Esta fue mi predicación de hoy, 9 de octubre de
2011, Domingo
XXVIII del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico A, en la Abadía
Santa Escolástica y en el Hogar Marín:
I.- Vídeo,
en
Youtube y
en
Facebook
II.- Versión escrita
III.- Lecturas bíblicas de la Misa
1.
A TODOS NOS GUSTAN LAS FIESTAS, PERO NO SIEMPRE
TENEMOS APURO EN LLEGAR... Es normal que a todos nos gusten las
fiestas, ya que la fiesta es parte de la vida, y la vida misma es
un llamado a la fiesta. De todos modos, no todas las fiestas son
iguales. Hay algunas para las que, si hace falta, vamos con toda
tranquilidad un rato antes, para poder encontrar un buen lugar que
nos permita participar sin perdernos nada. Así hacemos, por
ejemplo, si se trata de un concierto, o cine o de un espectáculo
deportivo o teatral, vamos un rato antes, aunque haya que esperar.
En realidad, cuando nos interesa mucho la fiesta, la misma espera
se convierte en una parte de preparación y la vivimos con
alegría...
Hay otras fiestas, en cambio, para las
que no tenemos ningún apuro en llegar. Pasa así, por ejemplo,
cuando al primero que llega le tocará un mayor trabajo, quizás
incluso hasta haciéndose cargo de la parrilla. También sucede
así, a veces, si se trata de un casamiento al que nos han
invitado por compromiso, sobre todo si se realiza con Misa. En
ese caso tratamos de llegar sin agitarnos demasiado, sin mayor
apuro. Sabemos que no empieza a horario, y si lo único que nos
interesa es cumplir y saludar a los novios (y a lo sumo, ver a
la novia cuando sale), no hay nada que nos motive para llegar
antes...
También el Cielo es una fiesta a la que Dios nos
invita, como nos lo dice hoy Jesús hoy con la parábola que
proclamamos en la Misa. Es la fiesta de las bodas del Hijo de
Dios, Jesús, que se une para siempre con la humanidad redimida.
Todos queremos participar de esta fiesta, nadie quiere
perdérsela. De todos modos, según parece, casi nadie tiene apuro
por llegar, da la impresión que todos prefieren que lleguen
primero los demás: es que sólo es posible llegar al Cielo
después de la muerte...
Sin embargo, para llegar al Cielo no basta simplemente sentarse
a esperar que nos llegue la muerte, y mucho menos dedicarnos a
"aprovechar la vida" mientras tanto, haciendo lo que se nos da
la gana. No se llega al Cielo sin la invitación de Dios, y Él la
hace a todos. Pero tampoco se llega al Cielo de forma
automática, sin la debida preparación, sólo por haber sido
invitados. Eso es lo que Jesús hoy quiere hacernos comprender, a
través de la parábola que hemos proclamado...
2. LA FIESTA DEL CIELO NO SE IMPROVISA, SE
PREPARA
DURANTE TODA LA VIDA... Muchas veces nos encontramos en la
Escritura con la descripción del Cielo con la imagen de una gran
Fiesta de Bodas, en la que se sirve un gran Banquete. A la luz de
todas esas descripciones, resulta muy luminoso entender que
nuestra vida es un llamado de Dios para participar en esa fiesta.
De esa manera, resulta evidente que el llamado de Dios se dirige a
todos los que hemos recibido de Él el don de la vida.
No es, entonces, un llamado para exquisitos, para algunos, para
privilegiados, sino para todos. Para aquellos para quienes la vida
se les ha presentado como un lecho de rosas, para aquellos a
quienes siempre les acompañó el dolor y el sufrimiento, y también
para aquellos a quienes nunca les llegó la posibilidad de ver la
luz porque la muerte les llegó en el vientre de su madre...
Según la parábola que hoy hemos proclamado
algunos se
excusaron para no ir a la fiesta a la que fueron invitados, porque
tenían que ocuparse del campo, o de los negocios, o simplemente se
negaron a ir. Algunos incluso trataron mal a los que traían la
invitación. Es curioso porque, si la parábola nos habla del Cielo
y de la preparación para participar en él, hay que decir que las
diversas cosas que los ocupaban en la vida, eran las que, en
realidad, les debían servir como preparación para participar en la
fiesta, en vez de alejarlos de ella...
