Esta fue mi predicación de hoy, 16 de abril de 2006,
Domingo
de Pascua, en el Hogar
Marín:
1. LA MUERTE GOLPEA EN TODAS
LAS PUERTAS, A VECES DE MANERA ABSURDA... Hay una pregunta que es tan
antigua como Adán: la pregunta que cada uno de nosotros nos hemos hecho
en algún momento de nuestra vida, y que seguramente se han hecho
también todos los que en este mundo han vivido, comenzando por el mismo
Adán. Es la pregunta sobre nuestra propia muerte. Es más, es posible, y
hasta es normal, que nos hagamos muchas veces esta pregunta a lo largo
de la vida, e incluso podemos pensar que nos pasamos toda la vida
tratando de encontrar una respuesta a esta pregunta...
Todos sabemos que la muerte es parte integrante de la vida. Por eso nos
resulta normal que cuando el tiempo va dejando sus huellas en nosotros
haciendo que nos crezca mucho la barba y se nos profundicen las
arrugas, se haga más frecuente la pregunta sobre nuestra muerte
(aunque, como también sabemos, no es posible saber cuándo llega la
muerte y cuánto es el tiempo que nos toca en esta vida; hace poco más
de un mes despedíamos y enterrábamos aquí en el Hogar Marín a Pepita,
que murió con 104 años; ¿cuántas veces se habrá hecho la pregunta sobre
su muerte?)...
Sin embargo, la pregunta sobre la muerte se
nos vuelve más dramática cuando se trata de muertes que para el sentido
común parecen más absurdas. En esos casos la pregunta se hace acuciante
y nos urge una respuesta, para que no nos parezca absurda la misma
vida. Sin dudas esto sucede en primer lugar cuando se trata de la
muerte de aquellos que no llegan a nacer, porque los padres u otros que
han intervenido les han puesto la cruel barrera del aborto...
De la misma manera, aunque ya no salga en los periódicos como sucedía
hace dos o tres años (¿por qué será? cabe también esta pregunta), en
nuestra tierra siguen muriéndose niños que no tienen los medios
elementales para contar con los alimentos que necesitan. De la misma
manera, nos acucia la pregunta sobre la muerte de muchos niños víctimas
de guerras que ellos no han provocado, y que ni siquiera saben por qué
suceden...
También nos resulta absurda la muerte, cuando
envuelve a los jóvenes que se encuentran en plena adolescencia, y ven
truncada su marcha y su crecimiento, sus esperanzas y su futuro, por la
violencia que se les cruza y los atrapa. Una violencia que ven y
adoptan del mundo de los adultos, que los envuelve y los sorprende en
espectáculos masivos o lleva a unos a matar a otros, como si nada
valiera la vida. No puedo dejar de advertir que aunque hoy esto
aparezca en las primeras planas de los periódicos a raíz de algún caso
reciente más resonante, la realidad de los jóvenes que bajo el impulso
de la bebida y de la droga agreden y se agreden con violencia está
presente hace ya un tiempo entre nosotros, y lo seguirá estando
seguramente, aunque dentro de unos días ya no se ocupen de ella los
medios de comunicación...
Todas estas preguntas sobre la muerte, que golpea todas las puertas,
nos hacen buscar ansiosamente una respuesta, en la esperanza de que no
sea absurda la muerte, y por eso mismo tampoco la vida. Pero si
queremos una respuesta que alcance toda la profundidad que tiene este
misterio de la muerte y la vida, tenemos que dirigirla a Dios nuestras
preguntas. Él las responderá todas, y le bastará para ello una sola
Palabra...
Este Amor de Dios no muere. Por eso este Amor de Dios puede más
que el pecado con el que podemos rechazarlo, y puede más que la muerte,
que aparece como una consecuencia del pecado, intentando ponerle
límites a la Vida que Dios nos quiere dar...
Por eso Jesús, siendo
el Amor de Dios que se hizo uno de nosotros para salvarnos, después de
haber muerto en la Cruz resucitó, y con su Resurrección nos abrió a
todos nosotros las puertas del Cielo, haciendo posible que también
nosotros podamos vivir para siempre. Esto es lo que celebramos en la
Pascua...