Esta fue mi predicación de hoy, 19 de febrero de 2006,
Domingo VII del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico B,
en el Hogar
Marín:
1. NO SIEMPRE ACERTAMOS A BUSCAR LO QUE MÁS
NOS HACE FALTA... Además de los anteojos y las llaves, que siempre
perdemos o desaparecen en el momento en que más los necesitamos, y que
por lo tanto nos ponemos a buscar entre nervios y apuros, hay muchas
otras cosas que siempre estamos buscando. Sin embargo, por curioso que
parezca, no siempre buscamos las cosas que más nos hacen falta. Por
ejemplo, si un equipo de fútbol no anda bien, enseguida se comienza a
buscar un nuevo director técnico que reemplace al que no encuentra los
resultados ansiados. Pero quizás muchas veces no sea sólo un cambio de
director técnico lo que el equipo está necesitando, sino soluciones más
de fondo...
Lo mismo nos sucede cuando nos duele algo (es ocasión para recordar
esta broma que seguramente hemos oído y dicho muchas veces: una vez que
hemos cumplido 40 años, si al levantarnos no nos duele nada, es muy
probable que ya nos hayamos muerto). quizás nuestra primera reacción
sea visitar a un médico, para pedirle que nos dé algo que nos quite el
dolor...
Sin embargo, calmar no es lo primero que
tenemos que hacer. El dolor tiene una función, que no hay que
descartar. El dolor físico del cuerpo tiene la importante función de
avisarnos algo que anda mal, algo que no está funcionando. Por lo
tanto, cuando tenemos un dolor, por ejemplo un dolor de cabeza que se
hace insistente, no basta con tomar un analgésico. Eso puede quitarnos
el dolor, pero seguramente no pone remedio a lo que nos está pasando.
Sirve sólo para suprimir el aviso, pero no la dificultad sobre la que
el dolor nos está avisando. Sería como no atender al cartero porque no
queremos recibir una mala noticia, y pensamos que quizás la traiga en
una carta. Podremos no recibir la carta y no enterarnos de la mala
noticia, pero lo que ha sucedido será un hecho y una mala noticia, nos
hayamos o no enterado. Por eso lo que más necesitamos ante el dolor no
es suprimirlo, al menos no es suprimirlo antes de saber su causa, sino
saber qué es lo que está pasando...
Un último ejemplo. Puede ser que deseemos una Argentina pujante,
que retome sus caminos de grandeza hace ya un largo tiempo abandonados,
y suspiremos por un orden que permita el crecimiento de todos. Pero
para esto no basta el deseo. Lo que hace falta buscar, para alcanzar
semejantes frutos, es la voluntad de mejorar un poco (o bastante)
nuestra cultura cívica, y asumir con decisión la voluntad de respetar
en todo el orden ciudadano (desde el de los semáforos hasta el de los
impuestos). A veces puede pasarnos como a los cuatro amigos del
paralítico, que lo bajaron por el techo delante de Jesús, esperando
verlo caminar por milagro: también nosotros, muchas veces, buscamos
resultados, incluso inmediatos, sin disponernos al esfuerzo que
necesitamos para alcanzarlos...
El pecado consiste en abandonar el rumbo que
nos lleva hacia Dios, y dirigirnos exactamente hacia el otro lado,
dándole la espalda a Dios. Es la soberbia con la que queremos tantas
veces hacer las cosas sin tomar en cuenta el camino que Dios nos señala
con su Palabra...
Por supuesto, el pecado, que es el primero y el gran mal, engendra
muchos otros daños. El pecado lleva a veces a los tormentas económicas,
y a la recesión, y a la inflación, y a la corrupción, y a la falta de
solidaridad, y a la violencia, y a tantas otras cosas que son los males
de nuestro tiempo....
Por eso Dios comienza por allí su gran milagro. Ofrece el perdón y, con
él, repara el corazón de todos los que están dispuestos a aceptarlo,
para que podamos enderezar el rumbo. Aceptando el perdón que Jesús nos
ofrece podemos comenzar a enderezar las cosas, podemos retomar el buen
camino. De este modo, gracias a la misericordia de Dios, es posible
para todos los que estemos dispuestos a aceptarla, recuperar nuestra
mejor dignidad, la de hijos de Dios. Y a partir de allí, también todo
lo demás puede arreglarse...