Los frutos
pequeños de cada día...
Queridos amigos:
Esta es mi predicación del 17 de noviembre de 2002, Domingo XXXIII del
Tiempo Ordinario, en el Hogar Marín. Me basé en estas frases de la
Escritura:
- Engañoso es el encanto y vana la hermosura: la mujer que teme
al Señor merece ser alabada. Entréguenle el fruto de sus manos y que sus
obras la alaben públicamente (Proverbios 31, 30-31).
- Ustedes, hermanos, no viven en las tinieblas para que ese Día
los sorprenda como un ladrón: todos ustedes son hijos de la luz, hijos
del día. Nosotros no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas. No nos
durmamos, entonces, como hacen los otros: permanezcamos despiertos y
seamos sobrios (1 Tesalonicenses 5, 4-6).
- Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: El reino de los Cielos es
también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y
les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a
un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. Después
de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus
servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le
presentó otros cinco. "Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos:
aquí están los otros cinco que he ganado". "Está bien, servidor bueno y
fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te
encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor" (Mateo
25, 14-15 y 19-21).
1.
TODOS HEMOS RECIBIDO AGÚN TALENTO PARA SERVIR A LOS DEMÁS... Dicho de otro modo,
todos servimos para algo, aunque no todos sirvamos para todo...
Esto lo vemos bien fácilmente aquí en el Hogar de Ancianos (les cuento aquí
una referencia clara que hice a algunos de los ancianos residentes en el Hogar,
aunque podría hacer lo mismo con cada uno de los que viven en él). Por ejemplo,
cuando se trata de barrer, don Hugo es un especialista. Cuando agarra la escoba,
las hojas del jardín ya se ponen todas a temblar, porque saben que terminarán
todas amontonadas en un mismo lugar. Para poner la mesa, nadie supera a
Merceditas. Allí está, cuando termina una comida, lista y con el delantal en la
mano, para empezar a poner en su lugar los platos y los cubiertos para la que
sigue. Y si se trata de oración por una intención especial, todos acudimos a
Feliciana, que está siempre dispuesta a rezar por las intenciones de
todos.
Lo que importa es que todos tenemos nuestros propios talentos, que hemos
recibido como dones de Dios, y que, puestos al servicio de los demás. De todos
modos, no basta con tener los talentos. Porque podríamos quedarnos sentados con
ellos, por miedo a perderlos o a fracasar, y de esa manera no sólo no
ayudaríamos a nadie, sino que tendríamos un gran sinsabor personal y podríamos
recibir con todo derecho el reproche de los demás...
2.
NO ALCANZA CON LOS TALENTOS, ADEMÁS HAY QUE HACERLOS PRODUCIR... Para eso son
los talentos que hemos recibido de Dios.
Como todo don de Dios, los talentos que hemos recibido son al mismo tiempo
una tarea. Es decir, no un don terminado, acabado, que simplemente hay que
sentarse a disfrutar, sino un don destinado a dar frutos, gracias a nuestro
cuidado y dedicación, en primer lugar para cultivarlo, hacerlo crecer,
protegerlo del desgaste y del deterioro natural, y, finalmente, para ponerlo al
servicio de los demás.
Dios, que nos hizo por amor, nos hizo también para el amor. Por eso, todo
lo que de Él hemos recibido encuentra finalmente su sentido en el servicio y en
don a los demás. Por eso pensamos bien si asumimos que, en realidad, no somos
dueños sino administradores de todo lo que hemos recibido de Dios, empezando por
la vida, y las diversas condiciones que la acompañan. Todo eso encuentra su
lugar cuando, en vez de descuidarlo o destinarlo sólo al beneficio propio,
lo ponemos fielmente al servicio de los demás. Y no es necesario que
pensemos en grandes gestos de entrega y generosidad, que nos lleven a los
extremos del heroísmo, aunque, por supuesto, tampoco eso lo debemos
excluir:
3.
LOS FRUTOS PEQUEÑOS DE CADA DÍA PREPARAN LA FIESTA FINAL: EL CIELO... Cuando
hablamos de los frutos que estamos llamados a dar con los dones o talentos que
hemos recibido de Dios tenemos que pensar también en los pequeños frutos de amor
y de servicio de cada día. Como decíamos la semana pasada, el Cielo no se
improvisa (ver segunda frase de la predicación del Domingo pasado...).
Todas las parábolas de estos domingos, que nos hablan del Cielo, nos sirven
para estar atentos y despiertos, preparando la fiesta que esperamos. Será una
gran alegría, incomparable y sin igual, participar en esa fiesta sin fin, a
la que no se llega porque sí no más, con los brazos cruzados, sino por la
misericordia de Dios y con los pequeños frutos de cada día...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: