Esta fue mi predicación de hoy, en la
Nochebuena
del
24 de diciembre de 2005, en el Hogar
Marín:
1. A VECES PERDEMOS LA PACIENCIA SI NO OÍMOS
O SI NO NOS OYEN... En la Misa de esta mañana yo les decía a los
residentes del Hogar Marín y a las Hermanitas que cuidan de ellos que
para verlo a Jesús, que viene a salvarnos, hay que estar cerca del
Pesebre, donde llega. Pero no basta con eso, ya que se puede estar
cerca y no mirar, con lo que no se lo alcanza a ver (y diciendo esto,
moví algunas ovejas que había en el Pesebre representado en la Iglesia,
que daban la espalda al lugar donde estaría a la noche el Niño Jesús,
para que estuvieran de frente, y lo pudieran ver). De todos modos,
cuando viene Jesús, no basta con ver, ya que Jesús es la Palabra de
Dios que se hace hombre para vivir entre nosotros, a demás hace falta
oír. Cuando nos cuesta oír a los demás, perdemos fácilmente la
paciencia. Rápidamente nos encontramos preguntando: "¿Qué dijiste?" o
excusándonos y diciendo: "No te oí, ¿Me lo repetís?". A veces es el
tiempo (el tiempo que hace que hemos nacido), el que nos va quitando
sensibilidad y nos hace más difícil oír. Pero, de todos modos, esa no
es la mayor dificultad, también hay que tener en cuenta el refrán,
según el cual "no hay peor sordo que el que no quiere oír". A veces
podemos escudarnos en que no oímos para sentirnos liberados de llevarle
el apunte o de hacerle caso al que nos habla...
Así Dios, desde siempre hizo oír su Palabra a los hombres, y
muchas veces nos hemos mostrado sordos o lo suficientemente distraídos
como para no hacerle caso. Eso pasó desde antiguo, y puede seguir
pasando en nuestro tiempo...
Todas las cosas fueron hechas por la Palabra de Dios. Por eso
todas las cosas nos hablan de Dios, nos dicen algo de Él, aunque a
veces estemos sordos ante esta Palabra continua de Dios. Pero Dios no
pierde la paciencia. Él, que nos habla a través de todas las cosas, que
se hicieron por su Palabra, Él, que pronunció su Palabra a través de
los profetas, siguió insistiendo con paciencia, para que lo oyéramos. Y
para que pudiéramos oír con claridad la Palabra de Dios, se hizo carne
y habitó entre nosotros...
2. LA PALABRA DE DIOS SE HIZO OÍR EN BELÉN,
CON PACIENCIA Y AMOR... De esto nos habla el sencillo Pesebre de Belén.
Jesús, siendo Dios, nació hombre entre los hombres, y allí comenzó su
camino, siendo primero apenas un llanto de recién nacido, que terminó
todo lo que tenía para decirnos cuando murió en la Cruz y resucitó...
Es una Palabra sencilla y contundente. Dios se hizo Hombre, para
pronunciar humanamente su Palabra. Para que Jesús dijera una Palabra
que es verdaderamente de Dios, que pudiéramos entender y acoger todos
los hombres. Es además una Palabra eficaz, porque no son sólo sonidos,
sino especialmente hechos. Es una Palabra que asume toda nuestra
miseria y nuestra debilidad humana, que no encuentra más que un Pesebre
donde recostarse, que de allí, siguiendo el camino que lo llevó a
desplegar con inmensa paciencia la misericordia de su Amor, llegó a la
Cruz, para entregarlo todo. Y que, resucitando, nos abrió para siempre
las Puertas del Cielo...
La Palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros para que
todos pudiéramos recibir su Vida, esa que no se acaba con la muerte, y
para que su Luz brillara entre nosotros, disipando todas nuestra
tinieblas, desde aquella oscura noche de Belén, en la que los brazos de
María y los cuidados de José lo recibieron. El tiene y trae la Paz que
todos buscamos y necesitamos. Por eso la noche de Navidad muchas veces
es ocasión, aún para los que no comparten nuestra fe, para expresar ese
deseo incontenible de la paz que todos necesitamos, en nuestras
familias, en nuestra patria, en el mundo entero...
De todos modos, nosotros sabemos, habiendo conocido a Jesús, que
esa paz no se construye de cualquier manera, y no se logra de cualquier
manera. Requiere un compromiso que nos envuelve a todos, reclama algo
de cada uno de nosotros...
3. LA PAZ DE TODO EL MUNDO NACE EN EL PESEBRE
Y COMIENZA EN CADA CORAZÓN... «Dios
busca a personas que sean portadoras de su paz y
la comuniquen», decía Benedicto XVI celebrando su primera Misa de
Nochebuena. Pero para ser portadores de esa Paz, primero es necesario
recibirla. Por eso es que nos hace falta acercarnos al Pesebre, para
oír todo lo que desde allí tiene para decirnos Jesús. Hace falta
acercarnos al Pesebre y callar, ya que en sólo haciendo silencio se
puede oír lo que Dios tiene para decirnos en cada momento, desde el
Pesebre, desde la Cruz y desde su lugar a la derecha del Padre, una vez
resucitado (así como aquí mismo, haciendo silencio, podemos llegar a
percibir el sonido de la cascada del Pesebre que en esta iglesia nos
recuerda el de Belén, así también en nuestro corazón, haciendo silencio
en nuestro corazón podemos oír a Dios que nos habla, para sembrar en
nosotros su Paz)...
Para todas las situaciones en las que sabemos que falta la Paz, para
todas las familias divididas, para todos los hombres que viven
desencontrados o enfrentados, ya sea por diferencias de raza, o de
religión, o por las injusticias que tantas veces privan a muchos de lo
que a otros les sobra, en fin, para todos los hombres en todo los
rincones de la tierra, la Paz nacerá siempre del Pesebre, al que
siempre podemos acercarnos para recibirla. Y esa misma Paz, si nos
encuentra dispuestos, inundará nuestros corazones...
¡FELIZ NAVIDAD, CON JOSÉ, MARÍA Y LOS PASTORES, JUNTO AL PESEBRE!