En efecto, la vida es el tiempo que se nos ha concedido para
prepararnos a la fiesta del Cielo. Y todas las cosas de las que
diariamente nos ocupamos son la ocasión para esa preparación.
Viviendo el compromiso de la fe en nuestra vida cotidiana
haciendo de nuestro trabajo y nuestros afanes cotidianos la
ocasión para vivir el compromiso del amor al que nuestra fe nos
llama, estamos ensanchando nuestro corazón para hacerlo capaz de
gozar el Cielo. Lo que hacemos con el campo, o los negocios, o
con la vida de todos los días, muestra si nos estamos tomando en
serio la invitación que hemos recibido de Dios, y nos estamos
preparando para la fiesta del Cielo...
De todos modos, mientras vamos de camino hacia el Cielo,
también somos invitados a una fiesta que nos anticipa lo que
allí viviremos...
3. LA MISA ES UNA FIESTA QUE ANTICIPA LA DEL
CIELO, Y
A LA QUE DIOS NOS INVITA... La Misa es verdaderamente un Banquete,
donde Jesús se une a los que aceptan su invitación, y se entrega
todo entero...
Es un banquete con una mesa bien servida, con dos platos fuertes
que Dios nos ofrece para alimentarnos mientras vamos de camino
hacia el Cielo: el primero es la Palabra de Dios, y le sigue el
Cuerpo y la Sangre de Jesús. Con estos platos fuertes Dios nos
alimenta cada vez que participamos de la Misa. Esto nos permite
comprender la Eucaristía como un anticipo del Cielo, que
consistirá en un Banquete celestial, en el que Jesús estará al
alcance de todos, y donde todo será fiesta y alegría...
Por eso en la Misa alabamos a Dios con
aclamaciones y
cantos, y expresamos con muchos signos todo lo que estamos
celebrando. Si en la predicación de la Misa usamos presentaciones
Power Point con tres frases que resumen su contenido y diversas
imágenes que ayudan a expresarla (que después se vuelcan en esta
versión escrita que se envía por correo electrónico a quienes la
han solicitado), no lo hacemos sólo para que la Misa no sea tan
aburrida, sino porque estamos de fiesta, recibiendo a Jesús, que
es quien nos ha invitado. Para vivir esta fiesta, y sacarle el
mayor fruto posible, sirve ayudarse de todo lo que nos pueda
facilitar vivir la Misa verdaderamente como una fiesta. Con la
Misa debería suceder lo mismo que sucede con otras fiestas de
mucho menor importancia en las que habitualmente participamos.
Cuando están bien preparadas y participamos en ellas con
entusiasmo, las fiestas se prolongan más allá de su tiempo real, y
las revivimos en el corazón por largo tiempo. Así también la Misa
dominical tiene que encender en nuestros corazones un fuego tal
que nos permita seguir alimentándonos de él durante el resto de la
semana, para ayudarnos a vivir todos los días intensa y
comprometidamente la fe, preparándonos para el Cielo con decisión
y alegría...
Cada uno de nosotros podríamos
preguntarnos cómo será nuestro Cielo. Cada uno podrá encontrar su
respuesta. Pero me parece que, si la Misa, por la presencia de
Jesús que se nos brinda como alimento, es un anticipo del Cielo,
salvando todas las distancias que haya que salvar, podríamos
imaginarnos que para cada uno de nosotros el Cielo será tal como
sean nuestras Misas:
Hace falta, entonces, que no participemos de la Misa "sólo para
cumplir", como quien va obligado a una fiesta que no le divierte,
sólo para saludar al festejado y escaparse lo antes posible. Si
así fuera, no tardaría en pasarnos lo que le pasa a alguno que,
sin pensarlo, cada vez se le hace más justo el horario, y termina,
aún sin quererlo, llegando cada vez un poquito más tarde. En
realidad, si se trata de responder a una invitación de Dios,
deberíamos pasarnos toda la semana preparando la Misa del Domingo
que sigue. Y para eso puede ayudarnos mucho vivir toda la semana
alimentándonos de la Misa que hemos celebrado el Domingo anterior.
Porque con la Misa, que es un anticipo del Cielo, pasa lo mismo
que con el Cielo: no se improvisa, sino que se prepara y se vive
cada día...
Pero además, si el Cielo no se improvisa sino que se prepara a lo
largo de toda la vida, si queremos saber cómo será nuestro Cielo,
servirá preguntarnos qué es lo que estamos haciendo con nuestra
vida...