Esta fue mi predicación de hoy, 15 de marzo de
2009,
Domingo
III de Cuaresma del Ciclo Litúrgico B, en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. EL TEMPLO DE DIOS
ES TODA LA
CREACIÓN, Y SU LUGAR ELEGIDO NUESTROS CORAZONES... Lo vemos fácilmente
si tenemos la oportunidad de caminar por las montañas cerca de los
glaciares (ver la "huella" blanca, que señala una de las caminatas que
hice este verano). También en días como el de hoy,
mientras se acerca el otoño, con la temperatura fresca de la mañana y
el sol
resplandeciente del mediodía, lo hacen evidente. Toda la que toda la
naturaleza comienza a calmarse,
preparándose para juntar fuerzas durante todo el invierno y volver a
explotar llena de vida en la primavera. Y en este tiempo Dios se deja
ver de una manera especialmente transparente a través de la
naturaleza, llena de signos de su presencia...
De todos modos, con
todos lo grande que es toda la creación, signo visible de la grandeza
de Dios y "templo" en el que Él se encuentra a sus
anchas, no tenemos que perder de vista el lugar que Dios se ha elegido,
donde le gusta estar con especial preferencia. Ese lugar es cada uno de
nuestros corazones, así como en el de todos y cada uno de los corazones
humanos, porque allí es donde puede ser recibido con amor y gratitud...
Sin embargo, también
es posible que queramos negarle
a Dios la entrada en nuestros corazones, e incluso se puede pretender
echarlo hasta de la misma creación, cerrándola a su grandeza y
misericordia. El drama de nuestro tiempo, nos dice Benedicto XVI en la
Carta
a los Obispos de la Iglesia católica del pasado 10 de marzo,
consiste en que
"en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como
una llama que no encuentra ya su alimento". Es como un intento de
echarlo a Dios de su casa: de la creación, de la sociedad y
de los corazones. Se lo quiere echar de la creación cuando se pretende
que la ciencia tenga el derecho de hacer todo lo que puede, sin límites
que le vengan desde afuera (por ejemplo fabricando bombas
que destruyen la vida y siembran la muerte casi sin límites o
manipulando la vida en laboratorios que se convierten en los nuevos
campos
de la muerte). Se lo quiere echar a Dios de la sociedad cuando
mencionarlo o recordar su presencia a veces constituye un delito mayor.
Y esto puede suceder hoy porque previamente se lo ha echado a Dios de
muchos corazones. Por eso, si es comprensible la vehemencia de
Jesús,
cuando se encuentra que han transformado el Templo de Jerusalén en una
casa de comercio, ¿qué qué habrá que hacer hoy cuando, suceden todas
estas cosas?...
2. PARA
MANTENER EN PAZ LA CASA
DE DIOS, BASTA CON CUMPLIR LOS MANDAMIENTOS... Se trata de esos
mandamientos que están presentes en las tablas de la ley que Moisés
recibe de Dios, y que hoy nos presenta el libro del Éxodo en una
versión
más completa y más larga que la que habitualmente
recordamos, aprendida con el primer Catecismo. Son
esos mismos mandamientos, por otra parte, que además están inscriptos a
fuego en todos nuestros corazones y en los de todos los hombres...
Dándole a
Dios su lugar, sin
tomar su nombre en vano, nadie podrá arrogarse el derecho de agredir a
los demás abusando del poder, nadie podrá pretender haber sido
constituido en el Mesías de su pueblo o de la humanidad entera, o de la
democracia. Dándole a Dios su lugar, inmediatamente asumiremos la
necesidad de no
matar y de no robar. De esta manera, nadie podrá atentar impunemente
contra la vida de los demás, y la sociedad entera se verá comprometida
en la defensa de la vida desde el primer instante de su concepción
hasta el último momento, en cada una de las personas que reciben de
Dios este don (una constatación: hoy que la ciencia ha avanzado tanto,
cuando se echa a Dios de su ámbito, algunas de sus especialidades
consisten en eliminar la vida que comienza o que termina)...
En la simple decisión coherente
de darle a Dios su lugar naufragarán todos los intentos de
alterar el orden de la sociedad con la prepotencia,
naufragará la violencia con la que algunos pretenden torcer la voluntad
de todos
al servicio de los intereses de algunos, naufragará la prepotencia del
poder
que se quiere independizar de las leyes para construir su propio y
mezquino
interés. Pero no tenemos que olvidar que la paz en nuestra casa, en
nuestra familia, en
nuestro barrio, en nuestra patria y en la Iglesia va por los mismos
caminos y se
construye de la misma manera. Simplemente cumpliendo los mandamientos,
no sólo Dios tendrá en nuestros corazones un lugar de paz, sino que
también encontrarán en ellos su lugar todos los que nos rodean y tienen
derecho a esperar algo de nosotros, y por eso llamamos "prójimos"...
