Esta fue mi predicación de hoy, 23 de enero de 2011,
Domingo
III del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico A, en la Abadía
Santa Escolástica, donde me encuentro haciendo un Retiro hasta el
Domingo próximo (por eso en esta ocasión no hay un vídeo de la
predicación):
1. LAS NOCHES DE
LUNA LLENA TIENEN SIEMPRE UNA FASCINACIÓN ESPECIAL... Se suceden
cada 29 o 30 días (aquí pueden encontrar las
precisiones
técnicas). Y si estamos de vacaciones, es posible que las
busquemos de un modo especial, por ejemplo para celebrar la
Eucaristía, como el pasado jueves 20 de enero en Bariloche, un día
después de la luna llena...
Es día de luna llena cuando la tierra se encuentra ubicada
exactamente entre el sol y la luna, de modo tal que cuando se pone
el sol en el oeste, la luna, que está del otro lado, comienza a
levantarse desde el este. Los colores dorados que el atardecer pone
sobre toda la naturaleza, incluida la luna que comienza a asomar
encendida de sol, van trastocándose poco a poco, con los
resplandores de la luna, que va tiñendo todo con sus colores
plateados...
En las noches de
luna llena, cuando no está nublado, las tinieblas son derrotadas por
la luz del sol reflejada en la luna, enteramente volcada hacia
nosotros como un gigante espejo. Es la misma luz del sol, que no
deja nunca de dirigirse hacia la tierra, aunque debido al giro de la
tierra sobre su propio eje hace que cada veinticuatro horas tengamos
una noche, más o menos larga según la época del año, con la cual la
luna llena parece enfrentarse en singular batalla...
La noche siempre nos causa cierto temor. Yo creo que es así porque,
hechos para la luz, nos incomoda la oscuridad porque no nos deja ver
lo que tenemos por delante. De todos modos, es necesario tener en
cuenta que la oscuridad se da no sólo cuando se oculta el sol sino
también en pleno día. Porque también podemos llamar oscuridad a lo
que se abate sobre nuestros corazones y las de otras personas,
cuando no alcanzamos a conocer o entender el mundo y las personas
que nos rodean. También es oscuridad lo que nos invade cuando nos
empecinamos en un mal camino, cuando nos quedamos ciegos para ver el
bien que nos rodea, cuando somos insensibles ante las necesidades de
los otros. En definitiva, podemos llamar oscuridad a la torpeza de
nuestro pecado y a todo lo que nos lleva al olvido o la negación de
Dios. La necesidad que tenemos de la luz, entonces, no se limita a
la urgencia de ver las cosas para no chocarlas, necesitamos luz para
que la vida misma adquiera su sentido y sea posible encontrar su
meta...
2. JESÚS VINO PARA
ILUMINAR A TODO HOMBRE QUE NO SE RESISTA A SU LUZ... Es esa Luz que
surge de su Amor, nacido en el Pesebre y probado hasta la Cruz. Se
puede decir muy sencillamente en qué consiste la Luz que Jesús nos
ha traído. Él es Dios, y es Hijo de Dios, y haciéndose Hombre nos ha
hecho a nosotros mismos hijos de Dios por adopción, miembros de su
familia. Nos ha ayudado a reconocer que tenemos todos un mismo
Padre, y somos miembros de una familia, hermanos entre todos
nosotros...
Se entiende,
entonces, que la Palabra de Dios, de la que San Pablo se hace eco,
nos llama a ponernos de acuerdo, superar las divisiones y vivir en
perfecta armonía, teniendo la misma manera de pensar y sentir:
pensar y sentir como piensa y siente Jesús. Esto nos llevará a
pensar y sentir buscando el lugar de todos y de cada uno en nuestra
casa, en nuestra familia, en nuestra ciudad, en nuestra patria, sin
ningún tipo de exclusión ni de excluidos. Pensar y sentir reservando
los mejores pensamientos, intenciones y acciones en favor de los más
pequeños y más urgidos. Pensar y sentir buscando cada uno a qué
puede renunciar hoy, en favor del bien de todos, que se llama bien
común (este bien requiere que todos y cada uno renuncie a un bien
propio, pero resulta mayor que la suma de todos los bienes
a los que
cada uno renunció). Pensar, sentir y hacer lo que cada uno puede
aportar a la hora de construir...
Pero además, así como la luna refleja el sol, especialmente en los
días de luna llena, porque recibe plenamente su luz y vuelve toda su
esfera hacia nosotros, así también, iluminados por Jesús, cada uno
de nosotros puede volverse hacia los demás, y ser un fiel reflejo de
toda la luz con la que Él nos ha iluminado. Nuestra vida entera
puede y debe ser un reflejo de Jesús, para su Luz llegue también a
todos los demás...
3.
