Esta fue mi predicación de hoy, 25 de junio de 2006,
Domingo
XII del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico B, en el Hogar
Marín:
1. SIEMPRE HAY TORMENTAS EN EL MAR. PERO LAS
HAY TAMBIÉN EN LA TIERRA... No faltan las tormentas en el mar. Y allí
se hacen especialmente peligrosas. Porque cuando se agitan las aguas,
no queda ningún punto firme, todo se mueve y no hay donde apoyarse o
sostenerse. En los lagos, por otra parte, las tormentas tienen
características especiales. Lo experimentamos una vez con un grupo de
peregrinos en el llamado "mar de Tiberíades", que es en realidad un
lago, donde Jesús encontró a los pescadores a los que llamó para que lo
siguieran y confiarles la misión de ser sus Apóstoles. Basta que
comience a soplar un poco de viento, para que de un momento para otro,
sin previo aviso, el agua calma y planchada comience a agitarse con
fuertes olas...
De todos modos, no sólo en el mar se dan las
tormentas. También las hay en tierra firme. Y a veces su bravura es tal
que causan estragos, al punto que parece que hasta la tierra pierde su
firmeza. Muchas ciudades de Argentina, comenzado con Buenos Aires, en
algunos días de fuertes tormentas fuertes, cuando llueve mucho y con
gran intensidad, las calles se inundan porque los desagües no alcanzan
a despejar la cantidad de agua que cae, y a veces hasta desaparece la
posibilidad de circular por ellas...
De todos modos, no deberían sorprendernos
tanto las tormentas. Ya sabemos que existen. Con más y con menos,
siguen un ritmo semejante a lo largo cada año relacionando con las
estaciones, y tienen una precisa función en la naturaleza, dando lugar
al ciclo del agua. Esta se evapora, por los efectos de la temperatura,
de las superficies expuestas al contacto con el aire (mar, lagos, ríos,
etc.). Se forman así las nubes, que se desplazan con su carga de
humedad debido a los vientos y a las diferencias de temperatura, hasta
que cuando se reúnen las condiciones adecuadas se descargan a través de
las lluvias, que ayuda a que germinen las semillas que nos darán los
vegetales de los que nos servimos para nuestra alimentación...
Todo esto lo ha hecho Dios, que nos ha dado el mundo para que sea
nuestra casa, y ha puesto en él todo lo que nos hace falta para nuestra
subsistencia. Las tormentas, entonces, no pueden tomarnos de sorpresa,
y aunque a veces nos hagan temblar, no tenemos por qué temerles, si
tomamos las debidas precauciones. Y esto vale no sólo para las
tormentas que se presentan en el mar y en tierra firme, sino para las
que aparecen en nuestra vida, que son las que nos involucran más
vitalmente...