Celebrar la fiesta, con los pies en la tierra...

Queridos amigos:
 
Esta es mi predicación del Domingo 24 de marzo de 2002, Domingo de Ramos. Me apoyé en las siguientes frases de las lecturas bíblicas de la Misa del día (es difícil tomar una sola frase de toda la lectura de la Pasión según San Mateo, así que he tomado una frase del Evangelio de la procesión con los Ramos bendecidos):
  1. Ofrecí mi espalda a los que golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda (Isaías 50, 6-7).
  2. Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente... Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz (Filipenses 2, 6 y 8).
  3. Mira que tu rey viene hacia ti, humilde y montado sobre un asna, sobre la cría de un animal de carga (Mateo 21, 5).

 
1. ES NECESARIA LA FIESTA Y LA ALEGRÍA, PERO HAY QUE VIVIRLA CON LOS PIES EN LA TIERRA..., porque si no lo hacemos así, la fiesta termina mal, cuando hay que pagar los gastos y nos pasan la factura.
 
Esto lo saben todos, pero lo sabemos especialmente en Argentina, cuando ya es claro que se acabó la fiesta, y estamos como estamos porque, entre otras cosas, nadie quiere hacerse cargo de la factura, y de los platos rotos, muchos pretenden "esquivar el bulto", y que le pase al que sigue...
 
2. Por eso hoy, cuando comienza la Semana Santa, lo hacemos con un día de fiesta, pero cargado de realismo. CELEBRAMOS A JESÚS CON RAMOS, PERO PROCLAMAMOS LA PASIÓN... Durante la entrada de la Misa cantamos y saludamos con los ramos, ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!, pero para seguir sus pasos, inmediatamente leemos la Pasión, que, si nos toma desprevenidos, puede caernos como un balde de agua fría...
 
La Pasión de Jesús se revive en la vida de cada día. Jesús ofrece sus espalda a los que lo golpean, su rostro a los que lo ultrajan y escupen. Hoy esto sucede nuevamente, y no sólo en algún rincón perdido del Africa, o del Asia, como quizás nos habíamos acostumbrado a imaginar, sino aquí, entre nosotros, a la vuelta de la esquina. Son muchos en nuestra patria, que están expuestos a la miseria, y ponen la espalda, y los golpean, y ponen el rostro, y los escupen. Todavía queda ostentación (aunque menos...) e indiferencia, ante la pobreza.
 
Pero la respuesta fiel a Dios de Jesús también puede revivirse en nuestros días. Jesús, que era de condición divina, como nos dice San Pablo, no consideró que tuviera que guardar celosamente esta igualdad, sino que se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte en la Cruz. Nosotros podemos hacernos dos preguntas:
 
a) ¿Qué es lo que nosotros guardamos más celosamente: nuestro interés individual, nuestro bien individual, nuestros ahorros, nuestros dólares, nuestra silla y nuestro lugar en la fiesta que se termina, nuestros privilegios individuales o de grupo?
 
b) ¿O será el momento de humillarse y someterse, como Jesús, por obediencia, a su Palabra? Esa Palabra con la que nos proclamó las Bienaventuranzas (recuerden lo que decía sobre ellas el Domingo pasado), con la que nos enseñó que el que quiere ganar su vida (a costa de los demás) la pierde, y el que pierde gana, y otra cantidad de cosas que resultan desconcertantes y escandalosas si sólo se quiere apostar al éxito a toda costa, sin estar dispuestos a postergar algo personal por el bien de los demás...
 
Nuestra patria espera hoy de todos una respuesta coherente. Necesita que hoy todos pensemos primero en el bien de todos, que en la ventaja o bien de cada uno.
 
3. Nosotros estamos llamados a dar con coherencia una respuesta que nace de la fe y que nos dice lo que podemos hacer hoy, si estamos dispuestos a defender celosamente el bien de todos, condición necesaria para el bien de cada uno. Lo que vamos a celebrar en esta Semana Santa, con los pies en la tierra, es que Jesús se entregó por obediencia a la muerte, y Dios lo exaltó, y vive para siempre. LA OBEDIENCIA DE JESÚS NOS MUESTRA EL CAMINO DE LA VERDADERA VIDA...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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