Esta fue mi predicación de hoy, 14 de agosto de
2011, Domingo
XX del Ciclo Litúrgico A, en el Hogar Marín:
I.- Vídeo,
en
Youtube y
en
Facebook
II.- Versión escrita
III.- Lecturas bíblicas de la Misa
1. HAY ALGO PEOR QUE UN NIÑO
CAPRICHOSO: UN ADULTO CAPRICHOSO... Un chico caprichoso es algo
muy feo. Es un chico que está tratando siempre de imponer su
voluntad, y sólo sonríe, como quien hace una concesión momentánea,
cuando le dan sin demora lo que pide. Si, en cambio, alguien le
niega lo que él quiere, inmediatamente se enoja y pone cara larga.
Los niños caprichosos, de esta manera, tratan de manejar a sus
padres y a otros mayores. Y, lo que es peor, muchas veces lo
consiguen. En realidad, los niños caprichosos son tales justamente
porque han aprendido que con sus caras largas y sus sonrisas
administradas con mezquindad pueden manejar a sus padres y a otros
mayores, consiguiendo de esta manera lo que quieren, incluso
cuando no es algo bueno para ellos. Los padres de niños
caprichosos, quizás sin darse cuenta, a lo mejor superados por el
cansancio o vaya uno a saber por qué ocultos sentimientos de
culpa, cuando ceden ante los caprichos de sus hijos pierden la
enorme oportunidad que Dios ha puesto en sus manos de educar a sus
hijos, enseñándoles a elegir sólo lo que es bueno, y a renunciar a
todo lo que no lo es...
De todos modos,
hay algo que es peor que un niño caprichoso. No, no se asusten ni
sospechen a raíz de la foto que ven a la izquierda. No voy a decir
que peor que un niño caprichoso es una niña caprichosa, porque en
realidad, en esto no hay diferencia entre sexos, es igualmente feo
un chico que una chica caprichosa. Lo que realmente es peor que un
niño caprichoso es un adulto caprichoso. Y de alguna manera todos
nosotros podemos serlo un poco...
Muchas veces damos por
supuesto que le podemos pedir a Dios en nuestra oración todo lo
que nos parece necesario. Y Él, si de verdad nos quiere, tiene que
respondernos según nuestros deseos o caprichos. Si no nos concede
lo que le pedimos, a veces hasta podemos llegar a enojarnos con
Dios. De esta manera, hacemos como si Dios tuviera que estar a
nuestro servicio, y hacer todo según nuestro parecer sobre
nuestras necesidades. Incluso podemos llegar a pensar que nuestra
fidelidad y nuestro amor a Dios son el premio que le damos por
haber respondido a nuestros ruegos. Pero la verdad es que no somos
dueños de Dios, y ni siquiera somos dueños del mundo, ni nada que
se le parezca. En realidad, la vida no tarda en enseñarnos, por
poco que abramos el corazón y la mente para abrevar en la
experiencia, que somos todos como cualquier hijo de vecino. Vamos
aprendiendo a fuerza de golpes que, tarde o temprano, el que las
hace las paga, y que hay que asumir las consecuencias de los
errores. Que no se trata de ponernos exigentes ante Dios, sino
todo lo contrario. Que no somos nosotros los que mejor sabemos lo
que nos conviene, sino que tenemos que aprenderlo, a veces
dolorosamente. La realidad nos va enseñando, entonces, que:
2. DIOS NO ES DE
NINGUNO DE NOSOTROS. ES AL REVÉS, NOSOTROS SOMOS DE DIOS...
Nuestra vida viene de Dios. Y en nuestro corazón ha sembrado un
hambre de eternidad que de ninguna manera nosotros por nosotros
mismos podemos satisfacer. Nuestras manos tienen que tenderse
hacia Dios, no como las manos del dueño que espera recibir el
servicio de sus empleados o sus esclavos, sino como las manos de
quien necesita ser rescatado. Y Jesús viene para hacerlo ("Jesús"
significa justamente "el que salva")...
