Esta fue mi predicación de hoy, 11 de septiembre de
2011,
Domingo XXIV del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar Marín:
I.- Vídeo,
en
Youtube y
en
Facebook
II.- Versión escrita
III.- Lecturas bíblicas de la Misa
1. REACCIONES CUANDO NOS HACEN DAÑO: ENOJO, IRA,
ODIO, VENGANZA O RENCOR... Todas estas reacciones pueden surgir en
nuestro corazón cuando nos hacen algún daño, grande o chico, desde
un pisotón en el colectivo o en cualquier amontonamiento de gente,
hasta un reto injusto que nos han hecho por algo en lo que no
tenemos la culpa, o cuando en el Hogar Marín alguien deja abierta
la puerta del ascensor en el segundo piso, y por más que lo
llamemos con el botón, el ascensor no baja...
La primera reacción puede ser el ENOJO, que nos lleva a apuntar
nuestra mira contra la persona que creemos que nos ha dañado, que
a partir de ese momento se nos mete entre ceja y ceja. Si no
frenamos a tiempo el enojo, rápidamente se nos convierte en IRA.
Se pone así en marcha nuestra pasión, y se nos comienza a subir la
mostaza a la cabeza o, dicho de otro modo, nos comienza a hervir
la sangre en las venas...
Si
no la frenamos enseguida, de la ira pasamos al ODIO, nos sale ya
"humo" o "fuego" hasta por las orejas, y comenzamos a pensar que
no habrá otro modo de restablecer la justicia que provocarle un
mal al que ha tenido la osadía de querer dañarnos. Y si podemos,
tomamos lo que tenemos a mano (por ejemplo un hacha), para
descargarlo en cuanto nos sea posible contra el que ya es
decididamente nuestro enemigo...
Si
no frenamos el odio, no tardará en convertirse en VENGANZA, que
consiste en tomarnos por nuestra cuenta la revancha (si habíamos
tomado un hacha, se lo partimos por la cabeza al que tuvo la
desfachatez de dañarnos). Pero si no podemos frenar nuestro odio y
tampoco concretarlo en una venganza, se nos transformará en
RENCOR, arraigando profundamente en nuestras entrañas y
amargándonos la vida...
De todos modos, ninguna de estas reacciones nos deja en paz.
Ni siquiera la venganza nos da satisfacción, porque en realidad
no se puede poner remedio a un mal provocando otro, quizás
mayor. Además, todos tenemos o hacemos algo que puede provocar
el enojo, la ira, el odio, el deseo de venganza o el rencor de
los demás. Por lo tanto, si todos dejáramos ir adelante estas
reacciones, no tardaríamos en convertir nuestra sociedad en una
selva en la que se hace imposible vivir (esto es, por otra
parte, lo que parece suceder en nuestra sociedad insatisfecha
llena de "indignados", sobre todo en nuestra querida Argentina,
con las buenas costumbres y la convivencia tan heridas). ¿No
habrá otro modo de reaccionar? De eso nos habla hoy Jesús...
2. DIOS
SIEMPRE PERDONA, Y NOS INVITA A
PERDONAR SIEMPRE DE CORAZÓN... El perdón es la grandeza de Dios.
Por otra parte, Dios no tiene otro modo de buscar nuestra amistad
que estar dispuesto a perdonarnos y darnos siempre una nueva
oportunidad a cada instante y a cada paso, ya que una y otra vez
volvemos a fallarle y lo seguimos necesitando, como la primera
vez. Sus brazos se abren cuantas veces hagan falta para recibir
una y otra vez con un abrazo reconciliador a quienes también una y
otra vez arruinamos la parte de herencia que nos ha dado, y que
gastamos malamente, como el hijo pródigo...
Seguramente
surgen en nosotros preguntas que queremos dirigirle a Dios. Si
siempre perdonamos, ¿quien se hará cargo de restablecer la
justicia, poniendo en su lugar, dándole su merecido, a los que nos
dañan? Por supuesto, este razonamiento no es una buena excusa. El
perdón no afecta la justicia, que está en manos de quienes tienen
que aplicarla, pero no en las nuestras, si no somos jueces. Lo
hemos visto al recordado Beato Juan Pablo II, apenas recuperado
del atentado que sufrió en el año 1981, ir a visitar a la prisión
al que intentó asesinarlo, y su abrazo misericordioso le llevó el
perdón, aunque no lo sacó de las rejas...
Ya el Libro
del Eclesiástico, en el que
reúne la sabiduría del pueblo de Israel, que fue aprendiendo de
Dios a lo largo de su historia, nos avisa que el rencor y la ira
son abominables. Pero además nos advierte, con un lenguaje propio
de su tiempo, que el hombre vengativo sufrirá la venganza del
Señor. Jesús nos dice lo mismo con otro lenguaje, y nos exhorta
misericordiosamente: nosotros, que necesitamos todos los días de
la misericordia de Dios, no tengamos miedo, perdonemos de la misma
manera. A Pedro esto lo impresionó mucho. Quizás no se animaba a
tanto, o quizás no había comprendido todavía en qué consistía el
perdón que Jesús le proponía asumir como un estilo de vida. La
respuesta de Jesús es contundente: no basta perdonar siete veces
(es decir, mucho), sino que hay que perdonar setenta veces siete
(es decir, siempre). En realidad el perdón es una actitud que,
cuando nace del corazón, no admite límites. Si nuestro corazón se
alimenta del amor de Dios, y tomamos consciencia del perdón de
Dios que está siempre disponible para nosotros, nos damos cuenta
que ser capaces de perdonar es lo único que nos permite recuperar
la paz que los daños recibidos pueden perturbar...
Es posible que hayamos pensado alguna vez que si siempre
perdonamos, terminarán tomándonos por tontos. Incluso podemos
llegar a pensar que, en realidad, esta disposición continua para
perdonar es un poco contra nuestra inclinación natural. Si así
fuera conviene recordar:
3.
NECESITADOS DEL PERDÓN,
NOSOTROS ESTAMOS HECHOS PARA PERDONAR DE CORAZÓN... Con la
invitación a perdonar siempre y de corazón, Dios no nos está
proponiendo algo a lo que se oponga nuestra naturaleza, sino todo
lo contrario...
En realidad, desde chiquitos estamos hechos para perdonar.
Necesitamos la paz tanto como el oxígeno. Y cuando perdemos la
paz, estamos ahogados y agobiados. Pero el enojo, la ira, el odio,
la venganza y el rencor nunca engendran paz, sino que se alimentan
mutuamente, arrastrándonos a un torbellino de violencia. Frente al
mal recibido, sólo el perdón es la fuente de la paz. Por eso, el
perdón es necesario no sólo para el que es perdonado, sino para el
mismo que perdona...
Cuando nos lastiman, entonces, lo que necesitamos es acudir a la
fuente del perdón, que es la misericordia de Dios, que nosotros
mismos necesitamos. Y llenos de la misericordia de Dios, nos será
fácil recordar que perdonando encontraremos la paz, ya que estamos
hechos para perdonar...