Esta fue mi predicación de hoy, 26 de julio de
2009,
Domingo
XVII del Ciclo Litúrgico B, en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. TODOS
LOS DÍAS TENEMOS HAMBRE DE PAN, Y DE MUCHAS COSAS MÁS... El hambre es
algo difícil de saciar. Siempre tenemos hambre de algo. Empezamos por
el
hambre de lo más básico, pero cuando la hemos saciado enseguida
queremos algo más. Lo primero es el alimento, magníficamente
representado por el pan, que expresa nuestra necesidad más básica. Pero
una vez que tenemos lo que hace falta para comer (no sólo pan, sino
también "la canasta llena", si es posible), queremos tener con qué
vestirnos. Y si lo tenemos, enseguida aspiramos a un techo. Y si
tenemos un techo, queremos poder agregarle calefacción en invierno y
ventilación o refrigeración en verano...
Así es
siempre, nunca se acaba, siempre tenemos hambre de algo más. Por eso a
veces se piensa que para tener todas las cosas hace falta tener mucho
dinero. Incluso algunos dedican toda su vida a buscar y amontonar
dinero, pensando que de esa
manera llegará un día en que tendrán todo lo que necesitan y ya no
necesitarán buscar nada más. Pero en realidad lo que les sucedes es que
se ven envueltos en una carrera en la que no pueden parar. Porque aún
teniendo
todo el dinero al que se puede aspirar, todavía pueden pretender
más...
Además,
cuando se tiene
mucho dinero la cosa no termina sino
que recién empieza. Todavía hay algo más poderoso que el dinero, que
produce una adicción aún mayor: el poder. La carrera sin
fin es todavía más intensa y agotadora, a la vez que insaciable, para
los que encaran la vida como un camino para llegar al poder. La
cúspide del poder (el
más peligroso de los ídolos) tampoco se alcanza nunca, siempre se
quiere más. Al que vive para el poder le puede suceder como a algunos
chicos ante un juguete nuevo: primero lo miran encandilados,
se quedan contentos por un rato, pero después quieren otro más grande y
pelean con los demás hasta alcanzar lo que quieren; usan el juguete
pero no
lo comparten, lo ponen en juego todo el tiempo y al mismo tiempo lo
acaparan para que los demás no lo tengan. Lo usan y abusan de él hasta
que
lo pierden y lo deja maltrecho (generalmente el poder al que lo
ambicionó, no al revés)...
En realidad nuestra hambre, en todas sus
formas, manifiesta no sólo una necesidad fisiológica sino las ansias de
vivir
para siempre, y con una vida plena. El lado malo es que, como dice el
refrán, "la ambición mata al hombre", sobre todo si es ambición de
poder. El lado bueno es que toda el hambre es signo del deseo de una
vida que no se acabe, a la que todos aspiramos, y que sólo puede
provenir de Dios. Y por eso, todas nuestras se necesidades se resuelven
finalmente y se resumen en nuestra hambre de Dios, que nos tendrá
siempre inquietos, mientras no lleguemos a Él....
2.
JESÚS ES EL PAN QUE NOS SACIA EL HAMBRE: ÉL NOS DA LA VIDA ETERNA...
San Juan nos relata la multiplicación de los panes más
como un signo que como un milagro. No se trata, entonces, de quedarnos
sólo con el hecho fantástico, sino que hace falta bucear en él para
encontrar su significado profundo (nos llevará cinco domingos
a partir de éste recorrer parte por parte este capítulo del
Evangelio)...
Jesús sabe que quienes
lo siguen tienen necesidad de pan y sabe también lo que Él va a hacer.
Pero pone a prueba a los Apóstoles porque, como dice el refrán, "en la
cancha se ven los pingos" (los caballos de carrera hay que
verlos en la pista, porque no importa sólo que sean lindos, sino
principalmente que sean veloces); quiere saber cómo reaccionarán ante
una necesidad básica de todos los que lo siguen porque les tiene
preparada una misión que los pondrá con frecuencia frente a las
carencias y las necesidades de los hombres, especialmente las que no
alcanzan satisfacción con los limitados instrumentos humanos...
