Esta fue mi predicación de hoy, 15 de octubre de 2006,
Domingo XXVIII del Ciclo Litúrgico B, y día de la madre
en Argentina, en el Hogar
Marín:
1. MUCHAS VECES NOS
PONEMOS A DESHOJAR LA MARGARITA... En primer lugar, seguramente lo
hacen los muchachos enamorados y las muchachas enamoradas (¿seguirá esa
costumbre? porque han cambiado tantas cosas en lo que antes llamábamos
noviazgo, que vaya uno a saber si todavía existe ese juego). Pensando
en el amado, comienzan a quitar hoja por hoja, mientras aplican una
palabra por hoja: "Me quiere mucho, poco, poquito, nada", y según sea
la última, tienen resuelto un acertijo sobre la cantidad del amor que
les dispensa el amado, como si fuera posible de este modo
desembarazarse de la incertidumbre en la que siempre nos dejan las
cosas que dependen de la libertad de otros...
Hoy, mientras
celebramos en Argentina y en algunos otros países el día de la madre,
será quizás también un "juego" que hagan ellas, pensando en cada uno de
sus hijos: "¿Me querrá mucho, poquito o nada?". Aunque también en esto
las cosas han cambiado bastante. Cada vez más las hijas aparecen a la
par de las madres, y éstas se imaginan que están en una competencia en
la que no se pueden dejar vencer (así lo muestra la foto de la
izquierda, una madre que no quiere dejar de estar a la altura de su
hija a la hora de competir, aunque es evidente que no puede pretender
que su físico le alcance para eso)...
En
realidad, casi naturalmente se establece una competencia cuando en el
horizonte del hijo aparece otra mujer, que termina convirtiéndose en la
nuera. A ella y a la suegra se les puede hacer difícil comprender que
no son la única mujer en la vida del fulano, que tiene madre y esposa,
aunque es evidente que no se trata de una real competencia, ya que
ninguna puede ocupar el lugar de la otra (a pesar de lo cual,
seguramente ambas se preguntarán más de una vez: "¿me quiere más a mí o
a ella?" o directamente: "¿cómo puede ser que la quiera más a ella que
a mí?")...
Sin duda también en otras ocasiones es posible que apliquemos un
sistema similar, cuando nos incomoda el peso de la libertad y la
decisión. Por ejemplo, a la hora de decidir cuánto nos vamos a ocupar
de la familia, podemos, margarita en mano, echarlo a suerte pensando:
"Mucho poco, poquito nada". O para decidir cuánto vamos a ocuparnos del
amor al prójimo, puede ser que se nos ocurra recurrir a la margarita:
"Mucho poco, poquito nada". Sin embargo, Jesús nos muestra que cuando
se trata de amor, de entrega y de servicio, es otro el modo de resolver
el acertijo de la medida justa...
2. DIOS
NOS HIZO PARA EL AMOR, Y EL AMOR NO TIENE MEDIDA... Dios nos ofrece un
tesoro, en el Cielo. Nos hizo capaces de gozar para siempre de su
presencia amorosa, y nos ha invitado a caminar hacia allí por nuestra
propia decisión, aceptando el camino que nos lleva a Él, y ese camino
es el camino del amor...
Pero para aceptar este
camino y ponernos en marcha, no sirven las especulaciones. Se trata de
seguirlo a Jesús, que con su vida nos muestra el camino que lleva al
Cielo. Pero no caben las especulaciones porque no se puede seguir a
Jesús a medias. El hombre que se acercó, con buena voluntad, a
preguntarle a Jesús cómo debía hacer para llegar a la Vida eterna, se
puso contento al principio, porque se ve que cumplía todos los
mandamientos. Pero finalmente se marchó entristecido, porque tenía
muchos bienes, y parece que no estaba dispuesto a dejarlos para seguir
a Jesús...
Si hay algo que nos
muestra la maternidad es que el amor no admite medida. Ninguna de
nuestras madres podría haber llevado adelante lo que la maternidad le
proponía si comenzaba con una calculadora a medir cuánto le iba a
costar, cuánto estaba dispuesta a hacer, hasta donde estaba dispuesta a
llegar. Todo eso sólo pudo ir apareciendo a medida que las
circunstancias iban exigiendo su amor de madre. Del mismo modo la Beata
Teresa de Calcuta, a quien Juan Pablo II siempre llamó "madre" a pesar
de que nunca engendró un hijo en su seno, jamás se preguntó cuánto le
iba a exigir su vocación de servicio a los más pobres, desde los niños
hasta los moribundos abandonados, sino que tomó el camino siguiendo a
Jesús con un amor sin medida. Y la Beata Juana Jugan, desde aquel
primer Hogar en el que acogió a una anciana de la calle (fue en la
bohardilla en la que vivía con una compañera de trabajo) nos mostró que
el servicio a los ancianos al que dedicó toda su vida y la Congregación
de las Hermanitas de los Pobres que fundó, tuvo conciencia y asumió con
entusiasmo que el amor al que Jesús la llamaba era sin medida...
Para seguirlo a Jesús, es todo o nada. Con nuestras limitaciones y
nuestras deficiencias, pero sin especulaciones. No podemos seguirlo a
Jesús y dejarlo afuera de manera consciente de algún aspecto de nuestra
vida. No podemos decir: "bueno, yo voy a rezar, voy a ir a Misa todos
los Domingos, es más, voy a cumplir todos los mandamientos", pero
después suponer que, a la hora de pagar los impuestos, o en mi trato
con los vecinos, o en mis negocios o en mi trabajo o en mis opciones
políticas puedo decidir por mi cuenta, sin tener en cuenta el
Evangelio...
3. PARA SEGUIR A JESÚS,
HAY QUE ESTAR LIBRE DE TODAS LAS ATADURAS... Por eso, Jesús nos enseña
hoy el mejor modo de estar dispuestos a seguirlo, que es librándonos de
todas las ataduras. El joven que escuchó el llamado de Jesús se fue
entristecido, porque muchas cosas lo tenían atado y le impedían
responder con generosidad...
La
libertad es una condición necesaria para el amor. Esto deberían tenerlo
siempre en cuenta las madres, que han entregado mucho a sus hijos y
precisamente por eso muchas veces están ansiosas por recibir de ellos
una gratitud que quizás más de una vez les parece escasa. Ellas, que
han criado a sus hijos como los pichones en el nido, deben recordar que
lo han hecho para que puedan volar, y que para hacerlo necesitan
libertad. De la misma manera, por más que los hijos tengan
verdaderamente una deuda de gratitud con su madre (en rigor, con su
madre y su padre), será una deuda que no podrán pagar si no tienen el
espacio para la libertad, sin la cual su respuesta no podrá ser amor.
El mismo Dios, a quien le debemos todo, nos indica el camino pero
espera paciente una respuesta, como hizo con el joven, que por falta de
coraje para comprometerse con el amor se marchó entristecido...
Para aceptar la invitación de Jesús y caminar hacia el Cielo, hay que
estar dispuestos a todo, librándose de todas las ataduras. Ni la
riqueza ni la pobreza, ni la salud ni la enfermedad, ni la tristeza ni
la alegría, tienen que atarnos. Para seguirlo a Jesús y alcanzar el
Cielo, nos hace falta la libertad de poder decirle siempre que sí, en
todo y a todo lo que nos proponga Jesús, que nos llama al Cielo y a la
verdadera Vida...