Esta fue mi predicación de hoy, 8 de marzo de 2009,
Domingo
II de Cuaresma del Ciclo Litúrgico B, en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar
Marín:
1. CUANDO EL CAMINO SE
HACE DIFÍCIL, A VECES
NOS QUEDAMOS MIRANDO EL PISO... Si hay piedras en el camino, o éste se
encuentra resbaloso porque hay barro o lo están limpiando y está
enjabonado, casi instintivamente clavamos la mirada en el piso y
caminamos temerosos, para no correr el riesgo de terminar de panza en
el suelo o patas para arriba...
Está bien, son precauciones que nunca están de
más. Pero eso que nos sucede con los pies también nos puede suceder en
otros ámbitos de la vida, y en estos casos no alcanza con
quedarse mirando el piso, más bien lo que hace falta es levantar la
mirada hacia
la meta que buscamos...
Si, por ejemplo, nos
sube la presión, el médico
seguramente querrá que
comamos sin sal (si nos suben los kilos, que comamos sin grasas). ¿De
dónde sacaremos fuerza para hacerle caso, si no nos
convencemos de las ventajas que tendremos, al alcanzar la meta de una
mejor salud, al precio del esfuerzo
emprendido? Y si queremos dejar de fumar (es decir, de quemar
la plata y llenar de alquitrán los pulmones con el cigarrillo), hay que
convencerse de las ventajas que tendremos al alcanzar, con los pulmones
más
limpios, la meta a la que nos lleva esa decisión...
En, fin, en medio de
las dificultades que se
presentan en el camino de la vida, siempre nos puede invadir el
desaliento cuando el agua nos llega al cuello, si no tenemos clara la
meta y no fijamos nuestra mirada en
ella. Y hay tantas piedras en el camino con las que podemos tropezar,
que estaremos siempre en peligro si nos quedamos sólo mirando el piso.
De esa manera se hará lento, inseguro y amargo nuestro caminar...
Cuando se trata de la vida, Dios nos pide, como a Abraham, que estemos
dispuestos a
entregarlo todo, para colmarnos de bendiciones. La fe nos hace caminar
de la mano de Dios. Y si, como dice San Pablo, Dios está con nosotros,
¿quién estará contra nosotros? ¿Quién podrá más que Dios? Por
lo tanto,
aunque pueda parecer mucho el sacrificio que se nos pide, aunque pueda
parecer muy difícil el camino, no hay que quedarse mirando el piso,
sino que hay que levantar la mirada. Somos peregrinos, en marcha hacia
la Casa paterna, hacia el Cielo, y hay que fijar la mirada en la meta,
para caminar más tranquilos. Por eso hoy Jesús quiere enseñarnos a
hacerlo...
2. CUANDO ESTÁ CERCA
LA CRUZ, DIOS NOS HACE
LEVANTAR LA MIRADA Y ESCUCHAR A JESÚS... Eso hace Jesús con los
Apóstoles Pedro Santiago y Juan, inmediatamente después de haberles
anunciado que su camino pasaría por la Cruz. Ante su desaliento, y para
animarlos, aparece ante ellos transfigurado, con el rostro
resplandeciente como el sol y las vestiduras tan blancas como nadie
en el mundo podría blanquearlas, mostrándoles anticipadamente
el final
que alcanzaría con la resurrección. Nosotros también estamos hechos
para la gloria y para la resurrección. A su lado, están Moisés y Elías,
que representan la Ley y los Profetas, es decir, toda la Palabra de
Dios. Dios Padre nos habla con claridad, y nos dice a todos, como a
estos Apóstoles en el Monte Tabor: «Este es mi Hijo muy querido,
escúchenlo»...
Puede
ser que nos preguntemos dónde habla hoy
Jesús, dónde es posible escucharlo. Conviene tener presente que su
Palabra está siempre viva en la Iglesia, donde se conserva y se
pronuncia de manera actualizada, bajo la guía del Papa y los Obispos,
los custodios y predicadores que Jesús mismo eligió para su Palabra.