Esto nos lleva a pensar lo que Benedicto XVI nos explica con humildad
ejemplar en su
Carta
a los Obispos de la Iglesia católica del pasado 10 de marzo:
la
remisión de la excomunión de los cuatro Obispos ordenados por Mons.
Lefébvre sin autorización del Papa tiende al mismo fin al que servía la
sanción: invitar una vez más a los cuatro Obispos al retorno pleno a la
Iglesia (fue posible porque ellos reconocieron en línea de principio al
Papa y su potestad de Pastor, a pesar de sus reservas sobre la
obediencia a su autoridad doctrinal y a la del Concilio Vaticano II).
Todavía, hasta que las cuestiones relativas a la doctrina no se
aclaren, este grupo (Fraternidad San Pío X) no tiene ningún estado
canónico en la Iglesia, y sus ministros, no obstante hayan sido
liberados de la sanción eclesiástica, no ejercen legítimamente
ministerio alguno en la Iglesia. Los lefebvristas, dice el Papa, deben
aceptar que no se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia
al año 1962 (cuando comenzó el Concilio Vaticano II), pero algunos de
los que se muestran como grandes defensores del Concilio deben recordar
que el Vaticano II lleva consigo toda la historia doctrinal de la
Iglesia, para obedecer al Concilio se debe aceptar la fe profesada en
el curso de los siglos (no se puede cortar las raíces de las que el
árbol vive)...
Pero
si conducir a los hombres hacia Dios es la prioridad suprema y fundamental de
la Iglesia
y del Papa, dice Benedicto XVI, se debe cuidar la unidad de los
creyentes, ya que su discordia pone en duda la credibilidad de su
hablar de Dios. Si el compromiso por la fe, la esperanza y el amor es
la auténtica prioridad para la Iglesia, también forman parte de ella
las reconciliaciones, pequeñas y medianas. El Papa tiene la impresión
de que a veces nuestra sociedad tiene necesidad de un grupo al menos
con el cual no tener tolerancia alguna, contra el cual pueda
tranquilamente arremeter con odio, y si alguno intenta acercársele
(como hizo él con este grupo), también él pierde el derecho a la
tolerancia y puede también ser tratado con odio, sin temor ni reservas.
Las preguntas que se hace el Papa ante su gesto de misericordia que
apareció inesperadamente como algo totalmente diverso golpean nuestro
corazón: ¿Es realmente una equivocación salir al encuentro del hermano
que "tiene quejas contra ti" (Mateo 5, 23s) y buscar la reconciliación?
¿Puede ser desacertado comprometerse en la disolución de las rigideces,
para dar espacio a lo que haya de positivo y recuperable? ¿Debemos
dejarlos ir a la deriva lejos de la Iglesia? ¿Podemos simplemente
excluirlos de la búsqueda de la reconciliación y de la unidad? ¿Qué
será de ellos luego? ¿Acaso no debe la Iglesia permitirse ser también
generosa, en la certeza de la promesa que le ha sido confiada? ¿No
debemos como buenos educadores ser capaces también de dejar de fijarnos
en diversas cosas no buenas y apresurarnos a salir fuera de las
estrecheces?...
3.
FUIMOS
LLAMADOS A LA LOCURA DE LA CRUZ, MÁS EFICAZ QUE CUALQUIER VIOLENCIA...
Algunos piden milagros, nos dice San Pablo.
Seguramente serán los que en su tiempo, igual que ahora, esperan que
Dios se haga cargo de lo que no funciona bien, o al menos no funciona
como ellos quieren. Otros buscan la sabiduría, sigue diciéndonos San
Pablo. Podemos interpretar que se refiere a los que
en su tiempo, como también hoy, piensan que la ciencia alcanza para
solucionarlo todo...
Nosotros,
en cambio, nos
recuerda finalmente San Pablo, sabemos que la fuerza
y la sabiduría con la que se construye el mundo por los caminos de Dios
viene de Jesús crucificado. Para algunos esto sonará a escándalo, para
otros parecerá una locura, y para otros parecerá simple cobardía. Sin
embargo, la Cruz es la fuerza y la sabiduría de Dios, a la que hemos
sido llamados. La locura de Dios, nos dice San Pablo,
es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios
(la debilidad de la Cruz) es más fuerte que la fortaleza de los
hombres...
Tengamos en cuenta que Jesús no terminó muerto en la Cruz. De allí a la
Resurrección no tuvo más que un paso. La Cruz, aceptada como el camino
de salvación que Dios pone en nuestras manos, y ofrecida en el
cumplimiento audaz y feliz de los mandamientos, nos da una Paz que
ninguna violencia o prepotencia podrá nunca dar a nadie: nos da el
Cielo, al que Dios nos ha llamado y que Él mismo pone al alcance de
nuestras manos...