Los frutos pequeños de cada día...

Queridos amigos:
 
Esta es mi predicación del 17 de noviembre de 2002, Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, en el Hogar Marín. Me basé en estas frases de la Escritura:

 
1. TODOS HEMOS RECIBIDO AGÚN TALENTO PARA SERVIR A LOS DEMÁS... Dicho de otro modo, todos servimos para algo, aunque no todos sirvamos para todo...
 
Esto lo vemos bien fácilmente aquí en el Hogar de Ancianos (les cuento aquí una referencia clara que hice a algunos de los ancianos residentes en el Hogar, aunque podría hacer lo mismo con cada uno de los que viven en él). Por ejemplo, cuando se trata de barrer, don Hugo es un especialista. Cuando agarra la escoba, las hojas del jardín ya se ponen todas a temblar, porque saben que terminarán todas amontonadas en un mismo lugar. Para poner la mesa, nadie supera a Merceditas. Allí está, cuando termina una comida, lista y con el delantal en la mano, para empezar a poner en su lugar los platos y los cubiertos para la que sigue. Y si se trata de oración por una intención especial, todos acudimos a Feliciana, que está siempre dispuesta a rezar por las intenciones de todos.
 
Lo que importa es que todos tenemos nuestros propios talentos, que hemos recibido como dones de Dios, y que, puestos al servicio de los demás. De todos modos, no basta con tener los talentos. Porque podríamos quedarnos sentados con ellos, por miedo a perderlos o a fracasar, y de esa manera no sólo no ayudaríamos a nadie, sino que tendríamos un gran sinsabor personal y podríamos recibir con todo derecho el reproche de los demás...
 
2. NO ALCANZA CON LOS TALENTOS, ADEMÁS HAY QUE HACERLOS PRODUCIR... Para eso son los talentos que hemos recibido de Dios.
 
Como todo don de Dios, los talentos que hemos recibido son al mismo tiempo una tarea. Es decir, no un don terminado, acabado, que simplemente hay que sentarse a disfrutar, sino un don destinado a dar frutos, gracias a nuestro cuidado y dedicación, en primer lugar para cultivarlo, hacerlo crecer, protegerlo del desgaste y del deterioro natural, y, finalmente, para ponerlo al servicio de los demás.
 
Dios, que nos hizo por amor, nos hizo también para el amor. Por eso, todo lo que de Él hemos recibido encuentra finalmente su sentido en el servicio y en don a los demás. Por eso pensamos bien si asumimos que, en realidad, no somos dueños sino administradores de todo lo que hemos recibido de Dios, empezando por la vida, y las diversas condiciones que la acompañan. Todo eso encuentra su lugar cuando, en vez de descuidarlo o destinarlo sólo al beneficio propio, lo ponemos fielmente al servicio de los demás. Y no es necesario que pensemos en grandes gestos de entrega y generosidad, que nos lleven a los extremos del heroísmo, aunque, por supuesto, tampoco eso lo debemos excluir:
 
3. LOS FRUTOS PEQUEÑOS DE CADA DÍA PREPARAN LA FIESTA FINAL: EL CIELO... Cuando hablamos de los frutos que estamos llamados a dar con los dones o talentos que hemos recibido de Dios tenemos que pensar también en los pequeños frutos de amor y de servicio de cada día. Como decíamos la semana pasada, el Cielo no se improvisa (ver segunda frase de la predicación del Domingo pasado...).
 
Todas las parábolas de estos domingos, que nos hablan del Cielo, nos sirven para estar atentos y despiertos, preparando la fiesta que esperamos. Será una gran alegría, incomparable y sin igual, participar en esa fiesta sin fin, a la que no se llega porque sí no más, con los brazos cruzados, sino por la misericordia de Dios y con los pequeños frutos de cada día...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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