Cuando dejamos que esta Palabra vaya formando
nuestra
conciencia, ella misma será una
especie de «repetidora», instalada dentro de nosotros, de la voz
misma
de Dios. Pero por sí sola ella no basta. Es fácil hacerle decir
lo que
nos gusta escuchar. Por ello necesita ser guiada y sostenida por el
Evangelio y por la enseñanza de la Iglesia...
Para
escuchar a Jesús ciertamente no sirve acudir a los magos y adivinos de
nuestro tiempo o a los horóscopos. Cuando Dios nos dijo de Jesús
«¡Escúchenlo!», dejó en claro que hay un solo mediador entre
Dios y los hombres; ya no tenemos que andar «a tientas», para
conocer la voluntad divina, en Cristo
tenemos toda respuesta. Para las personas
maduras con un mínimo de capacidad crítica o de ironía, el horóscopo no
es más que una inocua tomadura de pelo, una especie de juego
y de pasatiempo. Pero hay que tener cuidado de no imaginarse que el
éxito en la vida no depende del
esfuerzo, de la aplicación en el estudio y la constancia en el trabajo,
sino
de factores externos, imponderables; si nosotros no tuviéramos
responsabilidad en el bien y en el mal, y estuviéramos a merced de las
«estrellas»...
También hay que tener cuidado con las "revelaciones privadas", mensajes
celestiales o apariciones, que hoy muchos parecen atribuirse haber
recibido. No es que Cristo o la Virgen no
puedan
manifestarse de ese modo. Lo han hecho en el pasado y lo
pueden hacer también hoy. Pero antes de dar por
descontado que se trata de Jesús o de la Virgen y no de la fantasía
enferma de alguno, o peor, de espabilados que especulan con la buena fe
de la gente, hay que tener la garantía del juicio de la Iglesia. San
Juan de la Cruz
decía que, desde que en el Tabor Dios Padre dijo de
Jesús: «¡Escúchenlo!», Él se hizo, en cierto sentido, mudo. Ha dicho
todo; no tiene cosas nuevas que revelar. Quien le pide nuevas
revelaciones, o respuestas, le ofende, como si no se hubiera explicado
claramente todavía. Dios sigue diciendo a todos la misma palabra:
«¡Escúchenlo a Él!, lean el Evangelio: ahí encontrarán ni más ni menos
que lo que buscan»...
3. PARA
NO TROPEZAR EN EL
CAMINO, HAY QUE ALZAR LA MIRADA A LA META... El camino de la fe tiene
sus
piedras de
tropiezo. Ya vimos el Domingo pasado que aparecen bajo las formas de
las
tentaciones. No sirve, entonces, caminar con la mirada fija en el piso,
mirando sólo
las tentaciones, porque tarde o temprano caeríamos en ellas. Eso puede
servir para no llevarse por delante los escalones, y para no caerse en
los agujeros que a veces hay en las calles de nuestra ciudad terrena,
pero no
sirve para el camino de la vida, para el cual hace falta tener siempre
a la vista la meta. Nos lo muestra primeramente Jesús. El mismo tenía
cada día su momento para la oración, para el encuentro con su Padre, y
así lo enseña a los Apóstoles...
En este
tiempo de Cuaresma será
especialmente importante poder encontrar el tiempo que necesitamos para
la oración. Este tiempo de Cuaresma lo dedicamos a la preparación de la
Pascua. Y para hacerlo necesitamos realizar con confianza una revisión
del camino de nuestra vida, para poder cambiar todo lo que haya que
cambiar, y enderezar así la marcha hacia la meta a la que Dios nos
llama a través de la conversión. Lo realizamos todos los años, porque
en el camino de la vida no funciona el "piloto automático", y es
imprescindible recuperar el rumbo cada vez que lo perdemos. Y para eso
resulta de gran ayuda volver a dirigir nuestra mirada hacia la meta. A
través de
momentos dedicados especialmente a la oración, podremos fijar con
firmeza nuestra mirada en el
Cielo, ya que allí está nuestra meta. Esto nos ayudará a recobrar el
entusiasmo
que necesitamos para cargar con alegría la Cruz de cada día, que
inevitablemente se presenta en nuestra marcha hacia el
Cielo, que es ciertamente nuestra meta...