Esta fue mi predicación de hoy, 26 de abril de
2009,
Domingo
III de Pascua del Ciclo Litúrgico B, en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. PARA QUE LAS COSAS
DUREN HACE FALTA QUE
TENGAN RAÍCES PROFUNDAS... Lo vemos con claridad, si se trata de
árboles. Nos gusta verlos y dibujarlos llenos de follaje, altos y
fornidos, capaces de cobijarnos con sus ramas. Pero esto no es posible,
si el árbol no cuenta con raíces profundas, ya que inmediatamente se
vendría abajo. Nos lo recuerda el
Soneto
de
Francisco L. Bernárdez, que nos habla de muchos aspectos de
la vida
recordándonos que lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene
sepultado...
También
las alegrías reclaman
raíces profundas. Puede pasarse muy rápidamente de la sonrisa a la
amargura y salir de ella casi sin darse cuenta, si nos movemos sólo
por encima de la superficie de las cosas, sin profundizar en ellas.
Todos conocemos historias, como por ejemplo las de los payasos, que
tienen la sonrisa a flor de piel cuando se trata de hacer reír a otros,
pero que después en su vida personal pueden estar cargados de
tristezas y amarguras de las que los que se ríen con ellos no se
enteran...
Incluso los Apóstoles pasaron a veces con mucha rapidez de la tristeza
a la alegría. De la turbación con la que habían vivido el supuesto
fracaso de Jesús en la Cruz, pasaron a la admiración y a la alegría
cuando lo vieron resucitado. Pero al comienzo, como veían sólo "la
superficie", no lograban superar el temor y no se animaban a creer...
Es que las cosas serias no se pueden vivir sólo en la superficie, es
necesario llegar hasta sus raíces profundas. Por eso Jesús les abre la
inteligencia explicándoles las Escrituras, para que viendo claro las
raíces de la resurrección, pudieran tener una fe madura. También a
nosotros, de la misma manera, Jesús nos abre la inteligencia, para que
con una fe madura, no estemos zarandeados superficialmente entre
tristezas y alegrías...
2. LA ALEGRÍA DE JESÚS
RESUCITADO HUNDE SUS
RAÍCES EN EL CAMINO DE LA CRUZ... No se trata, entonces, de una alegría
improvisada o fugaz. Fue construida pacientemente, desde el primer
instante, con la fidelidad de Jesús a la voluntad de Dios, nuestro
Padre. Jesús vino para salvarnos, porque estábamos postrados gravemente
por el pecado, que nos somete a la descomposición de la muerte. La
redención tenía que ir a fondo, de forma incisiva. El Amor de Dios
asumió entonces nuestra condición allí donde estaba, sometida a la
muerte, y hundiendo sus raíces en la Cruz, nos rescató con la
resurrección de Jesús...
La fidelidad de Jesús
al Amor de Dios lo
llevó por el camino de la Cruz, en la que su entrega por nuestra
salvación fue coronada hasta el fin. La resurrección, entonces, no
aparece en el horizonte de Jesús de cualquier manera, sino como
consecuencia de un camino en el que se fueron construyendo sus raíces
profundas. Y esa resurrección de Jesús es nuestra salvación, porque con
ella se nos abrieron nuevamente las puertas del Cielo, que la ceguera
del pecado y del rechazo de Dios nos habían cerrado...
También hoy hay mucho que redimir, hay mucho dolor y
sufrimiento
humano en el mundo, que parece inexplicable e inútil. Hay mucho pecado
que deja heridas profundas. Hay muchas miserias del corazón que
producen estragos, porque no vivimos según los mandamientos que hemos
recibido de Dios, como caminos de salvación. En definitiva hoy, como
siempre, necesitamos una salvación y una alegría que no sea un barniz
de superficie, sino que tenga raíces profundas. Una salvación, en
definitiva, que consiste en asumir los caminos por lo que Dios nos
lleva, que son siempre los caminos del amor. Una salvación que
finalmente se expresa en la resurrección, pero que tiene sus raíces
firmes en la Cruz. Y nosotros que, como los Apóstoles, hemos conocido
esta
salvación, no podemos quedarnos tranquilos mientras todavía
haya quien
no sepa lo que Dios ha hecho por todos los hombres...
3. SOMOS
TESTIGOS DE UNA
ALEGRÍA PROFUNDA: SUS RAÍCES SE ALIMENTAN EN LA CRUZ... Todo el mundo
tiene derecho a esperar de nosotros el testimonio de esta verdadera
alegría. La hemos recibido como un don gratuito, y estamos llamados a
mostrarla de la misma manera...
Como
testigos de esta alegría
que hunde sus raíces y encuentra su alimento en la Cruz, sabemos que no
nos bastarán las palabras para anunciar a los demás lo que creemos. Por
supuesto, las palabras no deberán faltarnos, pero más allá de ellas,
será nuestra perseverante tenacidad para recorrer el camino del amor,
del que nos habla todo el Evangelio, lo que nos hará creíbles
para los
que nos escuchen...
El Amor de Dios lo
llevó a Jesús a la Cruz. Nuestra perseverancia en el
amor, a la que nos lleva una vida según los mandamientos, nos acercará
a nuestros hermanos, y nos traerá sufrimientos, que resumimos en el
sentido de la Cruz. Pero ya que Jesús no quedó atrapado en ella, sino
que resucitó, precisamente allí encuentran suelo firme las raíces de
nuestra más profunda alegría. En estos días damos gracias en el Hogar
Marín
porque el 11 de octubre, Dios mediante, el Papa canonizará a la Beata
Juana Jugan, fundadora de las Hermanitas de los Pobres. Conviene
recordar entonces que la mayor parte de su larga vida
(87 años) fue un también largo camino de Cruz. No sólo su infancia
siendo huérfana de padre en una familia pobre y con muchos hijos, sino
también la mayor parte de su vida como religiosa, relegada al silencio
y el olvido en la Congregación que ella misma había fundado. Pero en
los misteriosos designios de Dios esto sirvió
precisamente para
que allí pudiera formar el corazón y la fe de las
novicias. Así pudo transmitirles con alegría su confianza en la
providencia, carisma fundamental de la Congregación que nacía. Nosotros
podemos encontrar en ella ejemplo y aliento para ser testigos de una
alegría profunda cuyas raíces se alimentan en la Cruz...