Dios nos ha
levantado de la frustración en la que la desobediencia del pecado
nos había dejado. Nos ha rescatado de nuestras miserias, de
nuestras mezquindades y de nuestros pecados. Dios nos ha
encontrado tirados por el piso y nos ha rescatado con su
misericordia y con su amor. No podemos ponernos delante de Dios
como quien exige sus derechos, pretendiendo que haga todo lo que
nosotros queremos. En realidad, lo que nos sirve es darnos cuenta
de todo lo que Él ha hecho de nosotros, y con un corazón
agradecido disponernos para responderle con amor...
Es la fe, como la que Jesús
alaba en la mujer cananea que se encuentra en su camino, la que
nos permite descubrir que todo lo hemos recibido de Dios. La fe
nos permite descubrir que, de parte de Dios, todo es regalo, todo
es don, todo lo hemos recibido. Quizás estamos demasiado
acostumbrados a tener siempre todo sobre la mesa, y somos un poco
como los hijos caprichosos, que no valoran todo lo que han
recibido de los padres. Santa Juana Jugan nos enseña con su vida a
confiar de un modo tal en la providencia que ya no estemos tan
preocupados por lo que nos falta según nuestros criterios, que no
sepamos agradecer lo que a cada instante vamos recibiendo...
Siguiendo la imagen con la que la mujer cananea llena de fe
conmueve a Jesús, quizás sea para nosotros el tiempo para aprender
un poco de la actitud humilde de los cachorros, que se conforman
con las migas que caen de las mesas de sus dueños. Sabemos, por
otra parte, que Jesús va mucho más allá de los límites de esta
imagen, ya que no nos trata sólo con migajas, ni como cachorros,
sino como a hijos y con toda la fuerza de su misericordia y de su
amor. No se trata, entonces, de enseñarle a Dios qué es lo que
nosotros necesitamos, sino de algo mucho más simple. Se trata de
aprender, con la confianza que nos da sabernos en manos de Dios,
que en su respuesta a nuestra oración Dios nos da todo y sólo lo
que nos hace falta y conviene para nuestro bien...
3. DIOS NOS
TRATA SIEMPRE CON AMOR, Y NOS LLAMA A SER TESTIGOS DE SUS DONES...
Dios nos trata siempre con amor, cuando responde a nuestra oración
concediéndonos lo que le hemos pedido, y también cuando su
respuesta no coincide con nuestras aspiraciones. Cuando tomemos
conciencia, entonces, de que en nuestra vida todo es don que viene
de Dios, comenzaremos a tener más confianza en su amor, que nunca
falla y nunca nos abandona, y que siempre llega en el momento
justo con lo que nos hace falta...
Las manos de
Dios son siempre unas manos misericordiosas, que nos rescatan de
la miseria y nos reciben en su casa. Son las manos de un Padre que
hace todo y sólo lo que sus hijos necesitan. Si tomamos conciencia
de este amor inclaudicable de Dios, es más posible que podamos
poner remedio a nuestra soberbia, que puede llevarnos a creer que
tenemos derecho a esperar de Dios lo que a nosotros nos parece. De
esta manera, por otra parte, enseguida nos vamos a dar cuenta que
los dones recibidos de Dios son al mismo tiempo un compromiso, ya
que todo lo que hemos recibido es para compartir (no nos olvidemos
que, en realidad, sólo se puede decir que se tiene lo que se está
dispuesto a dar)...
Nadie queda
afuera del amor de Dios. Y en la medida en que nos damos cuenta
que todo lo hemos recibido de Dios, también vamos a descubrir que
somos llamados a ser testigos de tantos dones que se han repetido
y multiplicado una y otra vez a lo largo de nuestra vida. Por eso,
Dios quiere que también a través de todos y de cada uno de
nosotros les lleguen a los demás estos mismos signos de su amor,
de su misericordia y de su perdón. Los dones recibidos crean
siempre el compromiso de una respuesta generosa...
Hemos sido invitados por Dios a compartir su Casa, que es el
Cielo, y a partir de allí hemos encontrado el verdadero y completo
sentido de nuestra vida. El camino por el que se llega a esa meta
a la que hemos sido invitados es el mismo por el que fue Jesús: la
Cruz. Para nosotros, entonces, la caridad con la que podemos
compartir con nuestros hermanos los dones recibidos de Dios no
será nunca un deber que se nos ha impuesto desde afuera, sino
simple gratitud a Dios, que es Dios...