Esta es mi predicación de hoy, 5 de julio de 2009,
Domingo
XIV del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico B, en el Hogar
Marín:
1. A
VECES ESPERAMOS QUE DIOS HAGA MÁS MILAGROS PARA NOSOTROS... Puede ser
que pensemos: "Si Dios es Dios, ¿cómo pueden pasar las cosas que
pasan?" ¿Por qué siempre parece que les va mejor a los malos, y se nos
hace tan difícil el camino a los que queremos hacer las cosas bien? ¿No
debería aparecer Dios milagrosamente, como en tiempos de Noé, y
ponernos a salvo a los buenos, con algo similar a lo que hizo con el
"Arca de Noé", poniendo a salvo a los que merecían ser rescatados?
¿Dónde está la omnipotencia de Dios, que parece dejarse superar por la
prepotencia del mal y dejarse atropellar por la astucia de los malos?...
También
ante la pandemia de la Gripe A nos puede pasar que nos quedemos
esperando una intervención milagrosa de Dios que nos libre de sus
consecuencias, como si nosotros no tuviéramos nada que ver con su
propagación y no tuviéramos nada que hacer para prevenirla. De la misma
manera podemos caer en la tentación de esperar con los brazos cruzados
que de
un día para el otro desaparezcan las mafias que vemos luchar por el
poder y que han contaminando de inmoralidad la política y el manejo de
la cosa pública, al punto que ya nadie bueno parece querer meterse en
esas cosas para no quedar "pegado"...
En definitiva, ante muchas circunstancias de la vida podemos quedarnos
añorando que Dios intervenga de una manera más enérgica para hacerse
cargo de nuestros fracasos y nos saque las papas del fuego antes de que
se quemen. Sin embargo, hoy Jesús nos enseña que Dios no es amigo de
intervenir con su omnipotencia de una manera prepotente, sino que
prefiere una presencia silenciosa, confiando en que sabremos valernos
del don más precioso que nos ha dado, que es nuestra libertad, para
hacernos cargo de las cosas que nos tocan...
2. DIOS
NOS HACE LIBRES PARA QUE LO ACEPTEMOS POR AMOR,
NO POR LA FUERZA... Dios nos propone descubrirlo y encontrarlo a través
de la fe. Pero lo hace de tal manera, que no perdamos nuestra libertad,
y podamos aceptarlo por amor, no por la fuerza...
Si Dios se hiciera
presente siempre de una manera totalmente evidente, nadie podría
negarlo, nadie tendría la libertad de oponérsele. Pero no es el camino
que eligió para manifestarse entre nosotros. Nos dice hoy San
Marcos que los contemporáneos de Jesús lo identificaban como el
"Hijo del Carpintero". Es que por el misterio de la encarnación, a
partir de su nacimiento en Belén, Jesús se hizo visible y accesible, y
por medio de Jesús fue posible ver y oír a Dios, que asumió nuestra
condición humana. Pero la humanidad de Jesús, al mismo tiempo que lo
hace visible y audible, también lo "oculta", ya que no nos alcanza para
"hacer evidente" su divinidad. Para eso no son suficientes los ojos y
los
oídos, ni siquiera alcanza con el corazón, para "ver y oír" a Jesús
como el Hijo de Dios hecho hombre, hace falta la fe...
Lo mismo pasa con
Jesús
en nuestros días, siempre presente silenciosamente en el Sagrario. La
fe nos permite "verlo" ahí y escucharlo en su Palabra. Pero su
presencia amorosa, que hoy se nos manifiesta de esta manera, y en la
celebración de los Sacramentos, fuentes en las que se puede beber de su
amor, no se impone, sino que se nos propone, para que la aceptemos en
la fe, y entremos en comunión con Él. De esta manera, con enorme
delicadeza, respeta nuestra libertad...
De todos modos, esto no significa que Jesús no esté
suficientemente al alcance de nuestra mano. Su presencia escondida pero
real, activa y efectiva a través de su Palabra y sus Sacramentos, y de
la misma Iglesia a la que le ha encargado hacerlo presente en el mundo
entero hasta el fin de los tiempos, nos alcanza para descubrir la
grandeza y la omnipotencia del Amor de Dios. Como dice San
Pablo, el poder de Dios triunfa en la debilidad, no necesita la
prepotencia, y esto lo lleva a gloriarse en las privaciones,
en las
persecuciones y en las angustias soportadas por amor
de Cristo...
3. NO
NOS FALTAN MÁS
MILAGROS PARA TENER FE, SINO MÁS FE PARA VER LOS MILAGROS... Hoy
seguramente podemos ver, como también en los tiempos pasados, muchas
personas que, como nosotros, se
alimentan de la fe, y que cotidianamente se desviven por ser fieles a
Dios en el mundo de la política y en todos los ámbitos de la vida
ciudadana. Personas que experimentan la misma debilidad que encontraba
San Pablo en sus propias fuerzas, pero también la misma fortaleza de
Dios que los sostiene. Y en todo esto no nos faltan más milagros, sino
más fe para ver los milagros cotidianos...
No son
más milagros, entonces, lo que estamos necesitando para que sea mayor
nuestra fe. De hecho Jesús, nos dice hoy San Marcos, no pudo (o no
quiso) hacer muchos milagros ante los que lo rodeaban y no tenían fe.
Yo creo que es porque si los hubiera hecho, esos milagros no les
hubieran abierto los ojos, y no hubieran servido entonces para mucho.
Más bien es al revés. Jesús nos invita a la
fe, que es siempre una respuesta libre al llamado de Dios. Y es
justamente la fe la que nos permite descubrir los
milagros que suceden cada día. Cada vez que dos manos se unen para
construir juntos el bien, cada vez que la solidaridad puede más que el
egoísmo, estamos frente a un milagro del amor...
Cada vez que se pasa por
encima de las diferencias de color, de raza, de ideología y de los
colores de una camiseta de fútbol para construir juntos en el amor,
estamos verdaderamente ante un milagro. Si vivimos en la fe y de la fe,
seremos cada día testigos del milagro del misterio de la vida de los
ancianos, de los niños y de los "medianos", que viene de Dios, y a
través de la cual el mismo Dios nos llama al mayor de los milagros, la
Vida eterna, hacia la que la fe nos ayuda a caminar...