Esta fue mi predicación de hoy, 2 de octubre de
2011, Domingo
XXVII del Tiempo Ordinario del Ciclo Litúrgico A, en la Abadía
Santa Escolástica y en el Hogar Marín:
I.- Vídeo,
en
Youtube y
en
Facebook
II.- Versión escrita
III.- Lecturas bíblicas de la Misa
1. MUCHAS VECES TOMAMOS COMO
PROPIAS COSAS QUE SÓLO NOS HAN PRESTADO... Nos sucede, por
ejemplo, con los libros o las lapiceras. Cuando nos prestan estas
cosas, o cuando las prestamos, a fuerza de usarlas el que las ha
recibido se olvida de esta circunstancia termina teniéndolas
como
propias y ya no se devuelven (los que nos dedicamos a la tarea
académica, o por cualquier otro motivo tenemos mucho contacto con
libros, solemos decir que hay dos clases de "tontos": los que
prestan un libro, y los que lo devuelven; no está bien que esto
sea así, pero suele suceder con mucha frecuencia). Lo mismo pasa
también con otras cosas que alguna vez nos han prestado y nos
acostumbramos a usar como si fueran nuestras, aunque sepamos que
no es así...
Por ejemplo, desde que
hemos nacido siempre hemos respirado, sin cesar. Damos por
supuesto que el oxígeno tiene que estar a nuestra disposición, y
lo respiramos veinticuatro horas por día, sin siquiera reparar
en que es siempre un regalo, que Dios lo sostiene en el ser,
como todas las demás cosas que necesitamos para subsistir. Lo
usamos como si fuera "nuestro", aunque siempre nos es "dado"...
Lo
mismo
tendríamos que decir del sol. Suponemos que tiene que estar
siempre, aunque sea escondido detrás de las nubes o del otro
lado de la tierra, como si nunca y por ningún motivo nos pudiera
faltar. Cuando llegan estos días de primavera en que el sol
calienta de manera especial sin que llegue a hacer demasiado
calor, nos parece lo más normal, como si se tratara de algo que
está a nuestra disposición porque tiene que ser realmente así,
sin tomar conciencia de que el sol es uno más de entre tantos
dones que Dios pone cada día a nuestra disposición...
También podríamos decir lo mismo de la salud. A veces la damos
por supuesta, como un derecho adquirido, y por eso nos sorprende
que se pueda quebrantar o verse afectada. Cuando eso nos sucede,
es señal que hemos tomado como propias cosas que, en realidad,
sólo las tenemos como "prestadas"...
Sin embargo, todas estas cosas que mencionado, y otras tantas de
las cuales cada uno podría hacer su propia lista, son dones de
Dios, que Él nos concede gratuitamente día a día. Y como todos
los dones de Dios, siempre implican también una tarea. Es lo que
hoy quiere enseñarnos Jesús con la parábola de los que
recibieron una viña, de la que el dueño esperaba frutos...
2. DIOS, QUE NOS LLENA DE SUS
DONES, ESPERA QUE NOSOTROS DEMOS BUENOS FRUTOS... A cada minuto
estamos recibiendo de Dios sus dones, con los que nos llena las
manos. La misma vida la hemos recibido como un don, como una
semilla...
Lo primero que hace falta es darse cuenta de los dones que
recibimos de Dios. Para eso basta "abrir las manos" y mirar lo que
tenemos para darnos cuenta todo lo que tenemos, enseguida vamos a
descubrir que todo lo hemos recibido. Sólo de esta manera podremos
tomar los dones de Dios como tales, como un regalo. Y tomándolos
como lo que realmente son, huellas inconfundibles de su Amor
incansable por cada uno de nosotros, podremos cuidarlos y
cultivarlos con toda dedicación. Haciéndolo así estaremos en
condiciones de dar los frutos que Él espera de ellos. Por eso los
dones de Dios implican siempre una tarea...
Es evidente que no bastará
con descubrir los dones que Dios ha puesto en nuestras manos. Será
necesario, además, que nos dediquemos a cultivarlos. Porque los
dones son capacidades, posibilidades, oportunidades, que reclaman
de nosotros un cuidado, una ocupación, verdaderamente un cultivo.
Todo lo que hemos recibido, sin esa dedicación pueden convertirse
sencillamente en dones frustrados...
Yo creo que la
mejor manera de que den frutos los dones recibidos de Dios es
que les demos un lugar especial en nuestro corazón. Allí
encontrarán la fuerza para multiplicarse en frutos, que lleguen
a los demás como respuesta agradecida del Amor recibido de Dios,
que dispensa a todos sus dones. Y esto vale no sólo para los
dones que venimos mencionando hasta ahora, sino también para
aquellos más especiales y profundos, la Palabra de Dios y los
Sacramentos con los que se alimenta la fe, la comunidad
parroquial donde la vivimos y la compartimos, y vale también
para todos los dones más personales, distintos y complementarios
en cada uno de nosotros...
Todo esto es el Reino de Dios que se nos ha dado, la viña de
la
que el Señor espera sus frutos. Quizás estamos demasiado
acostumbrados a que todas estas cosas estén siempre al alcance
de la mano en nuestra vida, y nos parezcan algo infaltable, que
no tienen por lo tanto nada de especial. Pero no es así. Se
trata siempre de dones, que quizás muchos anhelan y nunca han
tenido como nosotros, tan fácilmente. Es necesario descubrirlos
como un dones, para cultivarlos y dar con ellos los frutos que
Dios siempre está esperando...
3.
DIOS SIEMPRE
MANDA SUS ENVIADOS PARA RECIBIR LOS FRUTOS DE SUS DONES... Igual
que en la parábola con la que Jesús nos habla hoy, también a Dios
nos manda a nosotros sus enviados para recibir los frutos de sus
dones. Son todas las personas que nos rodean habitualmente, y
tienen derecho a esperar algo de nosotros. Son los que llamamos,
en el más puro sentido evangélico, nuestros prójimos, aquellos que
están cerca de nosotros, y tienen derecho a esperar algo de
nosotros. Y allí están todos, niños, jóvenes y adultos, buenos y
malos, simpáticos y no tanto, agradecidos o todo lo contrario...
Es cierto que a
veces el prójimo que espera de nosotros los frutos de los dones de
Dios se presenta ante nosotros con mejor actitud que otras veces.
Los niños y las niñas siempre despertarán con más facilidad
nuestra ternura, tienen derecho a esperarlo todo de los adultos
(como la que vemos con su vestido rojo). Con los adolescentes y
los jóvenes suele costarnos un poco más. Su dedo se levanta con
facilidad exigente y acusador, agudo (como el de la remera
celeste). Los adultos muchas veces nos parecerán demasiado
prevenidos, incluso hasta puede ser que muchas veces se acerquen a
nosotros con malicia (como el de la remera amarilla), más para
aprovecharse de nosotros que como consecuencia de una verdadera
necesidad y por lo tanto de un derecho. Sin embargo no nos toca a
nosotros juzgar a los que esperan de nosotros los frutos de los
dones que Dios nos da, ni mucho menos sancionarlos con nuestra
distribución arbitraria o antojadiza. Todo el que llega a nosotros
con el derecho a esperar algo, viene de parte de Dios, y es a Él a
quien, a través de sus enviados, damos sus frutos...