Dios quiso convivir con nosotros...

Queridos amigos:
 
Esta fue mi predicación de hoy, 26 de mayo de 2002, Solemnidad de la Santísima Trinidad. Me apoyé en las siguientes frases de las lecturas bíblicas de la Misa del día:
  1. El Señor pasó delante de él y exclamó: "El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad" (Exodo 34, 6).
  2. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes (2 Corintios 13, 13).
  3. Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (Juan 3, 16-17).

 
1. PARA CONOCER A ALGUIEN NADA MEJOR QUE PASAR JUNTOS UNOS DÍAS... En la convivencia cotidiana y familiar se van bajando las barreras y se caen más fácilmente las defensas.
 
Por ejemplo, en la convivencia cotidiana, o en un tiempo de vacaciones, en el que todos es más distendido, podemos ir descubriendo que algunos están de buen humor desde la mañana, otros recién al mediodía, otros recién "se encienden" a la tarde o cuando cae la noche, y otros ¡nunca llegan a estar de buen humor! En la convivencia cotidiana aprendemos que algunos son por naturaleza tristes, otros están siempre alegres, otros tienden a estar amargados...
 
2. Quizás también por eso, DIOS QUISO CONVIVIR CON NOSOTROS PARA QUE LO PUDIÉRAMOS CONOCER... Ciertamente, es difícl conocer a Dios. ¿Quién lo hubiera podido conocer, si Él no se hubiera bajado hasta nuestra pequeña estatura? Este es el misterio de la encarnación: Siendo Dios, se hizo Hombre, y puso su morada entre nosotros. Nació de María, se puso bajo el cuidado de San José mientras crecía, se sometió a todas las viscicitudes de nuestra condición humana, incluso la muerte, y muerte de Cruz, y a lo largo de todo su camino terreno se nos dio a conocer.
 
Como nos dice San Juan, "Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único". Y así, desde Belén, supimos que Dios es Hijo. Pero después, cuando lo vimos rezar a Jesús, con su enorme devoción filial, supimos también que Dios es Padre. Y finalmente, cuando Jesús resucitado ascendió al Cielo y nos dejó su Espíritu de Amor, que es el Amor del Padre y del Hijo, supimos que Dios es Espíritu Santo. Al mismo tiempo, pudimos saber que siendo Padre, Hijo y Espíritu Santo, sin embargo es un solo Dios. Como dijo Juan Pablo II en su primer viaje a Amércia Latina, en el ya lejano enero de 1979, "Dios no es un solitario, Dios es Familia".
 
Este es el misterio que celebramos hoy, la Santísima Trinidad. Misterio no porque no se pueda entender, sino porque es tan grande, luminoso y maravilloso, que supera nuestra pequeñez. Misterio que nos habla de la grandeza, y a la vez de la cercanía de Dios. Dios, que es Amor, pero un Amor tan grande que no puede quedarse encerrado en sí mismo. Por eso hizo todas las cosas, y nos dio la vida, para hacernos participar de la riqueza de su Amor. Y cuando estábamos perdidos, porque habíamos perdido el rumbo, nos envió a su Hijo, no para juzgarnos, sino para salvarnos.
 
Para conocer a Dios, hay que vivir con Él. Jesús, siendo Dios, vino a vivir con nostros, y nos hizo conocer a Dios. A nosotros nos toca ahora vivir con Él, y aprender a vivir como vive Él, que no es un solitario, sino que es Familia. Y en la grandeza de su bondad, nos hizo sus hijos y nos llamó a formar parte de su familia:
 
3. DIOS, EN SU AMOR, NOS HIZO FAMILIA SUYA, PARA QUE VIVAMOS COMO HERMANOS... Por eso, no sólo es una urgencia de su amor, sino una necesidad de nuestra propia condición humana, que aprendamos a vivir como hermanos con todos los hombres. Y realmente podemos decir que conocemos a Dios, no sólo por los libros, sino de verdad, cuando vivimos como hermanos. "El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor" (1 Juan 4, 7-8).
 
Es una urgencia, sin la cual es pura ilusión pensar que hemos conocido a Dios. el Amor de Dios nos hizo su familia, sin fronteras, blancos, amarillos o negros, grandes o chicos, gordos o flacos, sanos o enfermos, buenos o malos. Hoy nos hace falta, como ayer, crecer en este amor fraternal, para curar las heridas de nuestras familias, y también de nuestra patria, que está llamada a ser una patria de hermanos...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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