Queridos amigos:
Esta es mi predicación del 15 de septiembre de 2002, Domingo XXIV del
Tiempo Ordinario, en el Hogar Marín y en la Parroquia Santo Domingo de Guzmán.
Me basé en estas frases de la Escritura:
- También el rencor y la ira son abominables, y ambas cosas
son patrimonio de pecador. El hombre vengativo sufrirá la venganza del
Señor, que llevará cuenta exacta de todos sus pecados. Perdona el agravio a tu
prójimo y entonces, cuando ores, serán absueltos tus pecados
(Eclesiástico 27, 30 - 28, 2).
- Ninguno de nosotros vive para sí, ni tampoco muere para sí. Si vivimos,
vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor: tanto en la
vida como en la muerte, pertenecemos al Señor (Romanos 14, 7-8).
- Entonces se adelantó Pedro y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tendré
que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta
setenta veces siete... El rey lo entregó en manos de los verdugos
hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre
celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos» (Mateo
18, 21-22 y 34-35).
1.
ENOJO, IRA, ODIO, VENGANZA Y RENCOR NO SON IGUALES, PERO TIENEN QUE VER... Todas
estas reacciones pueden surgir en nuestro corazón cuando nos hacen algún daño,
grande o chico, desde un pisotón en el colectivo o en cualquier amontonamiento
de gente, un reto injusto que nos han hecho por algo en lo que no tenemos la
culpa, hasta por un plazo fijo o algo semejante que nos quedó acorralado en
algún lugar, o cosas más graves todavía...
La primera reacción puede ser el ENOJO, que nos lleva a apuntar nuestra
mira contra la persona que creemos que nos ha dañado, que a partir de ese
momento se nos mete entre ceja y ceja. Si no frenamos a tiempo el enojo,
rápidamente se nos convierte en IRA, se pone en marcha nuestra pasión, y
comienza a subírsenos la mostaza a la cabeza o, dicho de otro modo, comienza a
hervirnos la sangre en las venas... Si no la frenamos enseguida, de la ira
pasamos al ODIO, y comenzamos a pensar que no habrá otra justicia que provocarle
un mal al que ha tenido la osadía de querer dañarnos, y si podemos tomamos lo
que tenemos a mano (por ejemplo un hacha), para descargarlo en cuanto nos sea
posible contra el que ya es decididamente nuestro enemigo. Si no frenamos el
odio, no tardará en convertirse en VENGANZA, que consiste en tomarnos por
nuestra cuenta la revancha (si habíamos tomado un hacha, se lo partimos por la
cabeza al que tuvo la desfachatez de dañarnos). Pero si no podemos frenar
nuestro odio y tampoco concretarlo en una venganza, se nos transforma en RENCOR,
arraigando profundamente en nuestras entrañas y amargándonos la vida...
De todos modos, ninguna de estas reacciones nos deja en paz, ni siquiera la
venganza, porque en realidad no se puede poner remedio a un mal provocando otro,
quizás mayor... Además, todos tenemos o hacemos algo que provoca el enojo, la
ira, el odio, el deseo de venganza o el rencor de los demás. Por lo tanto, si
todos dejáramos ir adelante estas reacciones, no tardaríamos en convertir
nuestra sociedad en una selva invivible (¿a propósito, no nos estará pasando un
poco esto...?). ¿No habrá otro modo de reaccionar? De eso nos habla hoy
Jesús...
2.
DIOS SIEMPRE ESTÁ DISPUESTO A PERDONAR, Y NOS INVITA A PERDONAR SIEMPRE, Y DE
CORAZÓN... El perdón es la grandeza de Dios. Por otra parte, no tendría otro
modo de buscar nuestra amistad, que estar dispuesto a darnos siempre una nueva
oportunidad, ya que una y otra vez lo ha hecho, y lo seguimos necesitando, como
la primera vez. Sus brazos se abren cuantas veces hagan falta para recibir una y
otra vez con un abrazo reconciliador a quienes también una y otra vez arruinamos
la parte de herencia que nos ha dado, y que gastamos malamente, como el hijo
pródigo...
Ya el Libro del Eclesiástico, que reúne la sabiduría de un pueblo que fue
aprendiendo de Dios, nos avisa que el rencor y la ira son abominables. Pero
además nos advierte, con un lenguaje propio de su tiempo, que el hombre
vengativo sufrirá la venganza del Señor. Jesús nos dice lo mismo, y nos exhorta
misericordiosamente: nosotros, que necesitamos todos los días de la misericordia
de Dios, no tengamos miedo, perdonemos de la misma manera. Y no basta ni
siquiera un cierta disposición a perdonar, como Pedro, que cree que es
suficientemente generoso si perdona hasta siete veces. En realidad el perdón es
una actitud del corazón que no admite límites, se trata de perdonar
siempre...
Seguramente surgen en nosotros preguntas que queremos dirigir a Dios. Si
siempre perdonamos, ¿quien hace justicia con los que nos dañan? Por supuesto, el
perdón no afecta la justicia, que está en manos de quienes tienen que aplicarla,
pero no en las nuestras, si no somos jueces. Lo hemos visto al Papa ir a visitar
a la prisión al que intentó asesinarlo, y su abrazo misericordioso lo dejó atrás
de las rejas. Por otra parte, puede ser que pensemos también que si perdonamos
siempre, terminarán tomándonos por sonsos. En ese caso, conviene recordar:
3.
NECESITADOS DEL PERDÓN, ESTAMOS HECHOS PARA PERDONAR... Con la invitación a
perdonar siempre y de corazón, Dios no nos está proponiendo algo a lo que se
oponga nuestra naturaleza, sino todo lo contrario... En realidad, desde
chiquitos estamos hechos para perdonar. Necesitamos la paz tanto como el
oxígeno, y cuando nos falta estamos ahogados y agobiados. Pero el odio, la
venganza y el rencor nunca engendran paz, sino que se alimentan mutuamente.
Frente al mal recibido, sólo el perdón es fuente de paz. Por eso, el perdón es
necesario no sólo para el que es perdonado, sino para el mismo que
perdona...
Cuando nos lastiman, entonces, lo que necesitamos es acudir a la fuente del
perdón, que es la misericordia de Dios, que nosotros mismos necesitamos. Y
llenos de la misericordia de Dios, nos será fácil recordar que perdonando
encontraremos la paz, ya que estamos hechos para perdonar...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: