Nos
tienen que ver...
Queridos amigos:
1.
LA IGLESIA NO PARECE TENER BUENA PRENSA. SÓLO APARECE SI HAY
ESCÁNDALOS... Los católicos, y los creyentes en general, no
aparecemos con frecuencia en los periódicos, ni ocupamos
habitualmente mucho lugar en los medios de comunicación social. Sólo
si algún clérigo provoca algún escándalo, sobre todo si es de
naturaleza sexual o económica, pasamos a tener una mayor presencia,
más motivada por las ganas o la necesidad de aprovechar las ventas
que eso produce, que por verdadero interés de ocuparse por lo que
sucede...
Es que, me parece, hace tiempo que el mundo no es
lo
que era cuando nacimos los cincuentones o sesentones de hoy, cuando
la cultura de occidente todavía podía llamarse cristiana. Vivimos en
un mundo que progresivamente se ha vuelto cada día más pagano, en el
que se corre detrás de muchos ídolos que siembran tristeza y
frustración. No sólo se han ido quitando los crucifijos de las salas
de los jueces, y de las escuelas, supuestamente para no ofender a
nadie que no sea cristiano, sino que además se lo ha ido retirando a
Dios, cualquiera sea el nombre con el que se lo llame, de cualquier
expresión de la vida pública. Y los cristianos, como otros
creyentes, nos hemos ido acostumbrando a vivir escondidos,
sin
darnos mucho a conocer ni distinguirnos demasiado, ni en lo que
hacemos ni en lo que decimos, de los que no están movidos por
nuestra misma fe. Es como si, de algún modo, tuviéramos vergüenza o
pudor de mostrarnos...
Hoy, sin embargo, Jesús nos exhorta a hacernos ver, ya que la fe
puede, y por lo tanto debe, cambiarnos tanto la vida que ya no
podamos pasar desapercibidos, como si nada tuviéramos de distintos,
y como si a la cultura pagana que se nos propone de todas maneras no
nos quedara más que amoldarnos...
2. SOMOS LA SAL DE LA TIERRA Y LA LUZ DEL
MUNDO: CON LA SABIDURÍA Y EL AMOR DE JESÚS... Jesús nació en
Belén, en los confines del imperio romano, el imperio de ese
momento. Belén estaba en el borde oriental, casi afuera del
imperio. Era una pequeña ciudad, en un país empobrecido en el que
abunda el desierto, lleno de peleas domésticas y mezquinas entre
los políticos y los poderosos de ese tiempo, que colmaban la
paciencia de los emperadores romanos. ¡Cualquier similitud con
nuestra Argentina de hoy, ubicada también en los confines de un
imperio, empobrecida en buena parte por las mezquindades de
quienes tendrían que trabajar para hacerla crecer, no es pura
casualidad, sino reflejo fiel de la realidad!
Jesús, nacido pobremente en Belén, fue capaz de llenar de luz el
mundo entero. También para nosotros, dos milenios después de los
acontecimientos de Belén, Jesús es nuestra fuente de luz y
sabiduría. Este Jesús que no se llena la boca con palabras vanas
(vacías), que no tiene discursos grandilocuentes, que no se maneja
con la sabiduría de los hombres, según nos muestra hoy San
Pablo,
que aprendió de Jesús a predicar su Palabra. Jesús, que va a
los
hechos, y produce a cada paso actos de amor. Jesús que, fiel a
Dios Padre, va a la Cruz por amor y con amor, y allí nos gana la
Vida. No nos olvidemos que la Cruz es la sabiduría de Dios, y el
amor es la luz con la que Dios nos ilumina...
Jesús nos dice que nosotros somos la sal y la luz del mundo.
Nuestra misión, entonces, es dar sabor e iluminar. Sabor suena
cercano a la Sabiduría, que es el gusto por las cosas de
Dios. Se
trata de dar sabor, entonces, con la sabiduría de Dios, que brota
de la Cruz: una entrega fiel y perseverante, trabajando para hacer
lo que resulta bueno para los otros, es decir, siendo solidarios.
Se trata de iluminar con la luz que viene de Dios: compartir
el
pan con el hambriento, albergar a los pobres sin techo, cubrir al
que vemos desnudo, saciar al que vive en la penuria,
eliminar los
gestos amenazadores y las palabras malignas, en fin, hacer
todo
aquello que nos sugiere un amor perseverante. Como nos dice hoy el
Profeta Isaías, haciendo así despuntará nuestra luz como la
aurora, nuestra luz se alzará en las tinieblas y nuestra oscuridad
será como el mediodía...
