Esta es la predicación que preparé para el 19 de julio de
2009,
Domingo XVI del Ciclo Litúrgico B,
en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. UN
AMIGO ES ALGUIEN EN QUIEN SIEMPRE PODEMOS CONFIAR... Un amigo es
alguien que está siempre dispuesto a prestarnos su oído, a escucharnos
con paciencia, especialmente cuando más lo necesitamos. Un amigo es
alguien que siempre está presente para sostenernos, cuando las cosas o
el piso tiemblan. Un amigo también está presente cuando hace falta
alguien que nos contenga, cuando no cabemos dentro de nosotros mismos
por motivo de una alegría muy grande, o cuando estamos por el piso por
una tristeza que nos voltea, o se hace tan grande nuestro enojo que
estamos a punto de explotar. Un amigo es alguien que también es capaz
de advertirnos, e incluso de darnos un buen reto, alguien que está
dispuesto a ayudarnos a ver nuestros errores; y en esto un amigo es el
mejor aliado de nuestra conciencia (es bueno recordar todo esto cuando
nos acercamos a la celebración del Día del Amigo que, gracias a la
lúcida inspiración de un compatriota, sse celebra en muchos países en
el
mismo día en que cuando el hombre pisó por primera vez la luna, hará
mañana cuarenta años)...
En
definitiva, un amigo es alguien que siempre busca nuestro bien, y
además lo busca bien, por el buen camino. Por eso un amigo es alguien
en quien siempre podemos confiar. Don Quijote arremetía contra molinos
de viento y se dejaba dispersar por otra cantidad de fantasías. ¡Qué
hubiera sido de él si no hubiera contado a su lado con Sancho! Mucho
más que un servidor era para él un amigo que lo llamaba a la realidad,
y estaba siempre dispuesto a rescatarlo de los entuertos en los que se
veía envuelto...
Aristóteles
decía que quien busca un amigo generalmente no lo
encuentra. Porque el amigo no es alguien a quien se busca, sino alguien
a quien se descubre, y a veces eso lleva mucho tiempo. Cabe entonces
preguntarse: ¿cómo se descubre al amigo? ¿cómo se distingue un amigo de
quien parece serlo pero no lo es? Lo sabremos si nos ponemos
a conversar. El que no es amigo pesará (calculará) todo lo que diga;
el amigo en cambio dirá todo lo que piensa; por eso el que no es amigo
buscará "caer bien", mientras que el amigo buscará nuestro bien. El
que no es amigo callará poco, escuchará mucho y hablará todo; el amigo,
en cambio, hablará poco, escuchará mucho y callará todo; por eso el
primero será esclavo y el segundo será libre. El que no es amigo se
buscará a sí mismo en nosotros; el amigo nos buscará a nosotros en sí
mismo; por eso el primero será egoísta y el segundo será veraz. El que
no es amigo sonreirá en nuestra presencia y nos destruirá ante los
demás; el amigo en cambio nos "destruirá" con su sinceridad pero ante
los demás nos defenderá a muerte; por eso el primero será un hipócrita
y el segundo podrá ser un mártir. Por eso los verdaderos amigos son muy
pocos. Además los amigos (a diferencia de los enamorados)
generalmente no hablan entre sí de su amistad...
Si todo esto vale para nuestros amigos, especialmente lo podremos decir
de Jesús, que se acerca a nosotros extendiéndonos la mano de Dios,
llena de Amor redentor y de Amistad...
2. JESÚS
NOS LLAMA A DESCANSAR CON ÉL Y NOS OFRECE SU
AMISTAD... Él, que era Dios, se hizo Hombre, para que nosotros, los
hombres pudiéramos llegar hasta Dios. Él, que era distinto, se hizo
igual a nosotros, para que lo pudiéramos ver, oír y entender. Él, que
estaba lejos (porque nosotros nos habíamos alejado de Él), acortó las
distancias...
