Esta fue mi predicación de hoy, 21 de junio de
2009,
Domingo
XII del Ciclo Litúrgico B, en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1.
SIEMPRE HAY TORMENTAS EN EL MAR, PERO LAS
HAY TAMBIÉN EN LA TIERRA... No faltan las tormentas en el mar, y allí
se hacen especialmente peligrosas. Porque cuando se agitan las aguas
no queda ningún punto firme, todo se mueve y no hay donde apoyarse o
sostenerse. En los lagos, por otra parte, las tormentas tienen
características especiales. Lo experimentamos una vez con un grupo de
peregrinos en el llamado "mar de Tiberíades", que es en realidad un
lago, donde Jesús encontró a los pescadores a los que llamó para
confiarles la misión de ser sus Apóstoles. Basta que
comience a soplar un poco de viento para que de un momento para otro,
sin previo aviso, el agua calma y planchada comience a agitarse con
fuertes olas...
De todos
modos, no sólo en el mar se dan las
tormentas. También las hay en tierra firme. Estando ya a una semana de
las próximas elecciones legislativas de Argentina, lo único que se le
oye decir a los candidatos es que si ellos no ganan y lo hacen sus
adversarios, nos espera una tormenta descripta por todos, de un modo o
de otro, con características apocalípticas (si tuviéramos en cuenta los
criterios que en la historia bíblica se utilizan para poner a prueba
los profetas, tendríamos que decir que a los profetas de calamidades se
les puede creer fácilmente, mientras que ante los profetas de
bienaventuranzas conviene tomarse las cosas con tranquilidad y esperar
a que lleguen los tiempos, antes de dar por ciertas sus profecías)...
No deberían
sorprendernos
las tormentas, ya sabemos que existen. Con más y con menos,
siguen cada año un ritmo semejante relacionando con las
estaciones, y tienen una precisa función en la naturaleza, dando lugar
al ciclo del agua. Esta se evapora por los efectos de la temperatura,
de las superficies expuestas al contacto con el aire (mar, lagos, ríos,
etc.). Se forman así las nubes, éstas se desplazan con su carga de
humedad debido a los vientos y a las diferencias de temperatura, hasta
que se reúnen las condiciones adecuadas y se descargan a través de
las lluvias, éstas ayudan a que germinen las semillas que nos darán los
vegetales de los que nos servimos para nuestra alimentación. Todo esto
lo ha hecho Dios, que nos ha dado el mundo para que sea
nuestra casa, y ha puesto en él todo lo que nos hace falta para nuestra
subsistencia. Las tormentas, entonces, no pueden tomarnos de sorpresa,
y aunque a veces nos hagan temblar, no tenemos por qué temerles, si
tomamos las debidas precauciones. Y esto vale no sólo para las
tormentas que se presentan en el mar y en tierra firme, sino para las
que aparecen en nuestra vida, que son las que nos involucran más
vitalmente...
2.
CUANDO LLEGAN LAS TORMENTAS, JESÚS CALMA
LAS AGUAS Y QUITA LOS MIEDOS... Como a los
Apóstoles, también a nosotros nos sucede que a veces nos encontramos
con tormentas que nos asustan. La tormenta puede ser una
enfermedad,
nuestra o de alguien que está cerca
de nosotros. La tormenta puede ser también la
tristeza (muchas
veces se convierte en una nube que nos envuelve sin dejarnos ver nada).
La tormenta puede ser también un
fracaso laboral o económico
(del que
no sabemos cómo salir). La tormenta puede ser un
fracaso
afectivo (a veces deja heridas que no sabemos cómo reparar).
La
tormenta
puede ser también, cuando golpea a nuestra puerta o a la de las
personas que más queremos, la misma
muerte...
En el trabajo, en la salud, en nuestra
vida personal y afectiva, en nuestra vida familiar y en nuestra vida
social, incluso en nuestra vida de fe, no sólo hay nubarrones que dejan
por momentos todo oscuro,
sino que también hay verdaderas tormentas, en las que no para de caer
agua o piedra, y en las que hasta deja de verse el horizonte. Aparecen
tormentas que nos dan miedo y nos paralizan, que nos dejan
desorientados o sin saber qué hacer. También a veces aparecen tormentas
que arrasan con todo. Y en medio de las tormentas podemos perder la
calma, o las ganas de luchar por nuestras convicciones, o el rumbo que
las mismas nos señalan, e incluso a veces, podemos llegar a perder la
confianza en Dios y también la fe...
Lo primero ante las
tormentas es darnos cuenta que a Dios no lo toman
por sorpresa. Como en la vida de la naturaleza, en la omnipotente
providencia de Dios las tormentas de nuestra vida también están
previstas. Dios tiene encerrado al mar "entre dos puertas", nos dice
Job, que lo supo del mismo Dios, en medio de su propia
tempestad. Por eso, así como podemos estar seguros que Dios está
siempre de nuestro lado ya que nos ha hecho para Él y para nuestro
bien, también podemos estar seguros que, permaneciendo con Él, es
posible pasar todas las tormentas...
Jesús siempre está
en presente cuando ellas llegan las tormentas. La presencia de Jesús a
veces es
silenciosa pero siempre está, haciendo lo que hace falta. Jesús está
marcando el rumbo, está sosteniendo la marcha, está recordando la meta
y empujando hacia ella. Basta levantar la mirada, para darse cuenta
que viene a nuestro encuentro en cada encrucijada. Basta lanzar hacia
Él nuestro grito y poner en Él toda nuestra confianza, para encontrar
que siempre nos da calma, si lo recibimos con fe. En esto consiste el
modo de vivir que San Pablo nos propone hoy: el que vive en Cristo es
una nueva criatura. Un nuevo
ser se ha hecho presente, ya que el mismo Jesús comienza a vivir dentro
mismo de nosotros. Para eso, hay que permanecer en la barca, que es la
Iglesia. Jesús siempre
vendrá a traer la calma y quitar los miedos a quienes estén en la
barca, en la Iglesia...
3. SI
VAMOS CON JESÚS Y EN LA BARCA, PODREMOS
SUPERAR TODAS LAS TORMENTAS... Jesús ha venido para que podamos superar
las tormentas. El nos ha invitado a su barca, que es la Iglesia, y nos
ha invitado a navegar junto con Él.
Nos acompaña en toda la marcha, porque nos quiere para siempre junto a
Él...
Podrán
seguir viniendo muchas tormentas en
todos los ámbitos de
nuestra vida, personal y social. Podrán llegar tormentas en nuestra
salud, en nuestra vida personal y afectiva, en nuestra vida familiar y
en
nuestra vida social. Podrán llegar
tormentas incluso que hagan temblar nuestra fe, así como llegará
también para cada uno la muerte. Pero con Jesús en la
barca,
también llegará la calma...
Salimos de una orilla, en la que comenzó
nuestra vida, y vamos hacia la otra, en la que podremos alcanzar la
meta. El sol siempre está, poniendo luz en ambas orillas, y con Jesús
en la barca se calman todas las tormentas. Él nos ha hecho para el
Cielo, que es nuestra meta, y Él mismo
hace que ninguna
tormenta nos pueda hundir mientras vamos navegando hacia ella. Basta ir
con Jesús en la barca, para perder el miedo y superar todas las
tormentas...