Por supuesto, no hay que olvidarse que todo esto
funcionará con el principio del espejo: sólo reflejará lo que le
pongamos delante. Si a nosotros la fe no nos alegra la vida, si la
Palabra de Dios nos deja con las cejar arqueadas y la tristeza
dibujándonos el rostro, ¿cómo podrán ver, los que nos miran, que
nuestra fe es algo valioso?...
Sólo si encontramos en nuestra fe el motor de nuestra vida, sólo
si encontramos que vale la pena que la fe sea la que nos lleve a
elegir o descartar lo que elegimos o descartamos en nuestra vida,
será posible que los cristianos seamos lo que estamos llamados a
ser, sal que da sabor y luz que ilumina, nuestra vida y la de
quienes nos miran. Dicho de otra manera, sólo podremos ser sal que
da sabor y luz que ilumina en este mundo, si nos tomamos en serio
nuestra fe, de modo tal que nos provoque legítima y profunda
alegría. Este es el testimonio que hoy puede esperarse de quienes
decimos que hemos encontrado en Jesús la salvación y la Vida...
3.
SOMOS SAL Y LUZ, PARA DAR SABOR E ILUMINAR CON LA SABIDURÍA Y EL
AMOR DE DIOS... No es sólo un detalle tener en cuenta que la fe nos
hace testigos de la alegría que viene de Dios. Lo que se dice de
todos los santos puede decirse también de todos nosotros, que
compartimos con ellos el mismo llamado a la santidad. Un santo no
puede ser tal si no está inundado por esa alegría profunda que sólo
puede provenir de Dios. Un santo triste es en verdad un triste
santo, y un cristiano triste es ciertamente un triste cristiano...
Basta conocer más o menos de cerca algunas
personas que se han dejado animar por su fe hasta las raíces,
para
entender vitalmente qué significa darle sabor, con la sabiduría de
Dios, a las cosas de la vida, y comprender por qué siempre los ha
acompañado una serena y robusta alegría. Todos los los hombres de
nuestro tiempo, por ejemplo, hemos podido conocer el testimonio de
la Beata Teresa de Calcuta. Esta mujer, en esa ciudad, más pobre que
la más pobre de las nuestras, nos nos regaló su luz, que brillaba en
las tinieblas. Estos testimonios de fe vivida nos indican con
claridad qué nos quiere decir Jesús, cuando nos llama a ser sal de
la tierra y luz del mundo, y encontrar en la fe la alegría...
Pero
muchos de nosotros hemos tenido también la oportunidad de conocer al
Cardenal Eduardo Pironio. Murió hace ayer trece años, el 5 de
febrero de 1998. Es reconfortante recordar cómo cualquiera que se
reuniera con él para conversar, y puedo referirlo con mi propia
experiencia, salía de ese encuentro con más paz que la que tenía al
haber llegado. Simplemente este hombre de Dios transmitía la fe que
vivía...
Así también, entonces, Jesús nos alimenta a todos nosotros, para que
tengamos sabor y para que nos encontremos con la alegría que
proviene de la fe, con la que podemos iluminar este mundo que nos
toca, con la constancia en el amor, es decir, en la decisión de
hacer el bien a los que tenemos alrededor. Se trata de algo tan
sencillo como eso, y al mismo tiempo algo tan comprometido como la
Cruz con la que Jesús nos permite, con la alegría de nuestra fe,
sonreír e iluminar este mundo donde hemos sido llamados a vivir como
santos, y por eso mismo como testigos de todo lo que de Dios hemos
recibido...
Lecturas
bíblicas
del Domingo IV del Tiempo Ordinario del Ciclo "A":
- Así habla el Señor: si compartes tu pan con el hambriento y
albergas a los pobres sin techo, si cubres al que ves desnudo y
no te despreocupas de tu propia carne, entonces despuntará tu
luz como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar; delante
de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del
Señor. Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás
auxilio, y él dirá: «¡Aquí estoy!». Si eliminas de ti todos los
yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si ofreces tu
pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se
alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como al mediodía
(Isaías 58, 7-10).
- Hermanos, cuando los visité para anunciarles el misterio de
Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la
sabiduría. Al contrario, no quise saber nada, fuera de
Jesucristo, y Jesucristo crucificado. Por eso, me presenté ante
ustedes débil, temeroso y vacilante. Mi palabra y mi predicación
no tenían nada de la argumentación persuasiva de la sabiduría
humana, sino que eran demostración del poder del Espíritu, para
que ustedes no basaran su fe en la sabiduría de los hombres,
sino en el poder de Dios (1 Corintios 2, 1-5).
- Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes son la sal de la
tierra.
Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar?
Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los
hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una
ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una
lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone
sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la
casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que
hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y
glorifiquen al Padre que está en el cielo (Mateo 5, 13-16).
Volver
al inicio de la predicación...
Predicaciones
del P. Alejandro W.
Bunge: