con una presencia especial de Jesús,
sencillamente porque nos hemos reunido en su nombre (Mateo 18, 20), y
esa presencia de Jesús también nos alimenta...
Jesús está presente en Su Palabra, que proclamamos en la Misa de
manera solemne, pero que podemos tener siempre a mano en casa, en la
oficina. Siempre es posible acudir, al menos un instante (o dos, o
tres)
cada día, a la Palabra de Dios que está escrita en la Biblia y es
transmitida en la predicación de los sucesores de los Apóstoles (los
Obispos), con la ayuda de sus colaboradores (los presbíteros y los
diáconos). Y se trata de una Palabra que alimenta...
Jesús está también
presente a través de los signos sacramentales
que ponemos los ministros cuando celebramos sus sacramentos, en su
nombre (Mateo 10, 40). Seamos gordos o flacos, simpáticos o
antipáticos, acogedores o refractarios, buenos o menos buenos (o
incluso decididamente malos), Jesús ha comprometido su presencia en
todos los gestos con los que celebramos los sacramentos, con los que
también nos alimenta...
También está presente, y especialmente, en su Cuerpo y su
Sangre,
pero ya volveremos sobre ello el próximo Domingo. Mientras tanto,
podemos estar seguros que Jesús está siempre a mano, de una manera o de
otra, para que no nos falte nunca, y pueda así ser el Pan de Vida
eterna que nos alimenta. De esta manera, podemos llenar nuestro corazón
de Jesús. Esa abundancia tendrá necesariamente sus consecuencias, y
hará que algo vaya cambiando en nosotros cada día...
3.
ALIMENTADOS CON JESÚS, NACE EN NOSOTROS EL HOMBRE NUEVO, A SU
IMAGEN... "La boca habla de la abundancia del corazón", decíamos al
comenzar. Y si Jesús llena el nuestro, eso se manifestará en toda
nuestra vida, nos saldrá "Jesús" desde adentro, hasta por los poros...
Pero además, si tenemos en cuenta lo que nos decía hoy San Pablo,
alimentados por Jesús, irá muriendo en nosotros ese "hombre/mujer
viejo/a" que fue sepultado en nuestro Bautismo pero que quiere revivir
a cada paso, e irá naciendo ese "hombre/mujer nuevo/a" que se va
construyendo en nosotros, hecho/a a imagen de Jesús, con sus actitudes
profundas de fe, de confianza en Dios nuestro Padre, de entrega fiel y
decidida a nuestros hermanos en el servicio cotidiano del amor. Y
atención, que para esto no hay límites de edad, siempre seguiremos
creciendo si Jesús es nuestro alimento, hasta alcanzar, por su
misericordia, la Vida eterna...