Lo que unifica nuestra vida...
Queridos amigos:
Esta es mi predicación del 27 de octubre de 2002, Domingo XXX del
Tiempo Ordinario, en el Hogar Marín y en la Parroquia Santo Domingo de Guzmán.
El Sábado a la tarde, en una Misa celebrada en una reunión de familiares, dije
algo similar, con la debida adaptación a las circunstancias. Me basé en estas
frases de la Escritura:
- No maltratarás al extranjero ni lo oprimirás... No harás daño a la viuda
ni al huérfano... Si prestas dinero a un miembro de mi pueblo, al pobre que
vive a tu lado, no te comportarás con él como un usurero, no le exigirás
interés. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, devuélveselo antes que
se ponga el sol... (Exodo 22, 20-22 y 24-25).
- Ellos mismos cuentan cómo ustedes me han recibido y cómo se
convirtieron a Dios, abandonando los ídolos para servir al Dios vivo y
verdadero, y esperar a su Hijo, que vendrá desde el cielo: Jesús, a quien
él resucitó y que nos libra de la ira venidera (1 Tesalonicenses 1,
9-10).
- «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?». Jesús le
respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El
segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos
dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas» (Mateo 22,
36-40).
1.
MUCHAS VECES NOS PARECE QUE TENEMOS MÁS CARGA QUE LA QUE PODEMOS
SOPORTAR...
Nos pasa a los grandes y a los chicos. Los chicos quieren jugar todos los
juegos que conocen, quieren que les vaya bien en todos los deportes, quieren ver
todos los programas de televisión que existen, quieren que les vaya bien en
todas las pruebas en el colegio, quieren tener las cosas ordenadas como con
razón le piden los padres, y son tantas las cosas que tienen por delante, que no
saben por dónde empezar...
Los adolescentes también quieren jugar a todo, pasarse todo el tiempo con
todos los amigos, hacer bien las tareas del colegio y la Universidad, no
perderse ninguna fiesta, y encima resulta que en casa tienen que hacer también
un montón de cosas, de las que los padres se empeñan en mostrarles que son
impostergables, y la consecuencia es inevitable: no saben por donde
empezar...
Pero es igual para los adultos: uno quiere cumplir con todo, quiere hacer
bien su trabajo, quiere cumplir con Dios y con la Iglesia, quiere atender como
es debido a los hijos, quiere asumir su responsabilidad ciudadana, quiere verse
con los amigos, y parece que el tiempo nunca alcanza: no se sabe por dónde
empezar...
Cuando son tantas las cosas que tenemos por delante, no hay más remedio que
distinguir lo que aparece como urgente de lo que es realmente importante, y hay
que optar. Por eso los fariseos, que estaban llenos de normas, 365 prohibiciones
y 248 mandatos de cosas que debían hacer, preguntan a Jesús cuál es el más
importante de todos esos mandamientos, porque por ahí siempre hay que empezar.
La respuesta de Jesús es clara y contundente. Lo primero, lo más importante, lo
impostergable es amar...
2.
EL AMOR AL QUE DIOS NOS LLAMA UNIFICA NUESTRA VIDA... Puede ser que tengamos
muchas cosas que hacer, pero hay que comenzar por lo más importante, y todo lo
demás se desprende de allí. Todos nosotros somos frutos del amor de Dios, y por
eso, hechos a su semejanza, hemos sido hechos para el amor. Es nuestra
capacidad, es nuestra posibilidad y es nuestra felicidad, corresponder con amor
al amor con que Dios nos trata.
Y puestos a amar a Dios, no hay otro modo de hacerlo que con todo el
corazón, con toda el alma y con todo el espíritu. Si así lo hacemos cuando
vamos a alentar un equipo de fútbol en la cancha, ¿cómo no vamos a hacerlo de
esa manera cuando se trata de responder al amor de Dios, del cual proviene
nuestra vida? De esta manera, el amor realmente unifica nuestra vida, porque en
todo estaremos dispuestos a responder con amor.
Pero además, cuando queremos en serio a alguien, entran también en nuestro
afecto todos los que son queridos por él. De la misma manera, amando a Dios,
inmediatamente nuestro amor abarca también necesariamente a todos los que Él
quiere, es decir, absolutamente a todos, porque nadie queda excluido del amor de
Dios.
Podemos pensar a veces que tenemos muchas razones para no querer a alguien,
y hasta para enojarnos con muchos. Sin embargo, siempre tenemos al menos una
razón, y mucho más poderosas que las otras, para querer a todos y cada uno de
nuestros prójimos, y es simplemente que Dios los quiere.
3.
EL AMOR FRATERNO HACE VISIBLE NUESTRO AMOR A DIOS... El amor a Dios no puede
verse, si sólo queda encerrado en nuestro corazón. Pero cuando se vuelca en
nuestro prójimo, es decir, en quien está cerca o al lado de nosotros y tiene
derecho a esperar algo de nosotros, se hace visible. Por eso, el amor fraterno
es algo así como la segunda cara de una misma moneda, y parte integrante del
mandamiento del amor. Querer a los demás como a nosotros mismos no es más que el
modo visible que toma nuestro amor a Dios.
Por eso, cuando nos vemos sobrepasados por las cosas que pesan sobre
nuestros hombros, bastará que pensemos los que el amor dicta en nuestros
corazones, y que empecemos por allí. Todo lo demás vendrá por añadidura...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: