Una fiesta que anticipa el Cielo...

Queridos amigos:
 
Esta es mi predicación del 13 de octubre de 2002, Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario, en el Hogar Marín y en la Parroquia Santo Domingo de Guzmán. Me basé en estas frases de la Escritura:

 
1. HAY FIESTAS QUE NO QUEREMOS PERDER, Y OTRAS PARA LAS QUE NO TENEMOS APURO... Hay fiestas para las que, si hace falta, vamos con toda tranquilidad un rato antes, con tal de encontrar un buen lugar o no perdernos nada. Por ejemplo, para un partido de fútbol, o de rugby internacional, o la final de un campeonato de polo... Todos vamos un rato antes, aunque haya que esperar. Lo mismo pasa con el teatro, o con el cine (aunque menos...). En realidad, cuando nos interesa mucho la fiesta, la misma espera se convierte en una parte de preparación y la vivimos con alegría...
 
Hay otras fiestas, en cambio, en las que no tenemos ningún apuro. Pasa, por ejemplo, en un casamiento al que nos han invitado por compromiso, sobretodo si se realiza con Misa. En este caso nos basta llegar cuando podemos, sin mayor apuro. Total, es más largo, y no empieza a horario, y lo único que nos interesa es cumplir, y saludar a los novios (y a lo sumo, ver a la novia cuando sale...).
 
También el Cielo es una fiesta, como nos lo muestra Jesús hoy con la parábola. La fiesta de las bodas de su Hijo, que se une para siempre con la humanidad redimida... El Cielo es una fiesta, a la que Dios nos invita, y a la que todos queremos ir... Aunque, según parece, casi nadie tiene apuro, da la impresión que todos prefieren que lleguen primero los demás (al menos teniendo en cuenta que sólo es posible llegar después de la muerte). De todos modos, no es posible vivir como si se pudiera llegar al Cielo en forma automática...
 
2. LA FIESTA DEL CIELO NO SE IMPROVISA, SE PREPARA DURANTE TODA LA VIDA... Así nos lo muestra Jesús en la parábola de hoy. Todos recibimos la invitación, pero hace falta responder. Y no se responde sólo al final, sino a lo largo de toda la vida...
 
Es curioso, algunos en la parábola se excusan para no ir, porque tienen que ocuparse del campo, o de los negocios, o simplemente se negaron a ir, y algunos incluso trataron mal a los que traían la invitación. Pero en realidad, todas aquellas cosas que los distraen y les impiden aceptar la invitación, no son más que las herramientas que Dios pone en sus manos, para aceptar la invitación. Justamente es lo que hacemos con el campo, o los negocios, o lo que hacemos con la vida de todos los días, con lo que estamos aceptando o rechazando la invitación de Dios, que nos quiere a todos en el Cielo, para compartir su alegría...
 
Pero el Cielo no es la única invitación que recibimos de Dios:
 
3. LA MISA ES UNA FIESTA QUE ANTICIPA EL CIELO, Y A LA QUE DIOS NOS INVITA... Es verdaderamente un banquete, donde Jesús se une a los que aceptan su invitación, y se entrega todo entero.
 
Es un banquete con una mesa bien servida, con dos platos fuertes, la Palabra de Dios, y el Cuerpo y la Sangre de Jesús, con los que Dios nos alimenta cada vez que participamos... Por eso es un anticipo del Cielo, en el que Jesús estará al alcance de todos, y todo será fiesta y alegría...
 
Por eso alabamos y cantamos, expresamos con muchos signos todo lo que estamos celebrando. No lo hacemos sólo para que no sea tan aburrida la Misa, sino porque estamos de fiesta, recibiendo a Jesús, que es también quien nos invita (de la misma manera, si ustedes conocen algún sacerdote que, como el del dibujo, usa anteojos, tiene el pelo negro, es hincha de un Club con los colores del ornamento del que está en el dibujo, y usa, como se ve ahí, transparencias para apoyar con frases e imágenes lo que dice en la predicación, no piensen que lo hace sólo para que no se aburran durante la Misa; lo hace porque pretende ayudar a que la Misa sea verdaderamente una fiesta, en la que se nos enciendan de tal modo los corazones, que nos pasemos el resto de la semana viviendo intensamente la fe, con decisión y alegría).
 
Podríamos preguntarnos cómo será nuestro Cielo, el de cada uno de nosotros. Y yo me imagino que, salvando todas las distancias que haya que salvar, podríamos perfectamente pensar que será tal como sean nuestras Misas:
 
Está claro que no tiene sentido que participemos sólo para cumplir, como quien va obligado a una fiesta que no le divierte, sólo para saludar al festejado y escaparse lo antes posible. Si así fuera, no tardaría en pasarnos lo que le pasa a alguno que, sin pensarlo, cada vez se le hace más justo el horario, y termina, aún sin quererlo, llegando cada vez un poquito más tarde...
 
En realidad, si nos damos cuenta que se trata de responder a una invitación de Dios, nos pasaríamos la semana preparando la Misa del Domingo. Porque, como en el caso del Cielo, también con la Misa la fiesta no se improvisa, sino que se prepara cada día...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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