Esta fue mi predicación de hoy, 13 de agosto de 2006,
Domingo
XIX del Ciclo Litúrgico B, en el Hogar
Marín:
1. A
VECES NOS PARECE QUE LA VIDA NOS PESA MÁS DE LO QUE PODEMOS SOPORTAR...
Son esos días en los que todos nos pesa, y en los que los años, aunque
sean muchos, son la parte más liviana de la carga...
Cada uno lleva lo suyo,
pero muchas veces son las injusticias las que terminan convirtiéndose
en la carga más pesada. Las vemos por aquí y por allá, nos toca
experimentarlas en carne propia o, quizás peor aún, en las personas que
más queremos y que vemos indefensas ante los maltratos que injustamente
reciben de otros.
Y nos surge a flor de piel, y quizás
también en la garganta, el mismo grito que surgió de Elías, como nos
mostraba la primera lectura: «¡Basta ya, Señor!» (conviene recordar que
lo que había hecho Elías era poner en evidencia a cuatrocientos falsos
profetas, que confundían al Pueblo de Israel con falsas profecías en
nombre de falsos dioses, y ahora querían pagarle con la muerte y con el
destierro)...
Sin embargo, nunca la carga es más pesada que lo que podemos llevar.
Como dice San Pablo, Dios es fiel, y no permite que seamos probados más
allá de nuestras fuerzas (1 Corintios 10, 13). Entonces, cuando tenemos
la sensación de que las cosas nos superan, tenemos que pensar si nos
estamos alimentando bien, o por falta de alimento nos faltan las
fuerzas. Porque cuando
Elías quería darse por vencido
en el desierto, comió el alimento que Dios le preparó, y pudo seguir
caminando cuarenta días y cuarenta noches. También a nosotros, Jesús
nos prepara el alimento que nos hace falta para la dura marcha, esa en
la que a veces nos parece que la carga supera nuestras fuerzas...
2.
JESÚS, EL PAN DE VIDA, NOS SOSTIENE EN EL CAMINO HACIA LA VIDA
ETERNA... No somos peregrinos sin rumbo. Nosotros tenemos un llamado
que viene de Dios, y una meta. Nuestra marcha se orienta de esa manera.
Todo lo que hacemos adquiere allí su sentido. La meta es lo último que
se alcanza, pero lo que está primero en la intención, en lo que se
busca, y por eso la meta orienta y guía todo el camino...
Marchando hacia la Vida eterna,
el alimento que nos hace
falta es Jesús, y cuando lo tenemos a Él, nada más nos hace falta,
porque alimentados con Él, tenemos en nosotros la Vida eterna, y vamos
a "durar" hasta que lleguemos a ella. Podrá ser dura la marcha, y lo
será seguramente, en la misma medida en que intentemos ser fieles a su
Palabra a lo largo de todo el camino. Lo fue para Él, Dios hecho
hombre, a quien los hombres de su tiempo quisieron sacárselo de encima
clavándolo en una Cruz. También lo fue para los profetas que lo
precedieron, como Elías. Y de la misma manera encontraron persecución
todos lo que quisieron ser fieles a su Palabra a lo largo de los
siglos. Son testimonio de ello la innumerable lista de mártires y de
santos, los que conocemos más y aquellos de quienes nos asombraremos,
Dios mediante, cuando los descubramos al llegar a la meta...
Para todos ellos, y
para nosotros, Jesús es el alimento que nos sostiene y nos da todas las
fuerzas que necesitamos, para alcanzar la Vida eterna. El alimento es
una de las cosas que más cuidan todos los atletas que quieren
destacarse en su disciplina, porque las fuerzas que tengan para poner
en juego sus habilidades depende ciertamente de lo que coman. Ellos se
alimentan bien, de una manera balanceada y precisa, tratando de
alcanzar una meta terrena. ¿Cómo no vamos a vigilar nosotros, con
especial cuidado, el alimento que nos sostiene cada día, si nuestra
meta y nuestra corona es la Vida eterna?
Si Jesús nos alimenta, con su Palabra y con la Eucaristía (en la que
nos da su carne para alimento del mundo), con su presencia en la
comunidad cristiana que se reúne a celebrar su fe, con su presencia en
los ministros con los que nos regala los sacramentos y su bendición
cotidiana, no hay carga que nos pueda superar, tenemos todo lo que nos
hace falta para alcanzar la meta...
3. ALIMENTADOS CON JESÚS, EVITAMOS LA AMARGURA Y
CAMINAMOS CON ALEGRÍA Y AMOR... Por eso, por más que sea dura la
marcha, podemos superar las tentaciones que a veces nos acosan, y que
San Pablo seguramente ya prevía que se nos pondrían por delante. Por
eso nos exhortó, con su
Carta a los cristianos de Efeso,
para que evitemos la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los
insultos y toda clase de maldad. Esas son las reacciones primarias,
instintivas, que se nos aparecen cuando creemos que las cosas nos
superan y que no vamos a poder con ellas. Son signos de frustración,
que pueden aparecer si perdemos de vista la meta y las fuerzas que nos
pueden sostener mientras vamos de camino...
Pero tenemos por
delante una meta segura, y todo el alimento necesario para seguir
adelante contra viento y marea. Por eso, por dura que sea la carga, no
hay espacio para la amargura. Alimentados con Jesús, podemos ser
peregrinos sonrientes, caminando con alegría y amor. Siendo hoy el día
del niño en Argentina, podemos aprovechar para recordar que todos
fuimos niños, y también llevamos un niño dentro. Por eso, entre la
carga que pesa en nuestra espalda, conviene que no dejemos de poner las
cosas de los niños (el balde y la pala para jugar con la arena en el
ejemplo de la figura de la izquierda). Es bueno tomar la vida con
cierto espíritu de niños (para ellos es el Reino de los Cielos, nos
dice Jesús). No porque la vida sea un juego (al contrario, es algo muy
serio y hay que tomarla muy en serio), sino porque Dios nos ha hecho
para la alegría y para la felicidad, que se alcanza cuando conservamos
en nuestros corazones la sincera la frescura con la que los niños
confían en su padre (y todos nosotros en Dios, nuestro Padre)...
Podemos ser mutuamente buenos y compasivos, perdonándonos unos a otros
cuando hace falta, como Dios nos perdona cada día que lo necesitamos. Y
aunque pueda parecer una osadía podemos tratar de imitar a Dios, ya que
somos hijos suyos muy queridos. Practicando el amor, a ejemplo de
Jesús, que nos amó y se entregó por nosotros, no sólo se hace liviana
la carga, sino también cercana la meta...