Esta fue mi predicación de hoy, 30 de abril de 2006,
Domingo
III de Pascua del Ciclo Litúrgico B, en el Hogar
Marín:
1. PARA QUE LAS COSAS DUREN HACE FALTA QUE
TENGAN RAÍCES PROFUNDAS... Lo vemos con claridad, si se trata de
árboles. Nos gusta verlos y dibujarlos llenos de follaje, altos y
fornidos, capaces de cobijarnos con sus ramas. Pero esto no es posible,
si el árbol no cuenta con raíces profundas, ya que inmediatamente se
vendría abajo. Nos lo recuerda el
Soneto de
Francisco L. Bernárdez, que nos habla de muchos aspectos de la vida
recordándonos que lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene
sepultado...
También las alegrías reclaman
raíces profundas. Puede pasarse muy rápidamente de la sonrisa a la
amargura, y salir de ella casi sin darse cuenta, si nos movemos sólo
por encima de la superficie de las cosas, sin profundizar en ellas.
Todos conocemos historias, como por ejemplo las de los payasos, que
tienen la sonrisa a flor de piel cuando se trata de hacer reír a otros,
pero que después, en su vida personal, pueden estar cargados de
tristezas y amarguras de las que los que se ríen con él no se enteran...
También los Apóstoles pasaron a veces con mucha rapidez de la tristeza
a la alegría. De la turbación con la que habían vivido el supuesto
fracaso de Jesús en la Cruz, pasaron a la admiración y a la alegría
cuando lo vieron resucitado. Pero al comienzo, como veían sólo "la
superficie", no lograban superar el temor y no se animaban a creer...
Es que las cosas serias no se pueden vivir sólo en la superficie, es
necesario llegar hasta sus raíces profundas. Por eso Jesús les abre la
inteligencia explicándoles las Escrituras, para que viendo claro las
raíces de la resurrección, pudieran tener una fe madura. También a
nosotros, de la misma manera, Jesús nos abre la inteligencia, para que
con una fe madura, no estemos zarandeados superficialmente entre
tristezas y alegrías...
2. LA ALEGRÍA DE JESÚS RESUCITADO HUNDE SUS
RAÍCES EN EL CAMINO DE LA CRUZ... No se trata, entonces, de una alegría
improvisada o fugaz. Fue construida pacientemente, desde el primer
instante, con la fidelidad de Jesús a la voluntad de Dios, nuestro
Padre. Jesús vino para salvarnos, porque estábamos postrados gravemente
por el pecado, que nos somete a la descomposición de la muerte. La
redención tenía que ir a fondo, de forma incisiva. El Amor de Dios
asumió entonces nuestra condición allí donde estaba, sometida a la
muerte, y hundiendo sus raíces en la Cruz, nos rescató con la
resurrección de Jesús...
La fidelidad de Jesús al Amor de Dios lo
llevó por el camino de la Cruz, en la que su entrega por nuestra
salvación fue coronada hasta el fin. La resurrección, entonces, no
aparece en el horizonte de Jesús de cualquier manera, sino como
consecuencia de un camino en el que se fueron construyendo sus raíces
profundas. Y esa resurrección de Jesús es nuestra salvación, porque con
ella se nos abrieron nuevamente las puertas del Cielo, que la ceguera
del pecado y del rechazo de Dios nos habían cerrado...
También hoy hay mucho que redimir, hay mucho dolor y sufrimiento
humano en el mundo, que parece inexplicable e inútil. Hay mucho pecado
que deja heridas profundas. Hay muchas miserias del corazón que
producen estragos, porque no vivimos según los mandamientos que hemos
recibido de Dios, como caminos de salvación. En definitiva hoy, como
siempre, necesitamos una salvación y una alegría que no sea un barniz
de superficie, sino que tenga raíces profundas. Una salvación, en
definitiva, que consiste en asumir los caminos por lo que Dios nos
lleva, que son siempre los caminos del amor. Una salvación que
finalmente se expresa en la resurrección, pero que tiene sus raíces
firmes en la Cruz...
Y nosotros que, como los Apóstoles, hemos conocido esta
salvación, no podemos quedarnos tranquilos mientras todavía haya quien
no sepa lo que Dios ha hecho por todos los hombres...