Grandeza y humildad, nos reclama la vida...

Queridos amigos:
 
Aquí va mi predicación del Martes 1 de Enero de 2002, Solemnidad de María Madre de Dios, y Jornada Mundial de la Paz. Me apoyé en las siguientes frases de las lecturas bíblicas de hoy:
 

1. A veces nuestra memoria es selectiva: CUANDO RECORDAMOS EL PASADO, LAS COSAS MALAS PARECEN MAS CHICAS QUE LO QUE FUERON Y LAS BUENAS MÁS GRANDES Y EXTENDIDAS...

 
El ataque a las torres gemelas de Nueva York, y las secuelas de temor ante el terrorismo fueron en su momento un impacto tremendo, y hoy, al menos para los que no estuvimos implicados de una manera especial, ya ha quedado muy lejos.
 
Además, LOS MALES CERCANOS Y DEL PRESENTE ADORMECEN LA MEMORIA, y hacen olvidar los lejanos o del pasado. Hoy el peligro está a la vuelta de la esquina, ya no es algo que pasa lejos. La incertidumbre, la intranquilidad ante el peligro del desborde y de la desintegración social, mientras los políticos discuten sus diferencias o sus ambiciones a puertas cerradas, son nuestro mal de hoy y nuestro pan de cada día...
 
Surgen, entonces, acuciantes, las preguntas: ¿Qué podemos hacer? ¿Qué debemos hacer?
 
2. A la luz de lo que hoy celebramos, la Solemnidad de María Madre de Dios, y la Jornada Mundial de la Paz, en el primer día del año, podemos atender lo que nos dice San Pablo: CUANDO SE CUMPLIÓ EL TIEMPO, DIOS ENVIÓ A SU HIJO NACIDO DE UNA MUJER...  Y el Papa nos recuerda en el mensaje que nos dio para esta Jornada Mundial de la Paz que, a la luz del Hijo de Dios nacido para salvarnos, el mal no tiene la última palabra. Esta última palabra la tiene Dios, y la pronuncia con toda contundencia: es su Palabra hecha carne, Jesús, su Hijo, nacido de una mujer. Por eso María es Madre de Dios.
 
Esta Palabra, que es el Príncipe y la Fuente de la Paz, tiene que ser oída, recibida, para producirla. Los pastores lo encontraron y alababan a Dios. María guardaba estas cosas en su corazón, además de tener a Jesús en brazos. Y en circunstancias al menos tan duras como las nuestras, es seguro que nunca perdió la paz.
 
Jesús es nuestra paz. El Papa nos habla en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz bajo la luz de su propia experiencia y oración en sus tiempos de su juventud, en una patria como la suya, primero sometida a los alemanes, y después a los rusos. Nos dice que allí aprendió que NO HAY PAZ SIN JUSTICIA, Y NO HAY JUSTICIA SIN PERDÓN. La paz requiere que las cosas estén en orden, y tranquilas, cada una en su lugar. Esto es la justicia: "a cada uno lo suyo". Por eso, es inútil que soñemos con la paz, si no estamos dispuestos a aceptar la justicia (todo sabemos lo que eso significa hoy en Argentina).
 
Pero la justicia no alcanza para sanar las heridas que las injusticias han producido, y rehacer los lazos de unión que se han roto a causa de ellas. Esto lo hace el perdón, que es necesario para remediar las relaciones interrumpidas, superar las actitudes de estéril condena mutua, y para vencer la tentación de excluir a "los otros". Hay que recordar, por otra parte, que el perdón se opone al rencor y a la venganza, y no a la justicia.
 
3. Al comenzar este año, en el que nos urge encontrar los caminos de la paz, ante el peligro de la desintegración, me parece que podemos aprender actitudes de María en el pesebre, que nos permitan estar a la altura de las exigencias de estos días:
 
a) Gratitud, propia de los corazones grandes, y que por eso requiere grandeza de ánimo. Gratitud para reconocer como don de Dios, y no como posesión propia y exclusiva, todo lo que hemos recibido en el año recién terminado, y la posibilidad de seguir recibiendo todavía.
 
b) Súplica, propia de los corazones humildes, para pedir a Dios, como si todo dependiera sólo de Él, y hacer lo nuestro, como si todo dependiera de nosotros, para alcanzar la justicia y el ánimo de perdón, que nos ayuden a reconstruir nuestros lazos familiares, amicales, vecinales y sociales, para que surja renovada nuestra nación, de las postraciones de estos días.
 
Con estas actitudes, por duros que sean los tiempos que vienen, pueden sonreírnos, si de la mano de Dios, los recibimos con una sonrisa...


Un abrazo y mis oraciones.
 
P. Alejandro W. Bunge
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