Lo que unifica nuestra vida...

Queridos amigos:
 
Esta es mi predicación del 27 de octubre de 2002, Domingo XXX del Tiempo Ordinario, en el Hogar Marín y en la Parroquia Santo Domingo de Guzmán. El Sábado a la tarde, en una Misa celebrada en una reunión de familiares, dije algo similar, con la debida adaptación a las circunstancias. Me basé en estas frases de la Escritura:

 
1. MUCHAS VECES NOS PARECE QUE TENEMOS MÁS CARGA QUE LA QUE PODEMOS SOPORTAR...
 
Nos pasa a los grandes y a los chicos. Los chicos quieren jugar todos los juegos que conocen, quieren que les vaya bien en todos los deportes, quieren ver todos los programas de televisión que existen, quieren que les vaya bien en todas las pruebas en el colegio, quieren tener las cosas ordenadas como con razón le piden los padres, y son tantas las cosas que tienen por delante, que no saben por dónde empezar...
 
Los adolescentes también quieren jugar a todo, pasarse todo el tiempo con todos los amigos, hacer bien las tareas del colegio y la Universidad, no perderse ninguna fiesta, y encima resulta que en casa tienen que hacer también un montón de cosas, de las que los padres se empeñan en mostrarles que son impostergables, y la consecuencia es inevitable: no saben por donde empezar...
 
Pero es igual para los adultos: uno quiere cumplir con todo, quiere hacer bien su trabajo, quiere cumplir con Dios y con la Iglesia, quiere atender como es debido a los hijos, quiere asumir su responsabilidad ciudadana, quiere verse con los amigos, y parece que el tiempo nunca alcanza: no se sabe por dónde empezar...
 
Cuando son tantas las cosas que tenemos por delante, no hay más remedio que distinguir lo que aparece como urgente de lo que es realmente importante, y hay que optar. Por eso los fariseos, que estaban llenos de normas, 365 prohibiciones y 248 mandatos de cosas que debían hacer, preguntan a Jesús cuál es el más importante de todos esos mandamientos, porque por ahí siempre hay que empezar. La respuesta de Jesús es clara y contundente. Lo primero, lo más importante, lo impostergable es amar...
 
2. EL AMOR AL QUE DIOS NOS LLAMA UNIFICA NUESTRA VIDA... Puede ser que tengamos muchas cosas que hacer, pero hay que comenzar por lo más importante, y todo lo demás se desprende de allí. Todos nosotros somos frutos del amor de Dios, y por eso, hechos a su semejanza, hemos sido hechos para el amor. Es nuestra capacidad, es nuestra posibilidad y es nuestra felicidad, corresponder con amor al amor con que Dios nos trata.
 
Y puestos a amar a Dios, no hay otro modo de hacerlo que con todo el corazón, con toda el alma y con todo el espíritu. Si así lo hacemos cuando vamos a alentar un equipo de fútbol en la cancha, ¿cómo no vamos a hacerlo de esa manera cuando se trata de responder al amor de Dios, del cual proviene nuestra vida? De esta manera, el amor realmente unifica nuestra vida, porque en todo estaremos dispuestos a responder con amor.
 
Pero además, cuando queremos en serio a alguien, entran también en nuestro afecto todos los que son queridos por él. De la misma manera, amando a Dios, inmediatamente nuestro amor abarca también necesariamente a todos los que Él quiere, es decir, absolutamente a todos, porque nadie queda excluido del amor de Dios.
 
Podemos pensar a veces que tenemos muchas razones para no querer a alguien, y hasta para enojarnos con muchos. Sin embargo, siempre tenemos al menos una razón, y mucho más poderosas que las otras, para querer a todos y cada uno de nuestros prójimos, y es simplemente que Dios los quiere.
 
3. EL AMOR FRATERNO HACE VISIBLE NUESTRO AMOR A DIOS... El amor a Dios no puede verse, si sólo queda encerrado en nuestro corazón. Pero cuando se vuelca en nuestro prójimo, es decir, en quien está cerca o al lado de nosotros y tiene derecho a esperar algo de nosotros, se hace visible. Por eso, el amor fraterno es algo así como la segunda cara de una misma moneda, y parte integrante del mandamiento del amor. Querer a los demás como a nosotros mismos no es más que el modo visible que toma nuestro amor a Dios.
 
Por eso, cuando nos vemos sobrepasados por las cosas que pesan sobre nuestros hombros, bastará que pensemos los que el amor dicta en nuestros corazones, y que empecemos por allí. Todo lo demás vendrá por añadidura...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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