Jesús
puede darle de
comer a todos en un instante y hacer que sobren todavía doce
canastas llenas, pero todos saben que mañana tendrán hambre de nuevo, y
por eso enseguida quieren hacerlo Rey (nosotros quizás lo hubiéramos
puesto al frente del Ministerio de Economía, o del Fondo Monetario
Internacional). Jesús se escapa, porque no es para eso que ha venido...
Los que comieron el día de la multiplicación de los panes tenían un
hambre más profunda y esencial (y nosotros
también), que sólo Jesús
puede saciar. Para eso que ha venido. San Juan relata la
multiplicación de los panes con un
desarrollo similar al de la Ultima Cena, y que hoy tiene la
Misa. Jesús es el alimento que se sirve en esta Mesa, alimento que se
parte y se entrega, que se multiplica y se pone en nuestras manos para
darnos la Vida eterna. Alimento que se presenta en dos platos fuertes,
primero la Palabra de Dios y después el Cuerpo y la Sangre de Jesús. El
pan de trigo, con el que se simboliza toda la necesidad del alimento
terreno, puede llegar a las manos de todos los que hoy lo necesitan (y
son muchos), con el esfuerzo y la dedicación, con la justicia y con el
amor entre todos los hombres. En este mundo hay alimentos para todos,
lo que falta es esfuerzo y
dedicación, justicia y amor para hacer que lleguen a
todos. Pero el Pan de Vida eterna sólo lo puede dar Jesús. Por eso lo
deja a los Apóstoles (son doce, igual que las canastas
que sobraron), y a través de ellos a la Iglesia, para repartir a manos
llenas entre todos los que lo buscan. Fortalecidos con ese
Pan
sabremos servir la mesa de los demás, como los Apóstoles...
3.
ALCANZA PARA TODOS. POR ESO JESÚS NOS LLAMA A COMPARTIR LA MESA... La
multiplicación de los panes es un signo de la Ultima Cena de Jesús con
los Apóstoles, la Eucaristía que
volvemos a celebrar cada vez en la Misa...
Pero también es un
signo de la vida. Como a los Apóstoles, también a
nosotros Jesús nos pregunta de dónde sacaremos pan para alimentar a
tantos hombres que hoy tienen hambre, en nuestra patria y en todo el
mundo, incluso en las ciudades más importantes del imperio dominante
(la cultura de la saciedad, propia de nuestro tiempo consumista, en el
que el ritmo del crecimiento económico está signado por la cantidad de
bienes que se consumen y/o se descartan, no impide, o más bien provoca,
que muchas personas queden al margen del "sistema", y sean los
verdaderos "excluidos" de hoy, como en otro tiempo lo fueron los
esclavos o los prisioneros de guerra que, por otra parte, hoy tampoco
faltan)...
La Eucaristía nos
enseña un modo de saciar el hambre que
se aplica al resto de la vida. Hay un solo Dios, Padre de todos, nos
dice San Pablo. Y eso nos muestra que la familia
humana es una sola. Al tiempo que abrimos las manos para que Dios sacie
siempre nuestra hambre de Él (conviene tenerlas siempre abiertas,
porque los dones de Dios nos llegan todos los días y a toda hora), hace
falta que también las mantengamos abiertas para compartir con todos
los que nos rodean todo lo que recibimos de Él a diario...
Una y mil veces tendremos que repetirnos, hasta convencernos: en el
mundo hay suficientes alimentos para que a
nadie le falte nada para comer. Esos alimentos realmente llegarán a
todos si verdaderamente aprendemos de la
Eucaristía a compartir nuestra mesa, sin que nadie quede afuera de
ella. Así como Jesús se valió de los Apóstoles para repartir su Pan y
recoger en doce canastas (eran doce Apóstoles, así que
podemos pensar que cada uno quedó con una canasta), también ha hecho de
cada uno de nosotros una canasta o una mesa de la que puedan servirse
todos los que nos rodean...