La caridad
comienza por casa,
y otras virtudes también...
Queridos amigos:
Aquí va mi predicación del 10 de marzo de 2002, Cuarto Domingo de Cuaresma.
Me apoyé en las siguientes frases de las lecturas bíblicas de la Misa del
día:
- Dios no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las
apariencias, pero Dios ve el corazón (1 Samuel 16, 7).
- Antes, ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor.
Vivan como hijos de la luz. Ahora bien, el fruto de la luz es la bondad,
la justicia y la verdad (Efesios 5, 8-9).
- Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Después que dijo esto,
escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos
del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que
significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Era
sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Algunos fariseos
decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado». Otros
replicaban: «¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?». Y se
produjo una división entre ellos. Jesús, al encontrar [al que había
curado], le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Quién
es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que
te está hablando». Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él
(Juan 9, 1. 6-7. 14. 16. 35-38).
1.
NO HAY PEOR CIEGO QUE EL QUE NO QUIERE VER, dice el refrán. Basta con mirar al
que se empaca en una discusión, y se cierra a la razón o la luz que ve en el
otro, simplemente porque no tiene ganas de dar el brazo a torcer. O al que se da
cuenta que está haciendo algo mal, pero no lo quiere reconocer, porque no está
dispuesto a cambiar. O al que va caminando derecho hacia una pared y no frena,
aunque sabe que se romperá la cabeza, porque no quiere que piensen que es un
cobarde. O al que se quiere tirar de un trampolín con los ojos vendados, sin
saber si hay agua en la pileta...
Cualquiera de estas descripciones encajan bien para explicar nuestra
realidad argentina de hoy. Todos sabíamos, más o menos, que el Estado hacía
muchos años o décadas venía gastando mucho más de lo que tenía, y cada uno
siguió haciendo más o menos bien lo suyo, quizás mirando un poco hacia el
costado, confiando en que las cosas podrían seguir. Así nos hemos quedado sin
"las joyas de la abuela", porque el Estado fue vendiendo todo lo que no sabía
administrar, y algunas cosas que administraba bien también. Figuradamente
podemos decir que hasta "vendió a la abuela", si tenemos en cuenta la situación
en la que se encuentran la mayoría de los jubilados.
2.
Sin embargo, no todo está perdido. HOY JESÚS NOS ABRE LOS OJOS CON LA FE, SI
QUEREMOS VER. La fe nos permite mirar las cosas de otro modo, sin caer en
discusiones estériles, como las de los fariseos, que se pelean entre ellos y
discuten porque Jesús curó al ciego de nacimiento en un día sábado, en el que no
se podía trabajar, en vez reconocer que hizo lo que ellos no eran capaces
de hacer.
Nosotros, abriendo los ojos con la fe, podríamos evitar quedarnos enredados
en discusiones sobre qué es lo más urgente hoy, si tal o cual tipo de cambio, o
si hay que echar o no a la Corte, si hay que llamar a elecciones o apoyar con
patotas a los que gobiernan, si hay que jugar el fútbol o suspenderlo por la
violencia, si hay que incendiar o acorralar a los bancos, etc. En vez de
discutir sólo o tanto sobre todo esto, tenemos por delante algo más
sencillo, aunque ciertamente no fácil de hacer: simplemente abrir los ojos y el
corazón, ver y escuchar a Dios, y actuar movidos por la fe.
3. Los frutos de la luz que nos da la fe, nos dice San Pablo, son la
bondad, la justicia y la verdad. Dice otro refrán que LA CARIDAD COMIENZA POR
CASA. Nosotros podemos agregar hoy: LA BONDAD, LA JUSTICIA Y LA VERDAD
TAMBIÉN.
Entonces, en el trato cotidiano, en la tarea de cada día, con el
vecino y con el hermano. Con el que está cerca y con el que nos resulta
lejano. Con el amigo y con el adversario, con el que piensa igual y con el que
disentimos en todo. Con todos ellos podemos intentar, movidos por la
fe, ser más buenos, justos y veraces. Todo esto seguramente queremos
exigirlo a los que tienen más responsabilidad sobre nuestro destino. La fe nos
reclama que lo hagamos nosotros también. Sólo haciendo repetidamente las cosas
buenas se cambian los hábitos malos, es decir, los vicios, y se reconstruye una
cultura que hace tiempo se desprendió del respeto por el orden, el derecho y la
justicia. Con las herramientas en una mano, la radio en la otra y el diario bajo
el brazo para estar informados y conectados, pero sobre todo, con los ojos
abiertos por la fe, podemos ponernos manos a la obra, comenzando por casa, y
siguiendo por todos lados, haciendo todo a la luz de la fe...
Un abrazo y mis oraciones.
Predicaciones del P. Alejandro W. Bunge: