Esta fue mi predicación de hoy, 23 de octubre de
2011, Domingo
XXX del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar Marín:
I.- Vídeo,
en
Youtube y
en
Facebook
II.- Versión escrita
III.- Lecturas bíblicas de la Misa
1. MUCHAS VECES NOS PARECE QUE TENEMOS MÁS CARGA
QUE
LA QUE PODEMOS SOPORTAR... Nos pasa a los grandes y a los chicos.
Los chicos quieren jugar todos los juegos que conocen, quieren que
les vaya bien en todos los deportes, quieren ver todos los
programas de televisión que existen, quieren que les vaya bien en
todas las pruebas en el colegio, quieren tener las cosas ordenadas
como le exigen los padres, y son tantas las cosas que tienen por
delante, que no saben por dónde empezar...
Los adolescentes también quieren jugar a todo, pasarse todo
el tiempo con todos los amigos, hacer bien las tareas del
colegio y los estudios de la Universidad, no perderse ninguna
fiesta, y encima resulta que en casa tienen que hacer también un
montón de cosas que los padres les exigen. La consecuencia es
inevitable: no saben por donde empezar...
Pero es igual para los adultos: uno quiere
cumplir
con todo, quiere hacer bien su trabajo, quiere cumplir con Dios
y con la patria (como hoy, asumiendo la responsabilidad
ciudadana votando seriamente, después de haber hecho un estudio
concienzudo de los candidatos y sus propuestas), quiere atender
como es debido a los hijos, quiere verse con los amigos, y
parece que el tiempo nunca alcanza: no se sabe por dónde
empezar...
Cuando son tantas las cosas que tenemos por delante, no hay más
remedio que distinguir lo que aparece como urgente de lo que es
realmente importante, y hay que optar. Por eso los fariseos, que
estaban llenos de normas, 365 prohibiciones y 248 mandatos de
cosas que debían hacer, preguntan a Jesús cuál es el más
importante de todos esos mandamientos, porque por ahí siempre
hay que empezar. La respuesta de Jesús es clara y contundente.
Lo primero, lo más importante, lo impostergable es amar...
2. EL AMOR AL QUE DIOS NOS LLAMA ES EL QUE
UNIFICA
TODA NUESTRA VIDA... Puede ser que tengamos muchas cosas que
hacer, pero hay que comenzar por lo más importante, y todo lo
demás se desprende de allí. Todos nosotros somos fruto del amor de
Dios, y por eso, hechos a su semejanza, hemos sido hechos para el
amor. Es nuestra capacidad, es nuestra posibilidad y es nuestra
felicidad, corresponder con amor al amor con que Dios nos trata...
Y puestos a amar a Dios, no hay otro modo de hacerlo que con todo
el corazón, con toda el alma y con todo el espíritu. Si así lo
hacemos cuando vamos a alentar un equipo de fútbol en la cancha,
¿cómo no vamos a hacerlo de esa manera cuando se trata de
responder al amor de Dios, del cual proviene nuestra vida? Se
trata del Amor entendido con mayúsculas, es decir, el compromiso
perseverante de hacernos cargo del bien que debemos a los demás.
De esta manera, el amor realmente unifica nuestra vida, porque en
todo estaremos dispuestos a responder con amor...
El amor así entendido
es algo realmente serio, y se encuentra necesariamente con la
Cruz, ya que ocuparse del bien de los demás requerirá de
nosotros un esfuerzo perseverante. Siempre ocupará Dios el
primer lugar, pero inmediatamente de la mano del amor a Dios irá
el amor a nuestros hermanos. Cuando queremos en serio a alguien,
entran también en nuestro afecto todos los que son queridos por
él. De la misma manera, amando a Dios, inmediatamente nuestro
amor abarca también necesariamente a todos los que Él quiere, es
decir, absolutamente a todos, porque nadie queda excluido del
amor de Dios...
Podemos pensar a veces que tenemos muchas razones para no querer
a alguien, y hasta para enojarnos con muchos. Sin embargo,
siempre tenemos al menos una razón, y mucho más poderosa que las
otras, para querer a todos y cada uno de nuestros prójimos, y es
simplemente que Dios los quiere...
3. EL AMOR A DIOS SE HACE VISIBLE A TRAVÉS DE
NUESTRO
AMOR FRATERNO... El amor a Dios siempre va primero, porque nadie
está por encima de Dios. Este amor a Dios se alimentará siempre
del mismo Dios hecho hombre, Jesús, la Palabra de Dios, que la
Iglesia no deja de proclamar. Con el anuncio, la catequesis y la
homilía la Iglesia lee y comprende, explica e interpreta,
implicando la mente y el corazón, esa Palabra, llevando así a la
escucha auténtica de la Palabra de Dios, que reclama obedecer y
actuar, hacer florecer en la vida la justicia y el amor: «No todo
el que me dice: ¡Señor, Señor! Entrará en el reino de los cielos,
sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos»
(Mt 7, 21)...
Pero el amor a Dios no está completo si
sólo queda encerrado en nuestro corazón. Porque el mandamiento del
amor a Dios se completa con su semejante, el amor a nuestros
hermanos. Cuando nuestro amor se vuelca en nuestro prójimo, es
decir, en quien está cerca o al lado de nosotros y tiene derecho a
esperar algo de nosotros, se hace verdaderamente visible..
El amor fraterno es algo así como la segunda cara
de
una misma moneda, y parte integrante del único mandamiento del
amor, el más importante de toda nuestra fe. Querer a los demás
como a nosotros mismos no es más que el modo visible que toma
nuestro amor a Dios...
Por eso, cuando nos veamos sobrepasados por las cosas que pesan
sobre nuestros hombros y las tareas que nos esperan, bastará que
pensemos qué es lo que el amor dicta en nuestros corazones, e
inmediatamente sabremos que es por allí por donde deberemos
empezar. Puede ser que no podamos hacer todo lo que tenemos por
delante, pero si empezamos por lo que el amor nos exige, habremos
tomado el buen camino. Nos quedarán muchas cosas sin hacer,
incompletas o pendientes. Pero habremos hecho lo más importante y,
parafraseando a Jesús cuando nos habla del Reino, podemos confiar
en que todo lo demás vendrá por añadidura...