Como hizo con los
Apóstoles,
también a nosotros nos llama a descansar con Él, nos llama a compartir
su
intimidad. El encuentro con Jesús, que tiene su momento culminante en
la celebración de la Misa, nos lleva a vivir en su amistad. Como Amigo,
Jesús pone siempre su Palabra salvadora a nuestra disposición, pero no
la impone, espera el momento en que la queremos escuchar. Su
Palabra nos alimenta, nos orienta y nos guía. Está siempre a nuestra
disposición en la Biblia, y se abre a manos llenas en la celebración de
la Misa. Resuena en nuestros oídos, y cuando le abrimos el corazón nos
dice lo que nos hace falta...
En la
Eucaristía Jesús se hace presencia continua. Él nos espera en cada
Sagrario, para que podamos descansar en Él. Pero la amistad con Jesús
no se improvisa. Él la ofrece cada día, pero nosotros sólo podemos
descubrirla y sostenerla con el trabajo continuo de encontrarnos y
compartir nuestra vida con Él, de la misma manera que Él comparte la
suya con nosotros (la amistad no se improvisa, se construye con el
tiempo, después de haber compartido muchas horas juntos). Sabemos que
nuestra vida es una misión que consiste en ser testigos de Jesús (lo
decíamos el Domingo pasado). Pero este testimonio, y por lo tanto la
fidelidad a
nuestra misión, no es posible si no vivimos en un continuo encuentro
con Él que nos permita conocerlo cada vez más y
compenetrarnos cada
vez más con su Vida, como sucede con los amigos. La
fidelidad a nuestra misión sólo es posible viviendo una amistad siempre
creciente con Él...
Por otra parte, así como se acerca a nosotros, Jesús se
acerca a todo hombre con la amistad de Dios. Hoy San Pablo nos recuerda
que Jesús es
nuestra paz, derribando el muro de enemistad que separaba a dos pueblos
(el pueblo de Israel y su fe en el Dios de Abraham, por un lado, y los
demás pueblos por el otro). Por eso ya no hay distancias que no se
puedan superar. No hay distancias entre los que están cerca y los que
están lejos. Con Jesús se ha hecho claro que Dios llama a un mismo
destino de salvación a todos los hombres de todos los tiempos. Es
posible por la tanto una paz entendida como amistad social, poniendo
todos por delante el bien común,
que es de todos, que es para todos, y que se construye entre todos.
Esta amistad social, que es la base de toda comunidad humana, se
reconstruye cada día cuando, descansando en Jesús, nos disponemos y nos
preparamos para tejerla pacientemente siendo testigos fieles de todo lo
que recibimos de Jesús...
3.
DESCANSANDO CON JESÚS APRENDEMOS A SER SUS TESTIGOS Y A SERVIR A LOS
DEMÁS... El contacto con Jesús nos va impregnando de Él y nos va
cambiando la vida. El encuentro con Jesús, como el encuentro con los
amigos, enciende en nosotros y alimenta de manera continua una luz que
no se esconde, porque es como una antorcha con la que es posible poner
luz en la vida de
los demás...
En
nuestro
encuentro con Jesús, descansando con Él en el silencio de nuestra
oración, se va gestando cada día nuestra posibilidad de ser sus
testigos fidedignos. Aprenderemos así a mirar con sus ojos, a ver lo
que Él ve, a querer lo que Él quiere, a vibrar con nuestro corazón en
la frecuencia en la que vibra el suyo, el Corazón de Dios. Escuchando
su Palabra y meditándola en nuestro corazón, como se hace con la
palabra de un Amigo, podremos ir modelando nuestra vida con su medida...
Por eso en el encuentro con Jesús nosotros podremos
avanzar en el camino del servicio. Así como Jesús, acercándose a todos
los hombres con la amistad, se puso al servicio de todos poniendo a
nuestro alcance la salvación, también nosotros aprendemos de Él que
nuestra vida está hecha para el servicio, y nuestra felicidad se
alcanza precisamente en el servicio a los demás. Cuando hablamos de
servicio, entonces, no estamos hablando de algo que se nos impone desde
afuera, que viene a frustrar nuestro deseo de ser felices, sino todo lo
contrario. Cuando hablamos de servicio estamos hablando de una
dimensión sustancial de nuestra vida que nos hace alcanzar del mejor
modo nuestro sentido y nuestra felicidad. Con Jesús, que nos ha abierto
su Corazón y nos ha hecho sus Amigos, aprendemos a encontrar nuestra
mayor felicidad siendo sus testigos y sirviendo a los demás...