Queridos amigos:
Esta es mi predicación del 11 de agosto de 2002, Domingo XIX del Tiempo
Ordinario, en el Hogar Marín y en la Parroquia Santo Domingo de Guzmán. Me basé
en estas frases de la Escritura:
- Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba
las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento.
Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el
terremoto. Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no
estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa
suave. Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó
de pie a la entrada de la gruta (1 Reyes 19, 11-13).
- Ellos son israelitas: a ellos pertenecen la adopción filial, la
gloria, las alianzas, la legislación, el culto y las promesas. A ellos
pertenecen también los patriarcas, y de ellos desciende Cristo según
su condición humana, el cual está por encima de todo, Dios
bendito eternamente (Romanos 9, 4-5).
- A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los
discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. «Es
un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús
les dijo: «Tranquilícense, soy yo; no teman. Entonces Pedro le respondió:
«Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua». «Ven», le
dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua
en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como
empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». En seguida, Jesús le tendió
la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué
dudaste?». En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó (Mateo 14,
25-32).
1.
¿DÓNDE ESTÁ DIOS? A VECES NOS PARECE QUE SE ESCONDE JUSTO CUANDO MÁS LO
NECESITAMOS...
En realidad, Dios nunca se esconde. Pero con Dios nos pasa a veces lo mismo
que nos pasa con los anteojos: basta que los necesitemos, para que no sepamos
dónde buscarlos... Lo mismo nos pasa también muchas veces con las llaves del
auto, siempre están colgadas "donde corresponde", salvo cuando estamos apurados.
Con Dios nos pasa también así: a veces lo buscamos apurados, pero no lo
encontramos, o porque lo buscamos mal, o en el lugar equivocado...
Por ejemplo, en estos días, mientras se acercan las elecciones, alguno está
pensando que conviene aprovechar y que "se vayan todos", que se haga una
votación por todos los cargos electivos así nos sacamos de una vez de encima a
todos los que antes fueron votados. Ese podría desear que Dios fuera como un
viento huracanado, y de un solo soplo se llevara a todos los políticos,
permitiéndonos empezar de nuevo de cero. Pero Dios no aparece así, como un
viento huracanado, llevándose todo lo que nos molesta de un plumazo... Otro
podría pensar que sería bueno que Dios apareciera como un terremoto, y que de
repente se abriera la tierra hasta el fondo, y se tragara a todos los ladrones,
ya sean de bancos o de gallinas, de autos o de impuestos. Pero Dios tampoco
aparece como un terremoto, casi todo lo contrario: El profeta Elías tuvo que
aprender a descubrirlo en una brisa suave...
Puede ser que a veces no nos demos cuenta de la presencia de Dios, sobre
todo cuando llega la oscuridad y se pone tormentosa nuestra vida, cuando se hace
dura la marcha y las contrariedades son tantas que perdemos la claridad y la
calma, y quizás hasta dejamos de ver no sólo desde dónde venimos, sino también
hacia donde vamos. Pero Dios no falta nunca, si está siempre, especialmente no
falta a la hora de las tormentas...
2.
JESÚS VIENE A AQUIETAR LOS MIEDOS CUANDO HAY TORMENTAS...
Como a los apóstoles, seguro que hay tormentas que también nos asustan. En
el estudio, en la salud, en la vida personal y afectiva, en nuestra vida
familiar y en nuestra vida social, incluso en nuestra fe, no sólo hay nubarrones
que dejan por momentos todo oscuro, sino que también hay verdaderas tormentas,
en las que no para de caer agua o piedra, y en las que hasta deja de verse el
horizonte.
Aparecen tormentas que nos dan miedo y nos paralizan, nos dejan
desorientados y sin saber qué hacer. También aparecen tormentas que arrasan con
todo. A veces perdemos la calma, otras veces perdemos las ganas, otras el rumbo,
e incluso a veces, como quien no se da cuenta, distraídamente, va pasando el
tiempo, y llegamos a perder también la fe...
Lo que importa es que nos demos cuenta que Jesús siempre está en la
tormenta. No hace falta la audacia y el atropello de Pedro, que se lanza al agua
para caminar hacia Jesús, quizás tan confiado en sus propias fuerzas, que no
tarda en volver al miedo y empezar a hundirse. La presencia de Jesús a veces es
silenciosa, pero siempre está, haciendo lo que hace falta. Jesús está marcando
el rumbo, está sosteniendo la marcha, está recordando la meta y empujando hacia
ella... Basta levantar la mirada, para darse cuenta que viene a nuestro
encuentro en cada encrucijada. Basta lanzar hacia Él nuestro grito, y poner en
Él toda nuestra confianza, para encontrar que siempre trae calma a nuestra
barca, si lo recibimos con fe.
3.
CON JESÚS EN LA BARCA SE CALMAN TODAS LAS TORMENTAS... Jesús no sólo viene
a nosotros caminando sobre las aguas. En realidad, la suya es nuestra
barca, y nos ha invitado a navegar con Él. Nos acompaña en toda la
marcha, porque nos quiere para siempre junto a Él.
Podrán seguir viniendo muchas tormentas en nuestro estudio, en la salud, en
la vida personal y afectiva, en nuestra vida familiar y en nuestra vida social,
incluso en nuestra fe, pero con Jesús vendrá también la calma. Él nos
ha hecho para el Cielo, y calma todas las tormentas, para que,
mientras vamos de camino, nada ni nadie puedan nunca separarnos de
Él...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: