Esta fue la predicación preparada para el 1 de enero de
2009,
Solemnidad de María Madre de Dios y
Jornada Mundial de la Paz,
en la Misa que concelebré en El Chaltén, Provincia de Santa Cruz:
1. CUANDO RECIBIMOS VISITAS EN
CASA, SIEMPRE NOS DEJAN SUS HUELLAS...
Cuando recibimos visitas, tal como sucede con frecuencia en estos días
de fiesta,
nos lleva un buen tiempo preparar la casa, ponerla en orden, quizás
incluso
arreglando muchas cosas que, si no fuera porque llegan estas visitas,
quedarían
rotas o desordenadas por vaya uno a saber por cuanto tiempo. Y una vez
que termina la visita y se van los huéspedes,
siempre quedan sus huellas...
La primera huella que podemos
constatar es que muchas cosas quedan sucias o fuera de lugar,
porque es natural que hayamos usado mucha vajilla, muchos vasos y
muchos cubiertos para la comida y la bebida de cada día. Además
seguramente hemos utilizado muchas botellas y otra cantidad de cosas de
las que quedan dando vuelta los envoltorios. También seguramente nos
quedan los regalos que nos han traído los visitantes, como signo de su
cariño...
Pero además de todo esto, también quedan las
huellas más importantes de las visitas, que son las que nos dejan en el
corazón. La visita
de
los amigos y de los familiares en nuestras casas con ocasión de las
fiestas son una oportunidad de
intercambio fraterno que va mucho más allá de darnos noticias unos
sobre los otros. Nos permiten también un intercambio
espiritual, que
nos hace crecer a todos. Por eso, cuando se
van los que nos han visitado, normalmente descubrimos que hemos nuestro
corazón late más fuerte, de manera distinta, por todo lo que hemos
recibido de ellos. Cuando se van las visitas, no somos igual que
antes que ellas hayan
estado...
Si esto pasa con las visitas que nos hacemos entre amigos y
parientes, mucho más y con mucha mayor razón, sucede cuando es Dios
quien nos
visita. Y exactamente eso es lo que ha sucedió en aquella noche de
Belén que hemos
revivido en esta Navidad que celebramos hace exactamente una semana...
2. SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS,
ES LA MAYOR HUELLA DE DIOS EN EL
MUNDO... Dios se hizo Hombre cuando, viendo la postración en la que nos
había dejado el pecado, quiso salvarnos. Siendo Dios de verdad, quiso
hacerse
Hombre también de verdad, para salvarnos "desde adentro", asumiendo
nuestra condición humana y siendo uno de
nosotros. Para eso se eligió una Madre, y nació verdaderamente, como
Hombre, y como Dios. Así María es, como Madre de Jesús, verdaderamente
Madre de Dios...
Esto marcó definitivamente a María, que ya en
previsión de su misión maternal fue preservada desde el primer instante
de su concepción de toda mancha, tal como lo hemos celebrado el 8 de
diciembre en la Solemnidad de la
Inmaculada
Concepción. Por eso podemos decir que María es la mayor
Huella que
Dios ha dejado en el mundo, desde el
momento en que decidió hacerse Hombre para salvarnos y vino a
visitarnos. Buscando esos
brazos maternos que lo cobijaran, hizo de María su Madre. María, que es
verdaderamente Madre de Dios, acompañó su camino de salvación
desde el Pesebre hasta la Cruz, y al pie de la misma participó del
ofrecimiento con el que Jesús se entregó al Padre para salvarnos. Y al
pie de la Cruz, Jesús nos ha confiado a su Madre, para que sea también
Madre nuestra...
Ya la oración más antigua que se conoce
dirigida a María la nombra con este título de Madre de Dios: Bajo
tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No
desprecies las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades.
Antes bien, líbranos de todo peligro. Virgen gloriosa y bendita.
Con el mismo título la llamamos al final de la oración con la que con
más frecuencia
nos dirigimos a ella, especialmente en el Rosario, el Ave María: Santa
María, Madre
de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra
muerte.
En María podemos ver la huella de Dios, y lo que Él ha
querido
para nosotros. En su sencillez de mujer humilde y fiel, entregada del
todo a los planes de Dios, en sus continuos gestos de caridad y amor,
todos nosotros encontramos siempre no sólo amparo, sino también un
modelo de
nuestro propio camino que nos lleva a Dios. María presentando al Niño
en el Templo a los ocho días de su nacimiento para ser circuncidado y
recibir el nombre de Jesús, es decir, Dios que salva,
nos
muestra con los hechos una vida que siempre fue dócil y obediente a los
planes de Dios. Por eso todo en María nos habla de Jesús, todo en María
se encamina hacia Jesús, todo en María nos lleva a Jesús. María es así
un huella que
siempre nos lleva a Jesús, su Hijo y nuestro Salvador, la fuente desde
la que surge la Luz y la Paz para el mundo entero...
3. DIOS NOS DARÁ SU PAZ, SI LO
RECIBIMOS EN EL CORAZÓN Y EN EL MUNDO...
Por eso, hace ya 42 años los Papas (primero Pablo VI, después Juan
Pablo II y ahora Benedicto XVI), han querido que el día en que comienza
el año y se celebra la Solemnidad de María, Madre de Dios, sea también
la Jornada Mundial de la Paz. La Paz siempre surgirá de la sencillez
del Pesebre, en el que
nació Dios hecho Hombre, que fue recibido por María, José y los
Pastores...
El Papa Benedicto XVI, siguiendo las huellas de Pablo VI y
Juan Pablo II, nos ha dado un lema para la Jornada Mundial de la Paz de
este año: "
Combatir
la pobreza, construir la paz". Y además, como hicieron cada
año
desde 1968 sus
predecesores, nos ha escrito un
Mensaje.
Nos dice el Papa en esta ocasión
que
"Una de las vías maestras para
construir la paz es
una globalización que tienda a los intereses de la gran familia humana.
Sin embargo, para guiar la globalización se necesita una fuerte
solidaridad global, tanto entre países ricos y países pobres, como
dentro de cada país, aunque sea rico. Es preciso un «código ético
común», cuyas normas no sean sólo fruto de acuerdos, sino que estén
arraigadas en la ley natural inscrita por el Creador en la conciencia
de todo ser humano (cf. Rm 2,14-15). Cada uno de nosotros ¿no siente
acaso en lo recóndito de su conciencia la llamada a dar su propia
contribución al bien común y a la paz social? La globalización abate
ciertas barreras, pero esto no significa que no se puedan construir
otras nuevas; acerca los pueblos, pero la proximidad en el espacio y en
el tiempo no crea de suyo las condiciones para una comunión verdadera y
una auténtica paz. La marginación de los pobres del planeta sólo puede
encontrar instrumentos válidos de emancipación en la globalización si
todo hombre se siente personalmente herido por las injusticias que hay
en el mundo y por las violaciones de los derechos humanos vinculadas a
ellas"...
No bastará,
por supuesto, un amor sólo a la medida
humana.
Siendo el amor la forma más alta y más noble de relación
de los seres humanos entre sí, no podemos olvidar que sólo
encontraremos la Paz, para nosotros y para el mundo, cuando nuestros
corazones se abran como el de María, para recibir a Jesús, junto al
Pesebre, en el que el Amor de Dios se ha entregado al mundo...