EL REINO DE DIOS SE ACERCA A NOSOTROS SI, CONVERTIDOS, NOS DEJAMOS
ILUMINAR POR JESÚS... Nadie puede pretender ser para sí mismo y para
los demás la luz que despeje todas las tinieblas, sólo Jesús es la
Luz que a todos ilumina, y quien despeja todas las tinieblas. Para
vivir en la luz, entonces, es necesario dejarse iluminar por Jesús.
Como la luna, que no brilla por sí misma, sino que refleja la luz
del sol, así nosotros, si queremos vivir en la luz, tenemos que
dejarnos iluminar por Jesús...
Para ello bastará
con tener en cuenta la exhortación que Jesús nos hace hoy a todos en
el Evangelio: necesaria la conversión, el cambio de rumbo, de
dirección, para que podamos vivir en serio el Evangelio. Siguiendo
al Cardenal Biffi en el Retiro que predicó a Benedicto XVI y toda la
Curia Romana en la Cuaresma de 2007, podemos decir se trata de una
necesidad que no nace tanto de abajo como de arriba, no sólo y no
tanto por la propia realidad de nuestros pecados, sino más bien de
la inmensidad del Reino al que somos llamados. Y la conversión nos
reclama una mirada sincera sobre nosotros mismos que nos ahorre la
necesidad de certificados de buena conducta, una experiencia
renovada de la ternura de Dios y una dedicación amorosa a vivir en
comunión con nuestros hermanos en la Iglesia...
Podríamos decir, con la comparación a la que hoy nos llevó la luna
llena, que necesitamos volver todo nuestro rostro hacia Jesús, para
que podamos recibir toda su luz. Y al mismo tiempo, deberíamos
volcar toda nuestra vida hacia el servicio de nuestros hermanos en
el amor, para que les llegue también a ellos el fruto de la luz con
la que Jesús nos ha iluminado...
Lecturas
bíblicas
del
Domingo III del Tiempo Ordinario del Ciclo "A":
- En un primer tiempo, el Señor humilló
al país de Zabulón y al
país de Neftalí, pero en el futuro
llenará de gloria la ruta del mar,
el otro lado del Jordán, el distrito de los paganos. El
pueblo que
caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz: sobre los que
habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz.
Tú has
multiplicado la alegría, has acrecentado el gozo; ellos se
regocijan en
tu presencia. como se goza en la cosecha, como cuando reina la
alegría
por el reparto del botín. Porque el yugo que pesaba sobre
él, la barra
sobre su espalda y el palo de su carcelero, todo eso lo has
destrozado
como en el día de Madián (Isaías 8, 23
- 9. 3).
- Hermanos, en el nombre de nuestro Señor
Jesucristo, yo los
exhorto a que se pongan de acuerdo: que no haya divisiones entre
ustedes y vivan en perfecta armonía, teniendo la misma
manera de pensar
y de sentir. Porque los de la familia de Cloe me han contado que
hay
discordias entre ustedes. Me refiero a que cada uno afirma:
«Yo soy de
Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo».
¿Acaso Cristo está
dividido? ¿O es que Pablo fue crucificado por ustedes?
¿O será que
ustedes fueron bautizados en el nombre de Pablo? Felizmente yo
no he
bautizado a ninguno de ustedes, excepto a Cristo y a Gayo.
Sí, también
he bautizado a la familia de Estéfanas, pero no recuerdo
haber
bautizado a nadie más. Porque Cristo no me envió
a bautizar, sino a
anunciar la Buena Noticia, y esto sin recurrir a la elocuencia
humana,
para que la cruz de Cristo no pierda su eficacia (1 Corintios 1,
10-14
y 16-17).
- Cuando Jesús se enteró de que Juan
había sido arrestado, se
retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se
estableció en Cafarnaúm, a
orillas del lago, en los confines de Zabulón y
Neftalí, para que se
cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta
Isaías: "¡Tierra
de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar,
país de la
Transjordania, Galilea de las naciones! El pueblo que se hallaba
en
tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las
oscuras
regiones de la muerte, se levantó una luz." A partir de ese
momento,
Jesús comenzó a proclamar:
«Conviértanse, porque el Reino de los Cielos
está cerca». Mientras caminaba a orillas del mar
de Galilea, Jesús vio
a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano
Andrés, que
echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les
dijo:
«Síganme, y yo los haré pescadores de
hombres». Inmediatamente, ellos
dejaron las redes y lo siguieron. Continuando su camino, vio a
otros
dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan,
que
estaban en la barca de Zebedeo, su padre, arreglando las redes;
y
Jesús
los llamó. Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su
padre, y lo
siguieron. Jesús recorría toda la Galilea,
enseñando en las sinagogas,
proclamando la Buena Noticia del reino y curando todas las
enfermedades
y dolencias de la gente (Mateo 4, 12-23).
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Predicaciones
del P. Alejandro W.
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