Esta fue mi predicación de hoy, 13 de noviembre de
2011,
Domingo XXXIII del Ciclo Litúrgico A, en la Abadía Santa
Escolástica y en el Hogar Marín:
I.- Vídeo,
en
Youtube y
en
Facebook
II.- Versión escrita
III.- Lecturas bíblicas de la Misa
1. TODOS HEMOS RECIBIDO
ALGUNOS TALENTOS PARA SERVIR A LOS DEMÁS... Todos sabemos hacer
algo que puede ser útil a los demás, y eso se debe a las
capacidades o talentos que hemos recibido. Pero vale la pena tener
en cuenta esto con ejemplos concretos de lo que sabemos y podemos
hacer...
Lo vemos aquí en el Hogar
Marín, en el que residen hasta 90 ancianos, cuidados por las
Hermanitas de los Pobres, los voluntarios y algunos empleados, que
con mucho cariño y dedicación se hacen cargo de sus necesidades.
Porque no sólo las Hermanitas, los empleados y los voluntarios
realizan su tarea, también los residentes, en la medida de sus
habilidades y sus posibilidades, hacen su parte...
Unos barren, otros ponen la
mesa, otros ayudan a lavar los platos sobre todo los domingos,
otros colaboran en la atención de la Portería, otros prestan su
servicio en la ropería y en la lavandería, otros para hacer los
mandados puertas afuera, otros en la atención prolija y puntual de
la Sacristía...
Lo que importa es que todos tenemos nuestros propios talentos, que
hemos recibido como dones de Dios, y que, puestos al servicio de
los demás, pueden dar muchos frutos. De todos modos, no basta con
tener los talentos. Porque podríamos quedarnos sentados con ellos,
por miedo a perderlos o a fracasar, y de esa manera no sólo no
ayudaríamos a nadie, sino que además deberíamos someternos al
derecho de los demás a reprocharnos...
2. NO ALCANZA CON TENER
TALENTOS, ADEMÁS HAY QUE HACERLOS PRODUCIR... Pero no basta con
tener talentos, solos no pueden dar frutos, para eso hace falta
que nos hagamos cargo de ellos y los hagamos crecer, aprendiendo a
hacerlos producir buenos frutos para los demás, y decidiéndonos
con amor a ponerlos en marcha. Sucede con los talentos que cada
uno de nosotros tenemos lo que sucede con todo don de Dios, no
sólo son un regalo sino que al mismo tiempo significan una tarea.
Es decir, los talentos no son dones terminados, acabados en sí
mismos, que simplemente hay que sentarse a disfrutar, sino dones
destinados a dar frutos gracias a nuestro cuidado y dedicación
para cultivarlos, hacerlos crecer y ponerlos al servicio de los
demás...
Todos conocemos los dones
de las empleadas de la Cocina,
Ada y Zulema, como también de sus ayudantes. Todas ellas juntas
hacen que, cualesquiera sean los ingredientes para preparar
nuestros alimentos, siempre éstos sean un regalo no sólo
alimenticio, sino especialmente sabroso. Pero nada de esto
podría suceder, si simplemente se quedaran "mirando las ollas".
Para que los dones de nuestras cocineras den su frutos, ellas
los tiene que poner en marcha, los tiene que utilizar para
servirnos. Sirva también tener en cuenta, por ejemplo, a
Domingo. La primera vez que se le pidió que me ayudara aquí en
el altar como monaguillo, no conocía esta tarea, pero con
atención y dedicación fue aprendiendo la tarea, que hoy
desarrolla con soltura, eficiencia y aplicación ejemplar, ya que
puso en marcha los talentos que para ello tenía. Lo mismo podría
decirse de las señoras que planchan la ropa, cosen la que está
rota o es necesario arreglar. No basta que sepan hacerlo, además
hace falta que se dispongan a dar frutos con lo que saben
hacer...
Dios, que nos hizo por
amor, nos hizo también para el amor. Por eso, todo lo que de Él
hemos recibido encuentra finalmente su sentido en el servicio y
en el don de nosotros mismos a los demás. Por eso no somos
dueños sino administradores de todo lo que hemos recibido de
Dios, empezando por la vida y los diversos dones que la
acompañan. Todos ellos encuentran su lugar cuando en vez de
descuidarlos o destinarlos sólo para nuestro propio beneficio
los ponemos fielmente al servicio de los demás. No pensemos, sin
embargo, que para que nuestros dones den sus frutos será
necesario que realicemos grandes gestos de entrega y
generosidad, no pensemos que sólo vale lo que se hace llegando
al extremo del heroísmo, se trata simplemente de dar los frutos
sencillos y simples que todos podemos dar...
3. LOS FRUTOS
PEQUEÑOS DE CADA DÍA SIRVEN PARA PREPARAR LA FIESTA FINAL: EL
CIELO... Los frutos que estamos llamados a dar con los dones o
talentos que hemos recibido de Dios son los pequeños frutos de
amor y de servicio de cada día. El Cielo no se puede improvisar,
se llega a Él en primer lugar porque Dios nos invita, pero además
si le respondemos cada día, cuando viene hacia a nosotros a través
de quien tiene derecho a esperar algo de nosotros, cuando se hace
presente con su llamada en todo lo que hacemos cada día...
Todas las parábolas de los
últimos Domingos del año litúrgico, que nos hablan del Cielo, nos
sirven para estar atentos y despiertos, preparando la fiesta que
esperamos en todo y con todo lo que hacemos cada día. Estas
parábolas, entonces, nos ayudan a vivir con los pies en la tierra,
para tomar conciencia de todos los dones que de Dios hemos
recibido, pero al mismo tiempo con la mirada siempre puesta en el
Cielo, al que nadie va a llegar por mera casualidad.
Será una gran alegría, incomparable y sin igual, participar en esa
fiesta sin fin en la que consistirá el Cielo. Pero ciertamente no
llegaremos al Cielo porque sí no más, con los brazos cruzados. Los
dones que hemos recibido son los instrumentos que Dios nos ha dado
para que nosotros mismos participemos en la preparación del Cielo
al que nos ha invitado. Por eso el camino al Cielo siempre será
una Cruz, ya que hacerlos rendir sus frutos siempre implicará un
trabajo, el trabajo del amor y del servicio al que Dios nos ha
llamado. El Cielo será fruto en primer lugar de la
misericordia de
Dios, sin la cual para nadie es posible el Cielo. Pero será
también la consecuencia que Dios ha querido regalarnos de los
pequeños frutos de cada día que, con amor y perseverancia,
poniendo todos nuestros talentos al servicio de nuestros hermanos,
especialmente lo más necesitados y abandonados, hayamos podido
producir...