Esta fue mi predicación de hoy, 20 de agosto de 2006,
Domingo
XX del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico B, en el Hogar
San José, reciente fundación de las Hermanitas de los Pobres en la
ciudad de Tacna, en el sur del Perú, muy cerca de su frontera con Chile:
1. COMO TODOS LOS SERES
VIVOS, PARA TENER ENERGÍA NECESITAMOS LOS ALIMENTOS... Son vitales para
nosotros, desde el primer momento. Todos nacimos siendo bien pequeños,
y desde allí fuimos creciendo y haciéndonos más fuertes, gracias a los
alimentos (vemos a la derecha a Inés, una de las ancianas del Hogar de
Tacna, en pleno desayuno). A esta altura, cualquiera sea la edad que
tengamos, hemos
consumido una enorme cantidad. Haciendo un cálculo muy rápido y de una
forma muy conservadora, contando alimentos y bebidas, hemos consumido
al menos una tonelada por año cada uno de nosotros...
Cuanto más es el
ejercicio que hacemos, también es mayor la cantidad de alimentos que
necesitamos. Los que han vivido siempre aquí en la sierra, saben que
hace falta mucha energía para subir y bajar, para moverse de aquí para
allá. Además de moverse despacio, hace falta reponer las fuerzas con
los alimentos. Y las Hermanitas que
han puesto en marcha este nuevo Hogar para
ancianos en la ciudad de Tacna en Perú (la Madre Carmen María
[española] y las Hermanitas María Guadalupe [peruana], Edelmira
[colombiana] y Albina [argentina]), saben bien lo que significa la
necesidad del
alimento. No sólo porque
se ocupan cada día entero de conseguir y preparar lo necesario para los
residentes de este nuevo Hogar (Graciela, Inés,
Mateo, Alejandro, Juan Manuel, Francisco, Alfredo y Román), sino
también porque ellas mismas han debido esmerarse, realizando un inmenso
esfuerzo, para poner en orden la casa en la que los han recibido. Eso,
sin duda, ha requerido de ellas no sólo mucho amor, sino también
enorme energía, y en consecuencia sencillo pero a la vez eficaz
alimento...
Sin embargo, por más
que nos esforcemos, nunca nos va a alcanzar el
alimento que está servido a nuestra mesa en el desayuno, el almuerzo y
la cena. Ni siquiera contando con la Hermanita María Guadalupe y las
maravillas que es capaz de hacer en la cocina, y por supuesto con la
generosidad de los bienhechores (a través de los cuales la providencia,
que las Hermanitas saben conmover a través de San José, patrono de la
diócesis y de todos sus Hogares), alcanzaría para tener todo lo que nos
hace falta cada día...
Todos tenemos una profunda aspiración de
eternidad, que el mismo Dios nos ha sembrado en el corazón, y queremos
vivir para siempre. Todos tenemos, en definitiva, una insaciable hambre
de Dios, que Él mismo ha sembrado en nosotros, llamándonos a una vida
que supera los límites de la vida terrena, y haciéndonos peregrinos
cuya meta está en el Cielo. Pues bien, no hay alimento terreno que nos
alcance
para llegar a eso. Por eso Jesús se nos ofrece Él mismo como alimento...
Este
alimento, de todos modos, funciona de una manera muy especial, y
distinta a la de todos los demás. Mientras nosotros vamos asimilando
todos los alimentos que consumimos, y de allí recibimos la energía que
tienen para darnos, cuando comemos su Cuerpo y bebemos su Sangre, somos
nosotros los que vamos asimilándonos a Él. Nuestro cuerpo frágil y
mortal, recibiendo el Cuerpo y la Sangre de Jesús resucitado, se va
haciendo a la medida de la eternidad, y de forma anticipada, se
convierte en un cuerpo destinado a la resurrección, al fin de los
tiempos, y se va preparando para esa resurrección...
Este alimento nos va asimilando a Jesús, y nos hace capaces de vivir
como Él. Cuando nos alimentamos con su Cuerpo y con su Sangre, como nos
dice el mismo Jesús, comenzamos a vivir por Él, Jesús comienza a vivir
en nosotros. Pero, por otra parte, como Jesús mismo nos dice, Él es el
alimento. Así que no sólo su Cuerpo y su Sangre, sino también su
Palabra, que se nos sirve también en la Mesa eucarística, es Jesús
hecho alimento para fortalecer nuestra vocación de eternidad y
fortalecernos en nuestro camino hacia la Vida eterna...
Todos sabemos qué difícil es vivir con intensidad y fidelidad el
apasionante camino de la fe. A cada paso sentimos la debilidad de
nuestras fuerzas y la necesidad de reponerlas todo el tiempo. Con más
razón, entonces, necesitamos estar bien alimentados para recorrer este
camino que nos lleva a Dios. Y es Él mismo quien se hace nuestro
alimento. Por eso las Hermanitas se los Pobres, también las de Tacna,
mientras se encargan de alimentar bien a los ancianos que viven en sus
Hogares, también se ocupan de que no les falte el alimento
sobrenatural, que no les falte Jesús en su Palabra y en la Eucaristía,
para que no sólo vivan alegres los últimos días de su vida, sino que
fundamentalmente les sirvan para marchar alegres al encuentro del
Señor, cuando Él los llame, en el Cielo. Como ha sucedido ya con
Damiana (por quien ofrecemos esta Misa), la primera que murió en el
Hogar de Tacna, después de haber vivido durante unos meses en este
lugar que, como todos los Hogares de las Hermanitas, los que los
conocemos nos animamos a describir como "antesalas" del Cielo...